Comparto estas líneas, sin nota alguna para arrebatar su atención, no pretendo adelantarme al hoy, menos al mañana, como sucede en mi circunstancia de conocer información de primera mano. Muchos colegas se cuelgan a mi dicho, reconozco, lo hacen mejor con su fuerza y altura.
Ahí están las noticias en los medios, sin meterle mano, cuando menos están al tanto, informados en frío sin reflexión de quienes intentamos cuestionar.
Hoy en ese paréntesis que obligo con respeto, no necesitan de mí. Yo, sí necesito de ustedes. Hoy, todavía, cuento con mi teclado y su leal lectura.
Me atrevo a… avisar mi nostalgia íntima. Los avisos de varios de mi generación, más jóvenes, que se adelantan sin siquiera despedirse o preguntar mi mano amiga para tenderla previo a ese adelanto que tarde temprano debemos enfrentar. Me causa un tremor inexplicable. La muerte no me espanta es un proceso natural. Alegre, semejante al nacer, enfrentar la veleidosa aventura de pérdidas y ganancias, siempre majestuosa por más rudo el camino, es, “fue”. La muerte, igual, me sorprende a ocurrir a ella. La cuestión, será más desafiante, u, otra vez, volver a sacar la vieja máquina de contabilidad para hacer corte cada día. Mi esperanza es sea menos exigente.
Cada uno de los que se adelantaron me remueve el pasado, es difícil aceptar su ausencia sin retomar los linderos de la Zona Roja de Acapulco, bailar por tres pesos de cachetito con prostitutas de aroma a mar y desodorante barato, de coger con Marcelina por veinte pesos leyendo su pasquín cuando para nosotros la primera vez, comprar las motos BSA-750 cms. /cúbicos en un lote exclusivo de autos de “Marca” en Polanco, con lana de papi, para corretear a más de 100 kms. por hora, por la carretera federal a Cuernavaca. Irresponsables, temerarios de más. Muy diestros, acostados en cada curva, hasta recoger pedacitos de asfalto como muestra de nuestra imbecilidad. Jorge, a sus 60 años, lo encontró un autobús de frente en la México-Toluca, un fin de semana cualquiera con los cuates del Club de Motociclismo, excelente navegador. ! PUF! En un tris se fue, ni siquiera para despedirse.
Salvador. Cene con el tres días atrás, en casa, me comentó dentro de su voluptuosidad de gordo feliz, soltero, que deseaba asociarme conmigo, recién heredó una fortuna inesperada. Le sugerí, no abandonar su puesto en la ONU, pedir vacaciones, y viajar en un crucero a las Islas Griegas. Después, más sereno replantearíamos la intención de sociedad. Como su costumbre se tomó tres whiskies bien servidos. Le acompañe a la recepción del edificio donde vivo, enfrente al Hudson de vientos insolentes, le sugerí pedir un taxi, yo no estaba dispuesto a encaminarlo tres cuadras largas a Port Authority para tomar su tren a casa. El frío, peor que el año pasado, únicamente invita a vivir nuevamente otro arresto domiciliario. Necio, “codo”, se dé siempre su actitud, no sacar más que la MetroCard para su traslado. Estuve tentado a dispararle el costo, pero… me dije: “si no se te da la gana el confort, jodete”.
Le mire alejarse con ese abrigo negro roído, atascado de moronas de pan, de grasa, en fin… seguro herencia del abuelo. Derrapaba como Bambi en el hielo de las aceras. Hasta que lo perdí de donde avisaba con sonrisa burlona.
A las tres de la mañana sonó el teléfono, quien más sino mi mujer para decirme te extraño, o contarme sus cuitas con las amigas leales de México. ¡No! Era Marcela del Consulado. Me alegre, por fin, cayó la paloma. Su voz recia me invitó a acompañarla a la morgue. Mi absurdo sentimiento donjuanesco, se invirtió a una visita inesperada. A Salvador, lo atropelló un autobús en la novena avenida, a tres cuadras de casa. El impacto fue fatal.
Lupe, mí querido Lupe, chavalazo, mi alumno, a quien motive dejar su puesto en el hotel boutique de Robert De Niro para abrir su restaurante. Lo viví con él, un año azaroso hasta que sirvió su primera orden en el “Mezquite”, en Astoria un suburbio prometedor. Recién llegaba a casa, para terminar de empacar para acudir a una invitación a Chilpancingo, La Montaña, Las Costas Chica y Grande en Guerrero, la voz de Natalia me informó que Lupe estaba muerto. Una “bala perdida” lo llevó con Jorge y Salvador.
Se preguntaran si deseo acudir a la calle, a Guerrero, igual me lo cuestiono, la vida continua el mejor hacer es transitar pidiendo que el final sea lo más lejano posible para terminar los propósitos de cada cual. Abrazo recio queridos lectores.