Para empezar, Rubén Espinosa fue periodista. Con todas sus letras. Sin comillas y por merecimiento propio. Su trabajo como reportero gráfico de las agencias Proceso, Cuartoscuro y AVC Noticias respalda por completo su condición, que no necesita del aval de nadie.
Pero en el afán de exculpar de responsabilidad al gobernador Javier Duarte en el crimen que segó su vida, mercenarios de la pluma se han sentido con “autoridad” no sólo para dar por cerrado su caso cuando ni siquiera la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal lo ha hecho. Se sienten con el “derecho” de minimizarlo, entrecomillando su oficio al referirse a su persona, de manera vil, miserable y patética.
En el camino, esos amanuenses se burlan de quienes, con razón o no, señalaron a Duarte como el causante de la muerte de Rubén Espinosa, quien huyó de Veracruz al ser hostigado por el gobierno estatal, como él mismo advirtió semanas antes del crimen.
Sólo que esas “iluminadas vacas sagradas” del “periodismo” incurren en lo mismo que critican con dedo flamígero. Columnistas y medios de comunicación veracruzanos afirmaron que el caso ya fue cerrado por la Procuraduría capitalina, cuando esto es falso. No hay anuncio oficial alguno al respecto.
La fuente de sus dichos fueron los dichos de otro columnista, Ricardo Alemán, que en los últimos años se ha distinguido por sus posiciones oficialistas, de defensa a ultranza de las versiones gubernamentales sobre cualquier cosa. Ningún parte oficial, ninguna declaración concluyente de alguna autoridad. Sólo la opinión de este personaje, que a su vez se nutre de filtraciones malintencionadas para sostener sus afirmaciones, expresadas con un dolo pavoroso.
¿Eso es hacer periodismo con ética, con exhaustividad, con base en datos duros? Claramente no. Pero eso es lo de menos. De lo que se trata es de lavarle la cara a un gobierno que no ha cumplido con su responsabilidad de garantizar la seguridad de todos los ciudadanos que vivimos en el estado de Veracruz, no sólo de los reporteros. De todos.
Las investigaciones de la Procuraduría del DF –que se viciaron desde un principio por la filtración de versiones contradictorias, que privilegiaron la criminalización y humillación de las víctimas- apuntan a que la conclusión será esa. Que el gobernador de Veracruz no mandó matar a Rubén.
Y muy probablemente sea verdad. Quizás él no dio la orden. Podría pensarse que, como el mismo Javier Duarte declaró en una “entrevista” para El Universal, tiene problemas más graves que atender como para ocuparse de mandar asesinar a un fotoperiodista que le tomaba gráficas que no le gustaron.
Pero aunque Javier Duarte de verdad no sea el autor intelectual de éste y los demás crímenes contra periodistas perpetrados durante su sexenio, sí es el responsable de que la labor informativa se haya convertido en una actividad de alto riesgo en Veracruz, al menos por omisión. En ningún otro estado de la República sucede lo que aquí. No es casualidad.
Las agresiones contra periodistas en Veracruz no han cesado. A Claudia Guerrero la amenazaron de muerte. A Verónica Danell la merodean afuera de su casa. A Karlo Reyes lo tundieron a golpes mientras cubría el acarreo de personas para el “Grito” del gobernador. Todo en el último mes.
No por nada la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitará Veracruz para conocer directamente la situación de vulnerabilidad de la libertad de expresión en la entidad.
Sí. Es obligación de todos quienes nos dedicamos al periodismo a no constituirnos en tribunales, a no lanzar acusaciones sin sustento, sin pruebas contundentes contra nadie. Y en el caso de los homicidios de Rubén Espinosa, la activista Nadia Vera y las otras tres mujeres asesinadas el 31 de agosto en un departamento de la colonia Narvarte de la Ciudad de México se cometieron excesos en los medios, en todos los sentidos.
Pero esos “periodistas” que no son periodistas, que publican por consigna, no son mejores. Rubén se los lleva de calle.
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Que bueno Paco que como dice Michaele Moore, perro si coma perro, pero en este caso no hay canibalismo porque en este caso Alemán es la antítesis del periodista