Javier Peñalosa Castro
Ricardo, El Pollo Anaya se envalentonó esta semana, y en una actitud machista de defender a la dama supuestamente ofendida —encarnada en Margarita Zavala, esposa de Felipe Calderón y aspirante a la Presidencia de la República— retó a duelo (verbal) a Andrés Manuel López Obrador por haber tenido la osadía de decir que Margarita Zavala representaba más de lo mismo, y que en su momento avaló la cuestionada elección de su marido.
Ágil, como suele ser, López Obrador respondió que no debatiría con Anaya porque “está muy pollo”, aunque lo haría con su jefe Carlos Salinas, a quien ubica como jefe de la mafia en el poder.
Muy aleccionadores han sido los textos publicados recientemente por Paco Rodríguez en su Índice Político sobre la influencia de Salinas en la política mexicana desde los tiempos de Miguel de la Madrid hasta nuestros días.
Especialmente preocupante resulta saber que, por más que no tenga toda la influencia que quisiera, este nefando usurpador de la Presidencia —arrebatada a Cuauhtémoc Cárdenas tras el tristemente célebre episodio de la caída del sistema— opine en temas de la mayor importancia para el País y que continúe perfilando a sus alfiles dentro del tablero del peñismo, por lo que pareciera alguna suerte de cobro de “derecho de piso” por la asesoría brindada a Peña Nieto durante su meteórica carrera política.
Si bien el pueblo mexicano tardó mucho en hacerse a la idea y tolerar que Salinas viviera en México —recordemos que tuvo un prolongado destierro en Dublín durante el sexenio de Ernesto Zedillo—, y ciertamente su poder ha mermado, resulta aterrador que este oscuro personaje continúe medrando en Los Pinos.
Señor de horca y cuchillo
Del sexenio de Salinas se recuerdan, además del Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unidos que al que menos benefició fue a nuestro País, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu y de incontables militantes del PRD, encabezados por Francisco Javier Ovando y Román Gil, que fueron ejecutados la víspera de los comicios de 1988, y el remate de todas las empresas del Estado.
Al respecto, recuerdo que en una entrevista sobre qué seguiría en la lista de las privatizaciones, un mesurado Miguel de la Madrid respondió que era tiempo de administrar lo que había quedado. Sin embargo, el remate siguió entonces y permanece hasta nuestros días.
Y ya que hablamos de los Salinas y los de la Madrid, viene a la memoria aquel penoso incidente en el que, a instancias de Carlos, su familia obligó a Miguel de la Madrid a firmar un escrito en el que se desdecía de las declaraciones hechas durante una entrevista a Carmen Aristegui en el sentido de que Raúl tenía pacto con el narcotráfico y cobraba un tanto por todos los grandes contratos del Gobierno, en tanto que Carlos había saqueado al erario a través de la llamada partida secreta, que tenía a su disposición como titular del Ejecutivo, por lo que se arrepentía de haber contribuido a que llegara al poder.
Desgraciadamente esas declaraciones cayeron pronto en el olvido, y las gestiones de Carlos Salinas lograron la excarcelación de su hermano Raúl, su exculpación de los cargos por la supuesta autoría intelectual en el homicidio de José Francisco Ruiz Massieu y, lo verdaderamente increíble: su exoneración por los delitos relacionados con el enriquecimiento ilícito y el lavado de dinero, así como la restitución de los millones de dólares que le habían sido incautados.
Otro gran pendiente de la justicia es el esclarecimiento del asesinato de Enrique Salinas de Gortari, supuestamente víctima de extorsión, al que sospechosamente se le dio carpetazo.
El derecho de piso de Montiel
También por el Índice Político de Paco Ramírez nos enteramos de que otro pez gordo que está incidiendo en las decisiones políticas de Peña Nieto es Arturo Montiel, exgobernador del Estado de México, pariente y exjefe de Peña Nieto, quien aún no ha logrado que la opinión pública olvide los excéntricos y multimillonarios caprichos que revelan los alcances del saqueo inmisericorde a que sometió a las arcas mexiquenses y el trato que dio a Maude Versini tras el divorcio, con la complicidad de algunas autoridades judiciales.
Muestra del poder y la ascendencia que aún conserva Montiel sobre Peña Nieto es el reciente nombramiento de Alejandro Díaz de León como director general del Banco de Comercio Exterior, en sustitución de otra posición de compromiso: la de Enrique de la Madrid, quien a su vez sucedió como secretario de Turismo a Claudia Ruiz Massieu—hija de José Francisco Ruiz Massieu y Adriana Salinas de Gortari—, y fue promovida como secretaria de Relaciones Exteriores.
Díaz de León formaba parte del equipo más cercano de Montiel —al que también pertenecía Peña—, conocido como los Golden boys, pero fue cesado tras un escándalo de espionaje.
Habría que ver quiénes, además de Salinas y Montiel están cobrando derecho de piso a Peña.
¿La letra con sangre entra?
Durante los últimos días el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, ha reculado en sus intenciones de dar prioridad a la enseñanza de materias como computación e inglés en las primarias del País para centrarse en lo verdaderamente importante y de urgente atención: el mejoramiento de la instrucción de millones de niños en español y aritmética, conocimientos fundamentales para la vida de toda persona y base para la adquisición de los más sólidos conocimientos, habilidades y competencias.
Lo mismo debería intentar el Niño Nuño con los maestros y sus sindicatos: Negociar la capacitación de los cientos de miles de docentes que tienen la responsabilidad de formar a millones de niños en todo el País, en lugar de enfrascarse en amagos y juegos de vencidas que, si bien pueden ampliar su esfera de pode3r, no abonan a la solución del problema y mucho menos a la reforma de fondo que demanda la educación.
También durante los últimos días, Nuño ofreció que en 2016 habrá nuevos planes y programas de estudio para la educación pública. Aunque es un poco como poner primero la carreta y detrás los bueyes, al menos habrá un parámetro que dé sentido a la evaluación de los docentes y fije las verdaderas prioridades de la educación pública más allá de las “lagartijas de poder”.