· Pide el Papa a Argentina evitar la mexicanización
· Se muestra aterrorizado por lo que pasa en México
Hace unas dos décadas, no hace mucho en realidad, las advertencias venían de muchos lados. México estaba en peligro de colombianización.
El querido e inolvidable país de mi amiga Imelda Escarriá estaba totalmente a merced de las bandas de narcotraficantes y de los grupos criminales de la extrema derecha, con la complicidad gubernamental. Se culpaba también a los grupos guerrilleros de los infortunios que en realidad les infligían a los colombianos las clases dominantes, arropadas por los gobiernos conservadores.
Colombia era el horror y el terror mismos y nadie quería que a México le pasara lo mismo. Pero ocurrió lo que tenía que ocurrir por la irresponsabilidad de los gobiernos, principalmente de los gobiernos panistas, y más de Felipe Calderón quien, muy machito e inconsciente, peleonero como lo era desde la niñez y la juventud, le declaró la guerra a las bandas del narco, sin medir las fuerzas del gobierno, que se quedaron muy chicas ante la capacidad de fuego y de soborno de los poderosos cárteles de la droga, que superan a sus socios colombianos en saña, en violencia, en capacidad de confrontar a las fuerzas de seguridad gubernamentales.
Los capos colombianos encargaron a los mexicanos el trasiego y la comercialización de la cocaína y sus derivados para inundar el mercado negro de los Estados Unidos de Norteamérica, desesperadamente ávido de resolver sus gravísimos problemas de adicción a las drogas.
Pero la guerra tuvo costos ingentes, dramáticos, y los sigue teniendo. Tan sólo durante los seis años en que desgobernó el país Calderón hubo un saldo de unas 100,000 bajas en la declarada guerra, de acuerdo con fuentes de inteligencia estadounidenses. Pero las noticias amargas de secuestros, levantones, asesinatos, ejecuciones, daños colaterales de la confrontación desparecieron de los espacios y tiempos periodísticos, como una estrategia de ocultamiento de los hechos para no causar terror a los mercados.
Con todo, la inseguridad pública, la violencia y el asesinato, inclusive masivo, como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, continuaron y continúan, y con mayor fuerza. Los dos años más recientes no hacen ninguna diferencia con la intensidad de la violencia calderonista.
La historia la conocemos todos. Mas ahora se presenta un hecho que marca a los mexicanos y particularmente al gobierno del presidente Peña Nieto, a quien le llueve sobre mojado, y es la advertencia del pontífice católico, el papa Francisco, quien ha quedado aterrorizado ante la violencia en México.
“Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”, le escribe el pontífice al legislador argentino, porteño, Gustavo Vera, ante el avance del narcotráfico en Argentina, y le pide que traten de “evitar la mexicanización” del país.
No hay mucho que agregar. Los hechos hablan por sí mismos. La violencia del narcotráfico, de la delincuencia organizada, el horror y el terror en muchas regiones del país, particularmente hoy en Michoacán y Guerrero; el ocultamiento de la información de los saldos mortales, por política de comunicación social, y ahora la intervención del papa católico, que llena de vergüenza a los mexicanos conscientes.
Mientras tanto, el otro flagelo, menos mediático, le pega duro a los mexicanos. El fracaso de la economía, que va por la calle de la amargura, con la brújula vuelta loca. Sin poder responder con justicia a la demanda de justicia de los millones de trabajadores. Y millones de estos refugiándose en la economía subterránea, porque la formalidad no da para medio comer, ni para medio vestirse, ni para medio curarse, ni para medio morir medio bien.
La economía mexicana tiene la mayor tasa de informalidad del continente, según informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). México está en la punta, con casi el 60 por ciento de su Población Económicamente Activa (PEA), en diversas modalidades de la economía informal. En México, casi 80 por ciento de los trabajadores de la construcción son informales, así como 66 por ciento de quienes laboran en restaurantes y hoteles, 42 de quienes se desempeñan en la industria manufacturera, 17 de los que están en la explotación de minas y canteras y 55 por ciento de los del rubro del transporte.
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