El anuncio hecho —al fin— el jueves 27 de agosto, de la renovación del gabinete de Peña Nieto causó —por decir lo menos— desconcierto entre quienes esperábamos un golpe de timón, o al menos un ligero cambio de rumbo para enderezar el barco. En cambio, lo que vimos fue un reacomodo de “medio tiempo” y un nuevo “parado táctico” (como dicen los comentaristas deportivos en alusión a las modificaciones ocurridas durante los partidos de futbol) con miras a la sucesión de 2018.
Aunque en condiciones muy diferentes, nos recordó aquel periodo previo a la toma de posesión de Vicente Fox en que anunció que el suyo sería un gabinetazo, y que terminó siendo más bien un gabinetillo, con personajes que abarcaron prácticamente toda la gama de grises y que nada dejaron como legado del foxiato. ¿O alguien recuerda algún programa memorable de Reyes Tamez en Educación, de Javier Usabiaga en Agricultura o de Luis Ernesto Derbez en Economía o la Cancillería, sólo por citar algunos de los miembros de aquel dream team del llamado gobierno del cambio.
Entre los relevos recién anunciados —más allá de que los inamovibles responsables de la política económica y de la política interna, quienes, pese a sus ineficiencias, pifias y escándalos, permanecen firmes al frente de los dos flancos más importantes del gobierno— destaca el reacomodo de José Antonio Meade, quien cumplió un papel decoroso en el último tramo del sexenio de Felipe Calderón y pasó sin pena ni gloria por la Cancillería durante el primer trienio del actual.
Su reubicación en la Sedesol, que es donde, para decirlo pronto, se reparten los subsidios del gobierno a los pobres —que sólo importan realmente en épocas electorales— aparentemente tiene la intención de atraerle reflectores con miras camino a la sucesión presidencial. Meade, quien no parece haber tenido trato cercano con este sector mayoritario de la sociedad, tendrá oportunidad de mostrar sus dotes de administrador desde una posición netamente política, luego de haberse desempeñado como técnico.
Muchos lo ven a la distancia como un eventual caballo negro en la carrera hacia la nominación priista a la Presidencia. Está por verse. Por lo pronto, lo menos que se espera de él es eficiencia en el manejo de los programas asistencialistas —esos de los que Peña Nieto reniega al tiempo que se toma fotos y palmea a los ancianos durante el “Día del adulto mayor”—, aunque queda un dejo de zozobra al pensar que, en un lance de neoliberalismo económico a ultranza, lo hayan puesto ahí para suprimir estos subsidios que, si bien habría que redefinir y reencauzar a necesidades prioritarias, son socialmente indispensables.
En este reacomodo se ve también el afán de Peña de llevar a la primera fila a Aurelio Nuño, para darle mayor exposición mediática y tratar de construirle un futuro como aspirante a la silla presidencial que difícilmente podía haberse labrado desde los sótanos —es un decir— de Los Pinos, en la oficina que ocupara Joseph Marie Córdoba Montoya, otrora todopoderoso y torvo asesor de Carlos Salinas de Gortari. Sin ánimo de descalificar sus capacidades y su preparación, salta a la vista que el nuevo titular de Educación no conoce una escuela pública más que por fuera y de lejos, dado que toda su formación académica tuvo lugar en recintos académicos privados y su desempeño profesional se ha dado en otros campos. Sin embargo, quienes lo conocen o lo han tratado dicen que Nuño es una persona comprometida con lo que emprende, y con capacidad para aprender.
De hecho, conoce el sector —al menos en el plano de los estudios, análisis y documentos de gabinete— y se espera que logre algún avance que pueda presumir al final del sexenio en aras de ser considerado entre los tapados. La tarea no será fácil con un presupuesto exiguo, pues lo poco que queda tras el desplome de los precios del petróleo —dicho sea de paso, éste es el único factor que ha impedido el remate de nuestros recursos energéticos— aparentemente se continuará dedicando al nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, que luce como la obra faraónica de este sexenio, pese a que no estará construido para 2018. Habrá que conceder a Nuño el beneficio de la duda. Sin embargo, el tiempo para que empiece a dar resultados en este sector fundamental para el País, apremia.
Del resto de los cambios destacan el enroque de Rosario Robles, quien seguirá sin tener por qué preocuparse, al menos en lo que al salario y las canonjías de secretaria de Estado se refiere, aunque con mucho menor protagonismo y lucimiento, y el de Claudia Ruiz Massieu Salinas, miembro del célebre clan al que pertenecen su abuelo, Raúl Salinas Lozano, sus tíos, Carlos y Raúl Salinas de Gortari, y su padre, José Francisco Ruiz Massieu. En su lugar llegó Enrique de la Madrid, también parte del selecto grupo de herederos del poder en México.
Otro movimiento que llama la atención es el relevo de Monte Alejandro Rubido por el abogado y escritor Renato Sales Heredia, de trayectoria impecable en el sector público. Al parecer, a Rubido se le hizo responsable único por la fuga de El Chapo, y ahora se apuesta por una carta prácticamente inobjetable, pues Sales ha trabajado con gobiernos perredistas, panistas y priistas y siempre ha entregado buenos resultados. Por eso mismo, se ve difícil que llegue a moverse con agilidad en un entorno tan viciado, opaco y complejo.
Por su parte, El nuevo titular de la Semarnat, Rafael Pacchiano, es militante del Verde Ecologista, partido por el que fue diputado federal e inició el sexenio como subsecretario, en la propia Semarnat. Cabe la esperanza de que, por una vez en su historia, ese partido haga honor al nombre, y que el más encumbrado en la política de sus afiliados tenga una actuación apegada a los ideales ambientalistas que en teoría lo animan, así como a la honestidad, la decencia y el decoro que deberían serle consustanciales; que algo haga por la preservación del entorno y el cuidado de nuestros menguantes recursos naturales, saqueados y depredados por empresas nacionales y trasnacionales a ciencia y paciencia del gobierno. Al menos Pachiano ha tenido tiempo de aprender sobre la dependencia a la que sirve. En cambio, el nuevo secretario de Agricultura, el exgobernador queretano, José Calzada, poco tiene en su trayectoria profesional que lo vincule con el agro, un sector olvidado por el Estado mexicano, que es fundamental para el desarrollo y para la salud social del País.
En suma, como decíamos al inicio de este artículo, los cambios en la baraja de Peña Nieto no parecen destinados a mejorar la eficiencia, sino a fortalecer posiciones rumbo a la sucesión presidencial. Ojalá nos equivoquemos.