Juan Luis Parra
Como lo escribí hace dos meses en mi columna “Te digo Venezuela, para que entiendas México”, advertí que lo que se gestaba en el Caribe no era casual. No eran ejercicios militares. No era retórica electoral.
Era el principio del fin del Cártel de los Soles.
Hoy, 1 de noviembre, lo confirmamos: la guerra comenzará inminentemente, y no es contra Venezuela. Es contra el capo que se robó un país.
Ayer, el Miami Herald aseguró que es cuestión de días u horas. Trump ya tendrá todo listo, y con China feliz con un acuerdo comercial y Putin contento con la parte de Ucrania que le dará Trump, no habrá reacciones de los únicos aliados que tenía Maduro.
No habrá invasión. No habrá bandera izada.
Habrá helicópteros, comandos y capturas.
Porque esto no es una guerra. Es una redada.
A estas alturas, seguir llamando “presidente” a Nicolás Maduro es como decir que Pablo Escobar era “empresario”.
Venezuela no es una nación. Es un botín.
Un territorio controlado por un cártel con rangos militares y misas revolucionarias. Cuando destruyeron a la paraestatal del petróleo, PDVSA, el Pemex de Venezuela, la cocaína sustituyó al petróleo. El uniforme verde olivo reemplazó al traje diplomático.
Como sucederá en México dentro de poco tiempo…
El Cártel de los Soles, llamado así por los soles que cargan en sus uniformes; estrellitas de los capos militares que mueve 500 toneladas de cocaína al año, según cifras de inteligencia norteamericana. Todo lo dirige un “jefe de Estado”, pero que se comporta como cualquier otro narco: compra lealtades, reprime rivales y manda su producto a donde más dé negocio.
Y ya ni se esconden. El gobierno estadounidense aumentó la recompensa por Maduro a 50 millones de dólares. Y ofrece 25 millones por cada uno de sus capos: Diosdado Cabello, el cerebro de la operación, y Vladimir Padrino, el músculo armado. Para Washington, no son funcionarios: son narcos.
El negocio es claro, nos lo dijo el propio Trump en una declaración reciente: Colombia produce, Venezuela traslada, México distribuye. Palabras textuales del presidente de los Estados Unidos. Y si quieres cortar la cabeza de la serpiente, tienes que empezar por Caracas.
¿Cómo, cuándo y por dónde?
No hay misterio.
Desde agosto, Estados Unidos ha convertido el Caribe en una base flotante. Portaaviones, destructores, submarinos, drones Reaper, bombarderos B-1 y B-52. F-35 listos para despegar desde Puerto Rico, desde Aruba o Trinidad y Tobago. Todo está en posición, todo está apuntando y todo está a 10-30 minutos en aire.
Ya volaron bombarderos a menos de 72 km de la costa venezolana. Ya sobrevolaron helicópteros de los Night Stalkers, la misma unidad que mató a Bin Laden, a solo 145 km de Caracas. Ya hubo cazas que violaron el espacio aéreo de Venezuela. Ya destruyeron narcolanchas. Ya están ahí.
El USS Gerald Ford llegó al Caribe con 90 aeronaves y 4,500 efectivos. Pero no está solo. Lo escoltan al menos cuatro destructores, un crucero de misiles y un submarino nuclear. El 10% de toda la flota de guerra de Estados Unidos está concentrada ahí. El objetivo no es solo Maduro: es todo su sistema.
En tierra, los Night Stalkers ya tienen a Venezuela en la mira. Aún no atacan, pero ya tienen muy nerviosos a los solesitos. Es un juego de desgaste. Una guerra psicológica. Hacer sonar la alarma tantas veces que cuando finalmente entre el comando, nadie tenga energía para resistir.
¿Y la fecha? Hoy. O mañana. O esta madrugada. Porque Trump quiere que nadie lo vea venir, pero todos lo sientan.
La estrategia está calcada de una vieja película: Cómo robar un millón de dólares. Sonar la alarma cinco veces, para que a la sexta la desconecten.
Y entonces, bang: Diosdado Cabello, ministro del Interior, objetivo prioritario. Vladimir Padrino, el de Defensa, también. Las recompensas ya están en la mesa. 25 millones por cada uno. Finalmente, 50 millones por el pez gordo, Maduro.
Y si crees que esto es especulación, escúchalo de boca del senador Rick Scott: “Maduro tiene dos opciones: o se va a China o a Rusia… o lo van a eliminar”. En entrevista con CBS, lo dijo sin tartamudear. Y no está solo. Lindsey Graham y Marco Rubio han pedido lo mismo: decapitar al cártel de Estado.
Para Trump, esto no es Irak ni Afganistán. No necesita invadir un país para arrestar a un narco. Solo necesita que su ejército esté listo y que tengan provisiones cerca. Para eso es el USS Gerald Ford: no vino como un arma, vino como una base militar flotante.
El graso error de Putin con su invasión a Ucrania fue estar seguro que su invasión le llevaría 3 días y miren donde estamos ahora. El problema fue que no tuvieron provisiones cerca.
Eso no le pasará al ejército de Trump, pues sirvió de experiencia lo que le pasó a los rusos.
¿Tanto le interesa a Trump?
Sí.
No se trata de derrocar una ideología. Se trata de destruir un cartel. Porque eso es lo que es: un cartel que se robó una elección, que trafica toneladas de droga, que tiene alianzas con mafias italianas, guerrillas africanas, yihadistas magrebíes y laboratorios mexicanos en varios continentes.
No es teoría de la conspiración. Es logística criminal.
¿Democracia? Eso es para las cumbres.
Aquí se trata de rutas, cargamentos, control territorial. Y el control cambiará de manos.
Y ahora sí, prepárense.
Porque cuando caiga el cártel que traslada, el siguiente paso será el que distribuye. O sea, México.
Trump ya trazó la cadena: Colombia produce, Venezuela traslada y México distribuye.
El mapa es claro: la autopista 10 (tema que abordé en aquella columna referida al inicio), es la columna vertebral del crimen global. Y los mexicanos tienen la última caseta.
Esto no se trata de Venezuela. Se trata del crimen organizado como modelo de Estado.
Se trata de gobiernos que entregaron el poder a mafias, y que ahora pretenden disfrazarse de víctimas.
Cuando un narco se apodera del Estado, ya no hace falta declarar una guerra. Basta con ejecutar un arresto.
Trump lo entendió. Lo prepara desde hace meses. Lo anunciará sin decirlo.
Y hoy, primero de noviembre, es el punto de no retorno.
La pregunta ya no es si va a pasar.
Es si México se prepara para cuando le toque.
Porque le va a tocar.





