Después de llevar a su familia a un paseo por la ruta maya de Kukulcán, un archimillonario del “pulpo” camionero se percató de que, ante su ignorancia supina sobre los sitios recorridos, uno de sus guardaespaldas tuvo que ser habilitado como guía turístico de la expedición.
El “guarura” en cuestión se desempeñó con tal atingencia y conocimiento que hizo gala de sus habilidades, hasta retóricas, para explicar a la parentela del infeliz magnate, desde el origen de las leyendas de Quetzalcóatl, hasta el significado de los nichos en la pirámide de Chichen Itzá.
Una hija del magnate, de buen ver y “en edad de merecer”, quedó prendada de las virtudes cognoscitivas del improvisado guía y tuvieron un corto romance que el gerifalte interrumpió abruptamente “liquidando” (no se supo cómo) al atrevido guardaespaldas.
Desesperado, a unos días de haber llegado a la capital nacional procedente de su casa veraniega con yate en las cercanías de Tulum, el potentado tocó insistentemente el timbre de la casa de un muy estimado amigo mío y, frenético, le pidió que lo instruyera sobre todos los temas prehispánicos.
Obviamente, se trataba de un perfecto lego en estas y en todas las materias. Había sido un hombre sin ningún barniz de ilustración, hijo mayor del chofer de Álvaro Obregón, que había construido una gran fortuna en el “pulpo” camionero, a base de concesiones y permisos del Caudillo.
El general Obregón le había dispensado per vitam del pago de la gasolina que consumieran todos sus camiones urbanos de pasajeros, con lo que el padre del ígnaro magnate logró amasar una gran fortuna desde las líneas Circuito – Colonias y Roma – Mérida, las más codiciadas de entonces en la capital de la República, hasta llegar a poseer las líneas foráneas Estrella de Oro y Estrella Blanca.
El hijo se benefició de todos los haberes. Malo para la escuela, pésimo para el pizarrón, apenas pudo aprender a leer y escribir, con una cabeza dura y hueca, cuando su padre lo retiró –por vergüenza y conveniencia– de la escuela y lo empezó a formar en los negocios de la familia.
Era un auténtico burro cargado de dinero. Sin más prendas que una inmensa fortuna, que al mismo tiempo marcaba su frontera acerca del disfrute de vivir, de las ventanas culturales, de los apetitos del conocimiento. Un pobre rico, que muchas veces es igual a un pobre diablo.
Al conocimiento se llega por el aprendizaje y el estudio constante
Pero el último viaje a la Riviera Maya, lo había desquiciado. Se sintió avergonzado porque uno de sus pistoleros supiera más que él. Le “pegó” en el orgullo y lo hizo reaccionar casi violentamente en su sed de aprender de todo… y rápido.
La razón de su visita al domicilio de mi amigo era esa. Quería saber todo y rápido, le insistía. Se habían conocido circunstancialmente por reuniones ocasionales y no tuvo empacho en seleccionarlo para su instrucción, interrumpiendo su tradicional partida de dominó del domingo, quizá porque él era tan lejano a su círculo amistoso, que le sería imposible “balconearlo”.
Tomando asiento, se dispuso a oír con atención lo que mi amigo le iba a enseñar. Pero éste, con profunda pena le explicó, como pudo, que eso era imposible. Que ni los grandes educadores Enrique Rebramen, ni Rosario Gutiérrez Eskildsen, ni María Enriqueta Camarillo, juntos, podrían hacerlo.
No era posible. El potentado en cuestión, no podría lograrlo ni comprando toda una academia, poniendo a su servicio a todos los docentes. El conocimiento era una técnica de una vida, basada en el estudio-aprendizaje constante, en la lectoescritura y todo lo que usted se pueda imaginar.
Por eso, le decía, a los niños que quieren formarse en el estudio de la música, los hacen aprenderse casi de memoria los diversos tonos y sonidos que emiten los instrumentos de la orquesta, en Pedro y el Lobo, la composición sinfónica y casi pedagógica de Prokofiev que nos hace distinguir los elementos y registros de la sensación musical.
Cuando un niño con vocaciones musicales logra desentrañar e identificar el relato en vivo de los metales, los tambores, las cuerdas y los teclados, que se desprenden de Pedro y el Lobo, está casi listo para iniciar una carrera de gran valor. Su oído y su sensibilidad han dado un gran paso.
Todo eso le decía mi amigo al ignorante creso que quería ser sabio de manera exprés.
Nuestros políticos sin conocimiento, pero con compadres y padrinos
Siempre hay que iniciar por una base de conocimientos. No se puede ir por la vida, siendo un chingón para todo, porque llega el momento del resbalón y del ridículo. Cada ser humano sólo tiene un don, y a eso debe abocarse.
Hay gente que nació con el don de los negocios, otros, con el don artístico, otros con el de panaderos y otros que arrastramos la cobija tundiendo máquinas para atender al público que lee nuestras ocurrencias, si nos va bien.
Pero, ¡ah caray!, hay quienes, sin haber nacido con el don de hacer política, son habilitados por compadres, amigos y padrinos, para dedicarse sólo a destrozar hasta los cimientos de cualquier aldea, estado o nación. Creen que con aprenderse los tabuladores de las comisiones están listos para hacer de las suyas.
