Ramsés Ancira
En prisiones de la Ciudad de México, tres jóvenes pagan por el delito de haber rondado un edificio de departamentos en la Colonia Narvarte, donde se cometieron cinco homicidios tras torturas sin precedentes en la historia criminal de la Ciudad de México ¿pero ellos los cometieron? Es muy poco probable, pero al menos uno de ellos resultaba un pagador perfecto.
Los torturadores, violadores y multihomicidas, dejaron atrás el ADN de su semen, muestras de entrenamiento criminal de alta escuela, pericia en torturar para obtener confesiones, el indudable uso de silenciadores y una escena del crimen, no sólo brutal por la cantidad de víctimas, sino por la saña empleada con ellas, que incluyó el empalamiento de la más hermosa.
Antes, o durante el crimen, llamaron a tres jóvenes para recoger un auto, quizás, además una maleta con el objetivo de que los captaran las cámaras de seguridad pública. El viejo truco del mago y la asistente. Hacer que el público fije la mirada para que se vea algo intrascendente, para escamotear lo que es realmente valioso.
Al menos uno de estos detenidos por asesinatos que él difícilmente cometió, resultaba ideal para cargar con los muertos, un ex policía que trabajó un solo día después de haber salido de la Academia de Policía, se llama Abraham, y su historia como pagador de delitos, empezó un día de 2011. Se puede verificar en You Tube y en los archivos de la propia Academia, con las palabras “Jorge Becerril, balacera en Tepito”.
La primera tarea asignada a los egresados de la Academia de Policía era lucirse ante la ciudadanía con sus impecables uniformes y fueron llevados al Zócalo, sin armas, a realizar tareas de vialidad. En eso se informó que había un operativo en Tepito después de una balacera y pidieron el apoyo de los jóvenes, flamantes uniformados.
Abraham Torres Tranquilino acudió emocionado al que sería su primer y último operativo. Los delincuentes se habían atrincherado en un edificio. Había una ventana en la que cabía un joven esbelto, los policías de carrera eran todos gordos. Él se ofreció y entró.
Un reportero de Milenio, Jorge Becerril, entró confundido con los policías al edificio y grabó con la cámara de su teléfono como un policía gordo y con chaleco blindado, sumergía en una cubeta rosa la cabeza de un detenido.
Quien fuera ese policía obeso y torturador, al que le fincaron responsabilidades fue a Abraham. Lo despidieron y tuvo que firmar cada semana ante un juzgado. Sus sueños de ser un policía honesto, los ideales que reforzó en la Academia de Policía de la Ciudad de México se hicieron polvo. En un bazar del sur de la Ciudad su madre puso un local de accesorios para celulares. Abraham aprendió a componer esos teléfonos portátiles. Vivía bien de ello.
Truncados sus sueños de ser policía, ya no tuvo reparos en probar la marihuana, se aficionó a esta.
En una fiesta conoció a una modelo colombiana. “Sus medidas 90-60 revienta”. No podía menos que enamorarse de ella. Tampoco ella se hubiera fijado en él si no se tratara de un muchacho delgado, simpático, bien parecido, aproximadamente de 1.70 de estatura y menos de 70 kilos de peso. No le gustaban los tatuajes.
Rentaron un departamento en la calle de Patricio Sanz de la Colonia del Valle. Ella le dijo que tenía que mandar dinero a su familia a Colombia, en ocasiones él se lo daba. Ganaba de 300 a 500 pesos por reparar cada teléfono. Le alcanzaba para esto.
Se pelearon. El dejó el departamento y cambió de número telefónico. No quería caer en la tentación de ese cuerpo escultural.
Ella se refugió en la casa de una activista pro derechos humanos, que tenía relación con un fotógrafo que denunció brutalidades de la policía en Veracruz. También tomó una fotografía del gobernador que podía ser considerada ofensiva, pero esto sólo fue una distracción mediática.
Rubén, que así se llamaba el fotógrafo recibió amenazas a su vida. Le siguieron, seguramente policías expertos. Salió del estado. Regresó a la Ciudad de México.
Una noche de otoño de 2015 que se distinguió por un fenómeno lunar Rubén departió con tres mujeres. Se fue del departamento de la colonia Narvarte. Dejemos por un momento su historia.
Mientras tanto regresemos con Abraham. Un amigo suyo lo encuentra días antes del multihomicidio. “Mile quiere verte”.
– Está bien, dale mi número.
¿Por qué regresó Rubén al departamento de la activista? ¿Para tener relaciones sexuales? ¿Por qué se les hizo tarde a los multihomicidas y lo atrajeron de alguna manera de vuelta?
Lo que sí se sabe es que Rubén presenció cómo torturaban a la activista pro derechos humanos. Un hombre puede resistir los golpes, pero es más difícil soportar ver como una mujer a la que se aprecia es asfixiada. Fue el primero en recibir el disparo del arma con silenciador.
También Abraham Torres Tranquilino debió recibir una llamada. La geolocalización de su celular revela que salió de su casa en el centro de Xochimilco, pero en lugar de ir a su puesto de telefonía celular en un bazar al sur de la ciudad acudió a Narvarte. ¿Le dijeron que Mile quería hablar con él? ¿Devolverle el auto o algunas pertenencias comunes?
Nada debía temer porque no huyó de la ciudad. Regresó a su casa, donde fue detenido semanas más tarde. Torturado en la celda del Reclusorio Oriente, y amenazado de que si no firmaba las confesiones la pagaría su madre, el egresado de la Academia de Policía escribió lo que le pidieran.
La familia de Mile, llegó a visitarlo hasta su celda. Le bendijeron, sin creerlo responsable.
En el reclusorio oriente, Abraham se hizo pintar todo el brazo derecho con un enorme tatuaje. Delgado, de mediana estatura, pensó que tal vez así pudiera lucir malo e imponer algo de respeto entre criminales.