Por Alejandra Del Río
El gobierno de Claudia Sheinbaum cerró 2025 vendiendo una idea poderosa: “la violencia va a la baja”. En Palacio Nacional presumió una reducción del 37% en el promedio diario de homicidio doloso al comparar septiembre de 2024 con noviembre de 2025, pasando de 86.9 a 54.7 víctimas diarias.
Es un dato políticamente rentable. Y sí: si uno mira la curva mensual, hay un descenso en “sus datos” que el gobierno convirtió en narrativa.
Pero México no vive de promedios: vive de funerales, de fosas, de extorsiones y de familias que se organizan para buscar con sus manos lo que el Estado no les devuelve. En ese terreno —el del país real— que no es el de su retórica mentirosa, el 2025 no se sintió como un “cambio de tendencia”, sino como una administración del daño.
El propio balance oficial divulgado hacia el cierre del año reconoce que los homicidios dolosos siguen concentrados brutalmente: siete entidades acumulan alrededor de la mitad, con Guanajuato a la cabeza y miles de asesinatos contabilizados hasta noviembre de 2025.
Es decir: aunque baje el promedio nacional, el mapa rojo no se desactiva; se redistribuye, se reacomoda y, en algunos territorios, se normaliza como “costo operativo”.
Además, la lectura por sexenios exhibe una verdad incómoda: la violencia homicida lleva casi dos décadas escalando sin romperse. Con cifras ampliamente citadas de recuentos oficiales y hemerográficos, Calderón cerró con 120,463 asesinatos; Peña Nieto con 156,066; y López Obrador terminó su periodo con cerca de 200 mil (El Financiero reportó 199,619).
Desaparecidos: el delito que el discurso “Desaparece”
Donde la “baja la violencia” discursiva se rompe, es en el dato más cruel: la desaparición. Mientras se presume descenso en homicidios, el Registro Nacional (RNPDNO) mostró —con corte al 18 de diciembre de 2025— 133,520 personas que permanecen desaparecidas o no localizadas.
Y en lo que va del año 2025 (del 1 de enero al 18 de diciembre) el propio registro contabiliza 33,595 personas desaparecidas/no localizadas o ya localizadas; de ellas, 13,814 seguían desaparecidas o no localizadas al corte.
Más brutal todavía: entre las personas localizadas en 2025, 1,378 fueron encontradas sin vida.
Esto no es un “pendiente técnico”. Es una crisis humanitaria. Y políticamente revela algo: “Si el homicidio baja pero la desaparición sube o se mantiene altísima, el país no se pacifica; se oculta el cadáver en la estadística correcta”.
Hay indicadores que no permiten festejo: por ejemplo, en 2025 se reportó el asesinato de 336 policías en el país (un promedio de casi uno al día), una señal de captura territorial y guerra cotidiana contra el Estado en su nivel más básico: el agente de calle.
Cuando matan policías así, no es “incidencia delictiva”: es disputa de control.
El propio debate público en torno a cifras se volvió parte del problema: la obsesión por el porcentaje, por el “mes más bajo”, por la diapositiva triunfal, Es clarísimo que todos los políticos de Morena aprendieron en la escuela de la mentira y la falsedad de López Obrador, lo que permanece incierto es que ganan cuando la gente ve caer muertos a sus veceinos, a niños y niñas por toda la República, victimas de la violencia generalizada por todo el país, ¿a quién defienden mintiendo con la estadística, a su gobierno o al crímen organizado?, por que el discurso de todos los gobiernos anteriores a López había transitado por el vamos contra los malos… lucharemos hasta terminar con ellos…guerra frontal contra el crímen y si bien no lograron erradicarlo, al menos el pueblo tenía la esperanza de que se estaba intentando, de que se honraba a sus muertos reconociendo el fracaso del estado e intentando parar la avanzada criminal, pero al sufrir la violencia en carne propia y oir a un gobierno que la niega tajantemente, la desesperanza entra en los hogares mexicanos… ¿de que le sirve la desesperanza a Morena?
Mientras tanto, el país aprendió a vivir con una aritmética que sería inaceptable en cualquier democracia funcional: decenas de asesinatos diarios y decenas de miles de desapariciones anuales, tras dos sexenios consecutivos, el país sigue contando muertos en cifras históricas, la conclusión es inevitable: la escalada de la violencia no se “terminó”; se institucionalizó.
El gobierno puede cerrar el año con un gráfico descendente. Pero México lo cierra con algo peor: un estándar de horror que ya no escandaliza lo suficiente. Y cuando una nación se acostumbra a esto, la violencia no solo está “peor que nunca”: está más cerca de volverse permanente.





