CUENTO
La noche del 15 de septiembre, Lupita Pech, una joven licenciada, nacida en un pueblito llamado “Mun-Ass, no paró de festejar el resto de esa noche, en la que todos sus compatriotas festejaban su dizque Independencia. Y es que su novio: un joven guapo de un lugar llamado
“Mérida la Sucia”, se hincó frente a ella, diciéndole así: “Lupita, la más hermosa de las mujeres, ¿te gustaría casarte conmigo?”
La joven, desde luego que respondió “¡sí!”. La propuesta la había puesto tan contenta, que, esa noche, sus ojos no pararon de ver “pajaritos” de muchos colores. Era como si la imagen de los fuegos artificiales, estallando en el aire, se le hayan quedado impregnado en sus pupilas.
Una semana después, los novios acordaron casarse el 16 de enero, que era cuando la joven cumpliría 28 años. Lupita Pech, desde aquel instante, se puso a contar los días que hacían falta para dicha fecha. Tanto ella como su joven novio, pensaban que sentirse tan felices era casi un pecado. El mundo ahora les parecía muy pequeño.
“¡Qué dichosa me siento!”, se decía la joven todas las mañanas, mientras conducía por la carretera, rumbo a su trabajo. Ella había conocido a su novio en un despacho de abogados, donde ellos eran los más jóvenes. Lupita era muy buena en su profesión. Tanto así que, al año de haber entrado a trabajar en este lugar, fue designada como jefa de su departamento. Lupita se especializaba en asuntos de divorcio.
“¡Qué dichosa soy!” Y un día, cuando ella se dio cuenta, ya era noviembre. Para este entonces, ya casi todos sus familiares estaban enterados de su próximo casamiento con un licenciado de Mérida la Sucia. Ella, que tenía unos ocho tíos y tías, y unos veinte primos, incluyendo hasta a las mujeres, no veía la hora para abrazar a su primo favorito, a quien tanto deseaba presentarle a su joven amado.
El primo en cuestión llegaría al pueblo -junto con sus padres- la mañana del día en que se festejaría a los muertos infantiles: es decir el uno de noviembre. Lupita siempre lo había querido mucho, ya que este muchacho tenía algo muy común con ella: ambos eran unos “fashionistas”.
Ese día, la mayor parte de su familia vino a su casa para comer tamales colados, que su misma madre había preparado y cocido en ollas de casi medio metro de alto. Lupita Pech, a pesar de su profesión y de ganar buen dinero, seguía conservando su esencia de siempre. “El que yo lleve ropas caras, no me hace mejor que nadie”, le gustaba decir a una de sus amigas, cuando escuchaba por el camino decir a alguien: “Fo.
¡Ahí viene la licenciada! ¡Se cree mucho!”
En el pueblo, su exquisito gusto en el vestir, era envidiado por muchachas, y por las madres de estas. Todas, sin excepción, le deseaban mal en secreto. La querían ver infeliz y desgraciada. No soportaban que Lupita fuese una mujer de mucho éxito laboral y personal.
Y, tal vez debido a la mucha envidia que despertaba en ellas, el infortunio terminó tocando a su puerta. Como si de una maldición se tratase, Lupita vio cómo su enorme felicidad cayó al suelo, rompiéndose, como si de un vaso de cristal se tratase. “Crash…” El ruido del objeto estrellándose contra la dura superficie atravesó su corazón, que luego enseguida se comenzó a desangrar.
Herida a más no poder, Lupita fue y se encerró en su cuarto a llorar por la horrible noticia que su novio le dio el primer día de diciembre. “…Créeme que lo siento mucho, pero…” Los novios se encontraban en sus trabajos. Era la hora del descanso, y el muchacho había aprovechado el tiempo libre para hablar con su prometida.
“¿Que te has enamorado de QUIÉN?”, preguntó Lupita, como si en verdad no haya escuchado lo que acababan de decirle. “¡Nunca debí de presentártelo!”, se recriminó, cuando su novio volvió a contarle cómo fue que apenas ver a su primo de Estados Unidos, se sintió flechado hacia él. “¡Ahora resulta que eres gay!” El joven permaneció callado, mirando con arrepentimiento a la mujer que se supone sería su esposa.
“¡Perdóname, perdóname!”, repitió unas diez veces. “Pero…” Lupita ya no escuchó más. Había salido corriendo de la oficina.
A partir de ese día, la joven no hizo más que llorar y estar deprimida por lo que le había sucedido. Acostada en su hamaca, y envuelta en su cobertor, se la pasó odiando el mes de diciembre. En su mente ya había visualizado las escenas más hermosas junto a su novio. Ella y él de pie junto a su arbolito navideño, ella y él en la mesa de la cena de noche buena; ella y él sonriéndole a sus familiares…, ella y él con sus gorritos de Santa… Ahora ya no habría ¡nada de todo eso!
