• Un académico represor
• Otro académico racista
A veces da la impresión de que este país llamado México, en donde nos tocó vivir (Cristina Pacheco dicet), no tiene remedio, como decía Colosio de Camacho, su adversario herido porque el Tlatoani prefirió al magdalenense.
Este México de mis amores, ni duda cabe, ya llegó a ser un país de cínicos simuladores o simuladores cínicos, sobre todo en este sexenio en que todo el mundo esperaba algo totalmente diferente a las frivolidades foxianas y los complejos felipenses.
Por donde se apriete al cuerpo social mexicano brota pus, podredumbre. Y los chicos, los que están aún en gestación, los recién nacidos, los niños y los jovencitos en crecimiento no se lo merecen. Les estamos heredando un país invivible, apocalíptico, sin salidas.
Acá, en este inmenso territorio hace de las suyas toda suerte de depredadores, ladrones, asesinos, engañadores, violadores, intelectuales de pacotilla, gobernantes corruptos. Una fauna dañina que vive a expensas de los seres humanos y de las bondades de la naturaleza. Pero el precio de la regalada vida que se dan estas especies destructoras es pobreza, miseria, insalubridad, enfermedades, hambre, desesperanza de las mayorías.
Acá suceden hechos dramáticos, tragicómicos, trágicos, vergonzosos, en tan solo 24 horas. Y no pasa nada. Algún funcionario es pescado viajando en un helicóptero del gobierno, lo renuncian pero sólo para disimular, como distractor para que los periodistas libres no reparen que otros funcionarios más siguen viajando en helicóptero porque así se los exige la chamba.
Los más recientes casos son de un joven que se autodenomina intelectual y académico, hijo de un admirable y admirado personaje, y que se ostenta como guardián de la “democracia”, y el de una jauría de hienas que se cebaron, la tarde del martes, sobre una mujer pobre y su hijo a quien le robaron su mercancía – cheetos, caramelos, chicles, antojitos chatarra – con una saña sin igual y como si hubieran atacado, vencido y expropiado a las fuerzas del mal. De veras. Los gañanes iban con la cara como de drogados.
Era más o menos, a ojo de buen cubero, una veintena de cretinos desarrapados, hienas en celo vestidas de policías comunistas (si es que los chinos aún traen el kepi de rojo), al servicio del director del metro de la ciudad de México, que triunfantes, como héroes, como marines estadounidenses. realizaron un enésimo acto de represión, ahora en la estación Candelaria, muy cerquita de la fábrica de leyes.
Excuso informarle que el niño fue violentado seriamente por las huestes gorilescas. Una mujer y su hijo en busca de la comida del día, que sobreviven al día, tratados como los peores criminales de la ciudad de México. Ni a los peores criminales los tratan con el odio con que atacaron a dos pobres que sólo buscan qué comer al día.
Y cada que pasa este tipo de violencias institucionales, muy frecuentes tales violaciones a los derechos humanos, perpetradas por las jaurías comandadas por el académico politécnico, cunde la indignación entre los usuarios del metropolitano, que tienen la mala suerte de presenciar esas aproximaciones al terror institucional.
En otro escenario, otro hecho protagonizado también por un académico, porque debo aceptar que es académico y no un miembro de la raspa callejera, cuyo vocabulario es alvaradeño o chiapacorceño, de mi nación Chiapa de Corzo.
Pues lo pescaron quienes se dedican al espionaje telefónico – ¿Cisen? ¿Los verdes, que lo odian porque les ha rebanado sustancialmente su financiamiento de campañas mediante las millonarias multas?) hablando por teléfono con otro cretino, como un cargador de la Merced, o de aquellos limpiabotas que había con la boca que sólo expulsaba majaderías, ramplonerías y sapos y culebras.
El hombre, que se dice intelectual y académico, y fue nombrado por el Congreso “Guardián de la Democracia” quedó peor luego de que ofreció disculpas, ante la prensa, por hablar soezmente de la indiada, aunque lo que más le preocupó fue que lo hayan cachado ilegalmente y levantó una demanda, muy enojado, en la PGR porque lo pillaron como al tigre de Santa Julia.
Salió tan racista como cualquier hijo de vecino. Porque, no me lo crea, pero el racismo es generalizado entre nosotros “los prietos”, como nos llaman en España. De balde, el intelectual fue a la universidad. ¡Qué boquita solo digna de un muchacho que creció en la calle o en un barrio donde no entra ni la policía. Y qué mente tan excluyente, tan ladina.
Hechos vergonzosos que develan el verdadero rostro del país.
¡Qué vergüenza de académicos!
fgomezmaza@analisisafondo.com
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