• Por qué se pone a debate entonces
• Que mejor lo dirima la Suprema Corte
México es una sociedad cuya filosofía de vida es la de los abusos y las costumbres, como que es una amalgama de pueblos transas, que hacen las acciones más disímbolas e innecesarias como por ejemplo enfatizar demagógica y populísticamente la parafernalia oficial en torno a esa hierba divina llamada marihuana. Y todo por no perder los millones de dólares que representa el negocio de esa hierba satanizada.
En ese contexto cultural enfermizo ocurren hechos de apariencia autista, con perdón de mis amigos autistas, algunos, verdaderos genios de las ciencias exactas. Es más tengo un sobrinito que sabe que es autista y no se avergüenza de ello: Por ejemplo, el señor Peña Nieto declara a dextra et sinistra que está en contra de la despenalización de la marihuana y de su consumo libre como hierba lúdica.
Dice que hay que debatir si se usa como medicamento. ¿Debatir? Siempre se ha empleado como medicamento, desde que tengo memoria, y nunca ha habido necesidad de debate. Se usa porque cura alguna horrible enfermedad. Es como debatir si la aspirina se debe emplear o no porque es mala para la panza pero muy buena para el corazón. Supongo que también prefiere las drogas que producen encarecidamente los laboratorios farmacéuticos trasnacionales, sobre todo estadounidenses, porque él desprecia los nacionalismos.
La marihuana es nociva para el desarrollo de la niñez, espetó este miércoles el señor Peña. Argumentó que se ha acreditado y evidenciado que el consumo de esta sustancia es nocivo, dañino, para el desarrollo de la juventud y de la niñez, para el desarrollo -dijo- de sus capacidades síquicas, físicas; en pocas palabras hace daño a la salud de la juventud.
Esa es la opinión del señor Peña Nieto y puede que tenga la razón. Hay otros, esos sí expertos, no villamelones, que estiman que la marihuana es mala. Muy mala. Tengo amigos muy queridos que están en contra de levantar la prohibición. Sin embargo, tengo amigos muy expertos, muy sabios, que estiman lo contrario. Inclusive, ya mi tía Ofelita, allá por los años 50 o 40, les decía a las señoras que utilizaran la marihuana porque era algo así como la panacea para todo mal físico, moral, emocional y espiritual. Mojaban un ramo de marihuana, lo envolvían en un trapo y lo ponían debajo de la cabecera de un enfermo para que pudiera dormir bien y olvidarse del dolor que lo aquejaba. Y a mi tía Ofelita, que murió a los 100 años, como una santa, nunca la vi pacheca.
A mí y a mi hermano nos curaba con la sagrada hierba, De ahí que yo la bauticé de sagrada. La sacralicé. Y nunca la he fumado. El día que lo intenté fue en un hotel de Culiacán cuando la época de los gomeros. Así se les llamaba a los narcotraficantes de aquellos años. Yo me iba a ir de jefe de información o de redacción del periódico de Maquío, que comenzaba a dirigir el buen Silvino Silva. Mis amigos Avilés me ofrecieron dos cigarrillos de la yerba. Les juro que me los fumé uno seguido de otro y nada. No me pasó nada. Así que le perdí interés a la hierba como juguete de adolescentes.
Pero volviendo a la férrea oposición de Peña Nieto a la marihuana – yo le sugeriría que la probara, que le diera las tres, a ver qué siente, para que no hable de memoria. Como lo han hecho grandes personajes de la política estadounidense como el presidente Obama quien en su juventud probó de las delicias del hubo blanco de la hierba del cielo.
Dice Peña Nieto, en otro orden de ideas, que no se vale suponer que con la legalización se hará más fácil combatir al crimen organizado, las ventas ilegales, y los rendimientos de esta actividad sólo con legalizar el enervante. Pero si nadie está suponiendo, mi valedor. Vaya a Estados Unidos y vea cómo la legalización de la yerba ha golpeado severamente a los traficantes ilegales.
Lo grave de todo es que el presidente dijo todas estas afirmaciones no fundamentadas, durante la instalación del Sistema Integral a las Niñas, Niños y Adolescentes. Qué pena. “No estoy en favor del consumo ni de la legalización de la marihuana”. Ay, mi señor. Primero pruébela.
Si el señor presidente ya habló ex cátedra, como lo hacían los sumos pontífices en lo pasado, entonces para qué propone el debate. Para qué declararse a favor del debate a fin de que expertos y especialistas puedan dar elementos sobre hacia dónde debe transitar la sociedad, sobre si se mantiene el régimen prohibicionista o si se establece una regulación para determinados usos, eventualmente, medicinales del enervante.
Ay, dios mío. Como decía Cicero, Ciceronis, Ubinam gentium summus… Yo no le veo sentido a ningún debate. Mejor que lo dirima la Suprema Corte de Justicia de la Nación como lo hizo recientemente con un grupo de no drogadictos que se dedican al estudio de la marihuana y sus efectos en el cerebro de sus consumidores.
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