“¿Ya supieron lo que le sucedió a la licenciada?”, era la pregunta que se hacían todas las mujeres de aquel pequeño pueblo, en donde todos sabían quién era quien. “Ay, ¡pobrecita!”, respondían las no muy malas. “¡Bien que se lo merecía!”, respondían por otro lado las más envidiosas.
La desgracia personal de Lupita fue noticia viral todo aquel mes de diciembre. En las calles, en el mercado; a donde sea que uno iba, fue lo único de lo que se habló y se comentó. La pobre muchacha, debido a la vergüenza que sentía, dejó de salir a la calle. Hasta casi y renunció a su trabajo. Pero su jefe, que conocía su talento profesional, la instó para que se tomara un descanso. “Te seguiré pagando”, le dijo a la joven licenciada. Lupita terminó aceptando el amable ofrecimiento.
Pronto Navidad llegó y Lupita en lo absoluto festejó nada. Sus padres trataron de convencerla para que cenara con ellos, pero ella se rehusó, quedándose encerrada en su cuarto: el único lugar donde lograba sentirse a salvo de los chismes de las mujeres.
Al siguiente día, todo fue normal. Las calles lucieron vacías. Lejos, en algunos lugares, se escuchó música. Lupita permaneció todo el día acostada, viendo en su teléfono celular las fotos que se había tomado junto a su antiguo novio. Su corazón le dolía mucho. Pero, a pesar de esto, ella no podía dejar de mirar aquellas imágenes, que ahora le resultaban muy dolorosas.
Y así el tiempo transcurrió…, hasta que llegó el día que venía siendo el último de este año 2021. Lupita se encontraba como siempre, acostada. A través de su ventana, contemplaba las nubes que se movían, y el fondo azul del cielo que tan bello se veía aquel día. Lupita, un poco más repuesta de su dolor emocional, se mecía ahora en su hamaca. Para ganar impulso, su pie golpeaba suavemente la pared. En una de esas, casi se le fractura el tobillo. Lupita, al instante de sentir su pie golpearse más duro contra la pared, exclamó en repetidas ocasiones la palabra “¡Mierda!”
Después, ella se puso a reflexionar un poco sobre esta misma palabra, que a muchas personas les desagradaba escuchar. “¡Mierda!” Acostada como lo estaba, de repente, a su mente acudió una gran idea. “¡La mierda eres tú!”, exclamó, al instante que se levantó muy rápido.
Reaccionado para su propio beneficio personal, ella se propuso ya no dejarse arrastrar más por su dolor. Entonces fue al baño y, para despabilarse aún más, dejó que el agua fría le refrescara cada poro de su piel. Lupita emitió un pequeño quejido al momento que su cuerpo sintió las primeras gotas de aquel líquido.
Terminado su baño, salió y; con la ayuda de otra toalla se comenzó a secar el pelo. Su cuerpo llevaba una toalla de color amarillo, que le cubría pechos y parte de sus piernas. Sorprendida así misma, Lupita se sintió una mujer renovada. Era como si el agua le haya lavado todo su dolor. Ahora, para asombro suyo, ya no sufría como antes.
“La, la, la”. Lupita empezó a cantar las canciones que escuchaba en su teléfono. Después de media hora, mientras se pintaba las uñas de color rojo pasión, una melodía muy ad hoc para su situación actual, empezó a sonar. Y Lupita Pech, que sabía hablar español, maya e inglés, se levantó de su silla; e imaginando ser ella misma una estrella de rock, se puso a cantar los coros de aquella canción de la banda Journey: “… I´ll be alright without you, there´ll be someone else, I keep tellin´ my self…” “I´ll be alright without you… pelaná” Lupita se puso a reír por la última palabra añadida por ella al coro de esta bella canción. “Estaré bien sin ti, pelaná. Ya habrá alguien más…”
Gracias a las letras de esta canción, ella terminó por convencerse de que en menos de lo que canta un gallo encontraría de nueva cuenta a alguien a quien amar. “¿Seguir sufriendo por él? ¡Jamás!”, resolvió la joven. Lo mejor de la noche aún estaba por llegar.
En unas horas más terminaría el año, un año muy doloroso para ella, desde luego. Mirando nuevamente a través de su ventana, la joven se hacía un montón de preguntas. Ahora meditaba sobre una manera para enterrar por siempre los recuerdos de “él”. En su ropero, en uno de los lados, seguían guardadas algunas cosas de su ex novio, Algunas camisas, pantalones y playeras se podían ver colgados en ganchos de plástico.
Lupita se la pasó pensando en una manera para deshacerse de todas esas cosas. El joven, incluso, había dejado en el cuarto de su novia algunos perfumes. Lupita ahora, al abrir la puerta del compartimento donde guardaba sus joyas, no pudo evitar mirar aquellas pequeñas botellas.
“¡Juro que te enterraré!” Lupita pensó en varias opciones para deshacerse de aquellas cosas. Una de ellas era que podía regalárselas a alguien. Pero luego, pensando en lo chismosas que eran las mujeres de aquel lugar, llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era realmente enterrar todo aquello.
