Cada día que pasa es más acogida la sensación entre los estudiosos de que en el siglo XX la gran revolución en las conciencias no fue el éxito de la democracia, ni la expansión del socialismo, ni la revolución industrial, ni el avance científico o tecnológico, ni el triunfo del Estado de Bienestar, sino la irrupción de los mediocres en los gobiernos.
Los mediocres se han unido y organizado, tomando el poder y convirtiéndose en la clase dominante que impone su ley en todo el planeta. El fin de los partidos políticos es disfrutar de los privilegios. La inteligencia y la virtud han sido desalojadas de los palacios y ministerios, donde ahora imperan la mediocridad, la vulgaridad, el egoísmo, la mentira y el odio.
Desde que los mediocres nos dominan, los grandes hombres y mujeres no son admitidos en el poder porque su simple presencia ridiculizaría a las bandadas de mediocres y torpes que nos dominan. La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Bien lo decía Erasmo de Rotterdam.
Aquí y en todo el mundo, gente sin grandeza ni méritos ha tomado el poder
El dominio que ejerce la mediocridad es letal y está destruyendo, poco a poco, todos y cada yo de los logros y conquistas de la civilización, desde la libertad y los derechos individuales hasta los grandes valores, pasando por la fraternidad, la tolerancia, el buen gobierno y el reino de la verdad. La moderna ciencia política está rebasada, opinan Rubiales y muchos teóricos más.
Trump, Macron, Rajoy, el junior de Corea del Norte, EPN, entre muchos otros, persiguen y maltratan la inteligencia, el honor, el trabajo, el valor y la virtud. El mundo que construyen los inútiles es un infierno para los mejores y un paraíso para imbéciles y miserables. Para ellos lo importante no es gobernar, sino controlar el poder.
Forman una gigantesca confabulación de gente sin grandeza ni méritos que ha tomado el poder y está convirtiendo el mundo en un basurero, opinan las conciencias lúcidas. El rechazo de la ciudadanía a los políticos es consecuencia directa de la dictadura de los mediocres, opina Noam Chomsky.
Nuestros mediocres capitulan ante el Imperio, transan con los financieros
En México, los mediocres son gobernantes y asesores de la casta dorada que se cotizan igual que aquellos bien dotados acompañantes de los legionarios romanos que eran presumidos por sus generales en cualquier tina imperial. Símbolos de status, privilegio de ñoños, atracadores de un presupuesto endeble.
En lo primero que piensa un aspirante a político es en las prebendas del poder: el boato, la complicidad, el protocolo, la corrupción, la sumisión de los demás ante su culto personal. Entronizar la propia mediocridad, antes que cualquier otra consideración. Así tenga que entonar mil veces al día un himno nacional que ni entienden.
Su carrera fue hecha a base de hablar con voz engolada. Controlar las luces del plató y los movimientos del teleprompter. A eso se dedicaron toda la vida. Son los nuevos oráculos. La gente de a pie los oye pontificar y hasta llega a creer que está luchando a favor de ella.
La gente no se imagina lo que harán al llegar: capitulan en favor del Imperio, transan con los financieros, bajan la cortina, y declaran todas sus operaciones “estratégicas” selladas a la opinión pública, con el retintín de que se trata de asuntos que ponen en riesgo la seguridad nacional. Lo demás es sólo coser y cantar. El mediocre es un astuto vulgar.
Son los constructores de la vacuidad. Les molesta que les echen a perder el tinglado
Como toda Corte de ese jaez requiere de aduladores, eso se torna más fácil: echan mano del presupuesto para controlar los moche$ de la prensa infame. Tienen comprados a todos los loros del circo. Cada uno tiene un precio más conocido que los menús de los congales. Todo se encuentra ya establecido desde hace tiempo.
La mancuerna no falla. Siempre está puntual al cobro de la maleta, previo moche al publirrelacionista, que casi siempre se queda con la tajada del león. Y así se forjan las catervas de mediocres que nos aniquilan en vida. Es un jueguito estulto e insulso en el que, como en el hipódromo, no ganan ni los caballos.
