Javier Peñalosa Castro
Nuevamente el pánico volvió a hacer presa de Enrique Peña Nieto, quien utilizó la máxima tribuna internacional, la de la Asamblea General de las Naciones Unidas, para tratar de deslumbrar al mundo con su retórica hueca, cargada de demagogia, lugares comunes y populismo (seguramente pensará él que éste es populismo “del bueno”) e intentar hacer creer que su gobierno ha cumplido la palabra por él empeñada, que el país transita a pasos acelerados hacia el pleno desarrollo, que se respetan a cabalidad los derechos humanos y que se vive en una democracia madura que sólo es amenazada por el populismo “del malo”, el que —según él, claro— es encarnado por Andrés Manuel López Obrador.
Hasta donde recuerdo —y tengo memoria de lo ocurrido durante casi medio siglo—, ningún presidente había estado tan lejos de la autocrítica ni, peor aún, de la realidad. Cabría preguntarse si Peña Nieto es capaz de tal descaro y cinismo o si ha caído rendido ante los halagos de sus incondicionales. Sólo así podría explicarse que se hable de los frutos de la cacareada reforma estructural en materia laboral, y diga que el empleo está mejor que nunca cuando, ya en carne propia, ya a través de familiares y amigos, hemos vivido de cerca el desempleo o, en el mejor de los casos, el subempleo y la falta absoluta de garantías laborales que están dejando en la más absoluta indefensión a los ciudadanos, comprometiendo el patrimonio de la nación, imponiendo impuestos a una capa poco significativa de la clase media, pues a los pobres —al menos hasta ahora— no se les pueden cobrar impuestos sobre sus salarios de hambre, en tanto que a las grandes trasnacionales, a los emporios de unos cuantos nacionales y a la mayoría de los ricos se les condonan o se tolera que los evadan.
No puede ser que el régimen peñista presuma de que la inflación es la más baja de la historia, cuando el único precio controlado sigue siendo el salario mínimo, que resulta una verdadera burla para los trabajadores, a quienes 2,000 pesos mensuales no les alcanzan, ni de chiste, para alimentar, vestir y dar techo a una familia, por pequeña que ésta sea.
Es inmoral que, pese a la llamada reforma educativa, este sector continúe empantanado, y que la única alternativa que se le ocurra al secretario del ramo para mejorar las cosas sea la emisión de deuda pública para hacer las reparaciones más indispensables en las escuelas, en tanto que los planes y programas de estudio, la capacitación a los maestros, la adquisición de material didáctico y la necesaria expansión queden en buenas intenciones, porque el recorte presupuestal no considera a este rubro como excepción.
Eso sí, sigue adelante la idea de crear una Secretaría de Cultura, en un entorno en el que se escatiman los recursos para los canales 11 y 22, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, los Institutos Nacional de Bellas Artes y de Antropología e Historia, la Cineteca Nacional y un interminable etcétera. Habrá, con toda seguridad, presupuesto para pagar los sueldos de los burócratas que se encumbrarán en los puestos mejor remunerados, pero no para pagar a los artistas —especialmente los que trabajan en campos de innovación y experimentación tan necesarios para la evolución de la cultura— que subsisten con becas y contratos con exigua paga.
En lo que concierne a la reforma estructural de las telecomunicaciones y los transportes, la única prioridad sigue siendo el faraónico aeropuerto de Texcoco, con visos de ser un negociazo transexenal, o cuando menos el único gran negocio de este sexenio, la adquisición y reparto electorero de pantallas de televisión so pretexto del apagón analógico (¿por qué no hacer el reparto universal de convertidores, como ha ocurrido en otros países?) y la concesión de una cadena nacional de televisión a la que seguramente se sumará otra más.
En cuanto a la reforma energética, hemos atestiguado el otorgamiento de concesiones para la explotación petrolera a compañías en las que forman mancuerna empresas extranjeras y monopolios o prestanombres mexicanos. Y pese a que los precios del petróleo se han desplomado en el mundo, aquí las gasolinas siguen a precio de oro.
Las reformas que contemplan la adopción de un nuevo Código Nacional de Procedimientos Penales y la promulgación de una Nueva Ley de Amparo, al igual que la reforma Político Electoral parecen haber nacido muertas, o al menos ser letra muerta, pues poco ha cambiado en estos campos, y la injusticia sigue campeando en todos los rincones de la Patria.
Lo mismo puede decirse de la Reforma Financiera. Es cierto que los bancos ya no saben cómo otorgar créditos incluso a las personas con menor solvencia. Pero también lo es que tenemos aún fresca la experiencia del Fobaproa y el rescate de los bancos, más que de los deudores, que llevó a cabo el gobierno de Ernesto Zedillo. De hecho, a 20 años de distancia de aquel acontecimiento, hay miles de deudores que siguen entrampados con los créditos de UDIS. El panorama luce lóbrego y sombrío en este campo.
Finalmente queda la llamada reforma estructural en el ámbito de la transparencia, que parece la mayor burla a los ciudadanos. En este caso, y con el propósito de tapar a Enrique Peña Nieto, su esposa y algunos de sus principales funcionarios —como el Secretario de Hacienda— se resucitó a la Secretaría de la Función Pública para que sirviera de tapadera, y dados los buenos servicios prestados, parece difícil que desaparezca.
Al gobierno de Enrique Peña Nieto le quedan dos años por delante, pues el último estará dedicado plenamente a las campañas políticas. Escasos frutos podrán dejar las famosas reformas estructurales durante estos 24 meses. Por ello, lo más importante a lo que aspira Peña es a mantener al PRI en el poder a cualquier precio. Ya se dijo que la “sana” distancia entre ese partido y el Presidente de la República fue un error de Zedillo. Seguramente también existe la convicción de que la alternancia fue un error que no debe repetirse.
El mensaje de Peña en la ONU parece el inicio de una campaña despiadada —al estilo de las que libraron Fox y Calderón— para impedir a cualquier costo la llegada de López Obrador al poder. Sin embargo, hoy el deterioro de las condiciones de vida de los ciudadanos es más severo, las perspectivas de mejoría son mucho más limitadas y el país es terreno fértil para liderazgos distintos de los del PRI, el PAN y el PRD que favorecen, hoy más que nunca, las aspiraciones presidenciales del tabasqueño.