Pero para ello iba a necesitar cavar un hueco; cosa para la que no tenía ganas ni energías. Aparte, se ensuciaría sus uñas recién pintadas.
“¿Entonces? ¿Cómo enterrarte?” Lupita se la pasó reflexionando un gran rato…, hasta que al fin se le ocurrió una idea muy brillante. “¡Pero claro!”, exclamó, llena de alegría. “¡Eso es lo que haré!”
“Mami, ¿me prestas tus agujas y tu tijera?”, pidió Lupita. Su madre, extrañada por tal petición, se preguntó para que los necesitaría. “No irás a suicidarte, ¿verdad?”, preguntó muy preocupada la señora. “¡Ay, ma. Claro que no! ¡Ni que fuese yo bruta!”, respondió Lupita. Su madre respiró aliviada.
Lupita se la pasó ocupada toda la tarde de aquel 31 de diciembre. Ella no paró de trabajar en su proyecto. Después de varias horas de estar cortando y cosiendo telas, se levantó del piso y miró su trabajo terminado. Esto la hizo sentirse muy feliz. También le hizo recordar que ella siempre había sido una ganadora nata. Por lo tanto, esto era lo último que haría para enterrar por siempre a su ex novio. Después, volvería a ser la misma mujer de siempre.
“Señores y señoras, niños y niñas… Les presento a don Mierdero” Lupita se puso a reír como loca, después que anunció esto último. En un rincón del cuarto se encontraba asentado su muñeco de año viejo, que, desde luego, también representaba a su ex novio.
Al dar las ocho de la noche, Lupita se acercó a él y lo tomó de su mano. Luego lo llevó arrastrando hasta la esquina más próxima a su casa, donde lo sentó sobre una silla vieja de madera. La gente, que ese día solían pasear por las calles para buscar muñecos de año viejo, cuando llegaban frente a éste, siempre exclamaban lo mismo: “¡Pero qué muñeco más elegante!”
Lupita lo había vestido con unos pantalones vaqueros, uno de esos muy famosos que todo el mundo siempre deseaba usar. La tela de su camisa, que era de color rosa claro, contrastaba mucho con dicha prenda. Sus zapatos, unos mocasines de color café, brillaban mucho. Nada le había faltado a aquel muñeco. Si uno lo miraba de lejos, de verdad podía creer que se trataba de una persona de carne y hueso. Lupita había hecho un excelente trabajo.
“¡Idiota!” Las horas pasaron y entonces dieron las once. Esa noche, mucha gente salía a las calles para mirar volar globos, hechos de papel y alambre, y que eran impulsados por una pequeña veladora colocada adentro, así como también alguno que otro fuego pirotécnico, que las gentes con más dinero compraban para dicha noche.
Lupita esperó acostada en su hamaca el momento indicado para ir y preparar a su muñeco para su muerte definitiva. Mientras tanto, en otras partes del mundo ya era el 2022. “Pero ni en Nueva York ni Sídney se verá jamás un muñeco como el mío”, se jactó la joven, mientras miraba por la tele las celebraciones de las gentes en dichos lugares.
A las 12 menos 10, ella al fin accedió a la parte final de lo que venía siendo su luto. Por fin incineraría “el cuerpo” de su ex novio.
“Adiós, ¡imbécil!”, le dijo, mientras lo bañaba con los restos de sus perfumes. Algunas personas se habían reunido en aquella esquina para ver arder el muñeco de Lupita. Todos los que lo miraban no podían entender su verdadero significado.
“Cinco, cuatro, tres…” La cuenta regresiva dio inicio. Las gentes contaron…, hasta que al fin dieron exactamente las doce. Lupita entonces aventó el cerillo, que, apenas tocó al muñeco, hizo que se encendiera con mucha rapidez. “Adiós, ¡pen…!” “Dejo mi herencia a los hijos que jamás tuve”, rezaba un cartel que Lupita le amarró al cuello de su ex novio.
“¡Feliz año nuevo! ¡FELIZ AÑO NUEVO!”, escuchó Lupita a varias personas decir, mientras miró arder al 2021: el muñeco más oloroso de aquella noche. Transcurrido un rato, sucedió algo que solamente ella pudo ver. De entre los restos del muñeco surgieron varios vapores, que luego comenzaron a subir hacia lo alto.
Lupita los siguió muy atenta. En su mente solamente acertó a pensar que todo eso se trataban de los recuerdos que ahora subían al cielo.
Los pavores continuaron subiendo, hasta que, de repente, a una velocidad indecible, Lupita los vio descender.
Como si de un cuerpo muerto se tratase, aquellos vapores se habían incrustado bajo la tierra. Lupita, sonriendo nuevamente, supo que su ex novio finalmente había sido enterrado para siempre.
FIN
Anthony Smart
Diciembre/30/2021