Son como aquellas mujeres vanidosas a las que, si alguien les dice que están gordas, de inmediato se someten a dietas rigurosas; pero si alguien les dice que son bobas, jamás les da por coger un libro para quitarse sus modorras.
Hubo un tiempo, en nuestro pasado cercano, que algunos locutores con voz estudiada y jóvenes oradores que se aprendían los textos de memoria, pero poseían la técnica de engolar la voz, fueron alzados a los altares de la política.
No lo hicieron tan mal. Estropicios menores, si se quiere, pero siempre cobijados por los grandes señores de la República, cuando los centros reales de mando se ubicaban en la Colonia Tabacalera, alrededor del Monumento a la Revolución.
Fidel Velázquez, Enrique Ramírez y Ramírez, José Pagés Llergo, “El Colorado” Sánchez Mireles, Jesús Robles Martínez, desde sus despachos en la Tabacalera, eran los pontífices que oficiaban en esos importantes despachos sindicales, periodísticos y sociales.
Fueron sus ahijados, golondrinas que no hicieron verano, afortunadamente. Muchos de ellos habían llegado a la página 3 de algún libro de Ricardo Flores Magón, pero el nacionalismo era lo que importaba y era un as irresistible bajo la manga de cualquier aprendiz de político.
No acababan de ganar algún concurso de oratoria, cuando ya les estaba esperando su primera encomienda, una diputación federal a los 25 años. Pero se esmeraban y le tenían amor a México.
Cuando apareció el escándalo de Mónica Lewinsky y Clinton en el Salón Oval de la Casa Blanca, como que los padrinazgos al vapor fueron perdiendo su glamour. La gente empezó a cuidarse más, pero no fue suficiente.
En política, finalmente, queda la lección de que es peligroso improvisar. No se puede hacer de un burro un candidato. La fórmula cayó en desprestigio desde Calígula, cuando hizo senador romano a su caballo “Incitatus”.
Es imposible hacer estadistas con la pasta de un badulaque
Pasa lo mismo cuando se quiere que un “académico” sea líder de un partido conformado por tribus intransigentes, cuyos modos y maneras desconoce, y cuyo lenguaje de negociación jamás podrá entender. Es una receta segura para el fracaso o para la befa sobre el ungido. Los titiriteros creen que van a quedar a salvo de la perspicacia pública. El abuelo de los Beverly Hillbillies va a quedar como muñeca fea.
O cuando un intelectual de a deveras, que no hay muchos, quiere incursionar en política. Inevitablemente lo “agarraran de bajada” siempre. Recuérdese el caso de Jaime Torres Bodet, que tuvo que volarse la tapa de los sesos en el sillón de Vasconcelos para que un galán subordinado se disciplinara.
O cuando un hombre probo y justo se quiere integrar a una camarilla de rateros. Lo más seguro es que los demás lo traten como un bicho raro y jamás se le acerquen, no sea que los vaya a contaminar de buenas mañas.
En la clásica obra de teatro en cinco actos El rey se divierte, el gran francés Víctor Hugo –convertida en ópera por el genial Verdi– aparece el caso del bufón Triboulet, un hombre envuelto en la miseria moral, que odia a la humanidad…
… y ese odio, lo induce a corromper al rey, embrutecerlo, y empujarlo hacia el atraco, el engaño, la corrupción, el asesinato y la rapiña. Como en toda obra clásica se reseña la condición humana de cualquier época y país.
Es imposible hacer estadistas con la pasta de un badulaque. Ni se puede andar por la vida pensando nada más en construir “presidenciables” exprés, a costa de que experimenten con nuestros impuestos.
La frivolidad, como cualquier vicio de la política, en momentos cruciales en que necesitamos resolver qué comer, cuánto nos endeudamos, cómo sobrevivir a las tormentas causadas por un puñado de desquiciados, tiene un calificativo muy preciso.
Se llama engaño y traición a la patria.
Índice Flamígero: Luis Videgaray, José Antonio Meade, Aurelio Nuño y hasta nuestro conocido Raúl Cervantes Andrade (ver: Amor de primos: los Cervantes) son vistos con frecuencia, casi siempre una vez por semana, en las cercanías del edificio de la discográfica Warner casi enfrente de la tradicional taquería “Selene”, en las calles bautizadas en honor del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibnitz de la capitalina colonia Nueva Anzures. Por ahí tiene sus oficinas Martha Matilde Mejía, socia fundadora y directora general de Zimat Consultores. Supongo que van a tomar cursos de personalidad, neurolingüistica, marketing… a aprender como “venderse” ante la opinión pública y la opinión política. Compadezco a la señora Mejía. Es casi como si le dieran chiles verdes, ajos y cebollas y le pidieran que con ellos haga un postre de chocolate blanco. Tal vez por eso, por el aguante, la premiaron el fin de semana anterior y la convirtieron en patrono de la milmillonaria Fundación que lleva el nombre de quien fuera importante textilero poblano: Gonzalo Río Arronte. Una por otra, pues.
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