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Los promotores de la actividad turística se frotan las manos ante la devaluación del peso. Argumentan que un dólar más caro en pesos estimulará a los extranjeros a venir a México porque su poder de compra se ha incrementado en razón del porcentaje de la depreciación del peso. Si antes de este desmadre compraban 12 pesos con un dólar; ahora compran 17 pesos. Durante su estancia en cualquier centro turístico mexicano dejarán muchos dólares.
Si. Tienen parte de razón. Pero no toda. La devaluación encarece las compras de los mexicanos en el exterior. De ahí que el turismo de mexicanos hacia el exterior se deprime. Si pagaba yo 12 pesos por un dólar, ahora debo pagar 17, y esa carestía no conviene a mis finanzas personales. Si tenía planeado un viaje a las Pirámides de Egipto, pues sencillamente no puedo hacerlo y si puedo pues también no voy por los peligros de muerte que significa andar por aquellos lugares de Tutankamón. Allá matan turistas, dirían los primerizos. No. menor a Las Vegas, chance y en alguna maquinita me repongo de la devaluación de mi dinero.
Pero en honor a la verdad, las ventajas de una devaluación para algunos sectores de la economía no es tanta, si se le compara con el encarecimiento de los productos y servicios importados. Y la maquinaria de producción de la planta industrial tiene que comprar en el exterior inevitablemente. Debe traer materias primas, componentes, combustibles como la gasolina entre otros por los que está ya pagando más que antes del inicio de la depreciación de la moneda nacional.
Así, todo se encarece con la devaluación del peso y se atiza una espiral inflacionaria de pronóstico reservado, no obstante que los economistas gubernamentales, en aras de no hacer olas, embellezcan las cifras, las rasuren, las peinen bonito para no asustar a los consumidores, sobre todo a los que tienen que comprar productos valuados en dólares, o lo que es más grave aquellas entidades públicas o particulares que tienen que servir sus deudas en dólares. Obviamente que la deuda externa del sector público ya se disparó en más o menos un 30 por ciento. O sea que si el gobierno pagaba cien pesos ahora paga 130. Y eso es horrible. El gobierno lo puede hacer porque es el dueño de la imprenta donde se imprimen los billetes que circulan en el mercado. Pero los particulares entran en una zona de depresión y vacío. Inclusive los prestadores de servicios turísticos, que supuestamente ganaron con la deva. Muchos tienen que abastecerse de productos importados y ahí es donde se los fusilan.
El otro día le dije mi colega Édgar Amigón, a quien por cierto no vi mientras redactaba este reporte, que el precio del dólar llegaría a 18 pesos. Pues apenas estamos casi en la última semana de septiembre y ya va en 17 pesos. Hay quienes dicen que la cotización va a bajar. El dios dinero les oiga. Yo no lo creo. En la economía nada de lo que sube vuelve a bajar, aunque de repente engañe con un ligero descenso.
Los del banco central insisten en mantener el 3 por ciento la tasa de interés. Y esa es una cuerda medida antiinflacionaria. Por lo menos que por el lado del premio a los ahorradores no se atice la inflación, lo cual podría paliar los efectos inflacionarios de la depreciación del peso.
Y los profetas de la economía no presagian tiempos buenos, ni ligeramente menores. Ya casi entramos en el último cuarto del año y nada se mueve. Ni las hojas de los árboles. El señor Videgaray tendrá que hacer de tripas corazón para aumentar la recaudación de impuestos, pero a cargo de los contribuyentes cautivos, que ya no sabemos si reír o llorar porque casi todo lo que entra a las pequeñas tesorería se lo lleva el SAT.
Y lo más grave es que esta situación no tiene retorno, no hay boleto de vuelta.
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