Son los constructores de la vacuidad. Por eso les molesta que alguien les eche a perder el tinglado; ellos sólo necesitan a los aplaudidores del merolico. Cuando ven que alguien se codea con el populacho ordenan le señalen y sentencien de populista, de romper los cánones establecidos, de atentar contra el pudor y las buenas costumbres.
Han hecho de la Nación un negocio, con más cabezas que las hidras mitológicas
Los mediocres y vulgares prefieren la comodidad. Si para lograrla en abundancia es preciso robar, engañar y matar, no paran en los pruritos del caso. Se hacen una con delincuentes, trasegadores y todo tipo de mañosos instalados en las cúpulas del crimen para lograr su propósito, al fin sobran los medios que lo justificarán ante el respetable.
Han hecho de la Nación un negocio, con más cabezas que las hidras mitológicas. Todos están metidos en los embutes, nadie puede hablar porque revelarían todo el entramado, que depende de seguir la primer pista. La República está a sus pies. Los interlocutores también. La vergüenza popular no existe: ha sido engañada por los medios vendidos.
Para colmo, cuando abandonan el cargo, aunque lo hayan dejado desprestigiado, saqueado y para el arrastre, si son cobijados por los medios se convierten en los referentes obligados del sistema, dueños de sus secretos, aunque éstos les hayan pasado de noche en medio de su ignorancia y su molicie.
Los aplaudidores los convierten en los héroes de la gleba. Nadie es mejor que ellos, los que lleguen tendrán que ajustarse a sus designios y a su estilo. Porque de no hacerlo, sobrevendrá el caos incontenible. Inflación, devaluación, fuga de capitales, caída de la inversión, el infierno para los de escasos recursos. Lo gritan a voz en cuello, aunque los mediocres hayan dejado un cochinero.
Hoy somos referente de cómo luchar para detener el triunfo de la mediocridad
El ocaso de los mediocres es el fin de los paniaguados del poder. El infierno de todos tan temido. La pesadilla del ostracismo o de la cárcel que los amenaza por igual. La dignidad ofendida hecha justicia. Si fallan sus pronósticos se acaba el mundo. Así son de predecibles.
Pero el mundo cada vez está más atento de lo que pase en México. Somos hoy un referente incomparable de cómo debe hacerse para luchar y erradicar la corrupción rampante y detener el triunfo de la mediocridad a base de ideas y de programas que funcionen. No debemos desperdiciar la oportunidad de demostrarlo.
Por única y quizá última vez debemos comprobar que sí se puede. Que el atraco, la rapiña y la ignorancia no deben sentar sus reales en este país, tan necesitado de verdad, tan añorante de justicia.
¡No volvamos a darles poder a los mediocres!
¡Pagamos cara su insuficiencia, pequeñez y vulgaridad!
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Luego de que Janine Otálora, presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación dijera que ese órgano ha contribuido a restablecer la “quebrantada esperanza” en la soberanía del pueblo, luego también de recibir su constancia como Presidente Electo, Andrés Manuel López Obrador pronunció un discurso del que vale la pena rescatar algunas frases: “El Ejecutivo no será más el poder de los Poderes”. Al recordar a algunos líderes sociales, destacadamente a Emiliano Zapata y al desaparecido colega Jaime Avilés, afirmó: “Ellos contribuyeron a que se hiciera realidad esta transformación en nuestro país”. Y “muchos dirigentes sociales, políticos, que se nos adelantaron, que están, seguramente, muy contentos en la gloria, porque el infierno no existe”. Para el pueblo: “Agradezco a los ciudadanos que depositaron en mí su confianza y reconozco la madurez política de quienes aceptaron los resultados electorales”. Dijo que la gente votó por un gobierno honrado y justo: “La mayoría están hartos de la prepotencia, del influyentismo, de la deshonestidad, de la ineficiencia”. Los mexicanos, continuó, votaron también para que se ponga fin a las imposiciones y a los fraudes electorales. “Quieren castigo por igual para los corruptos”. López Obrador recordó que siempre ha actuado por principios.
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