• Un cabroncísimo análisis de Paul Krugman
• Leído entre los barrios más pobres de CDMX
El lunes pasado, mientras viajaba a Tlalnepantla por el trolebús y una vitrina que decía Tlalne-Boliche, este escribiente tuvo la gran oportunidad de leer, en la página editorial del The New York Times de Nueva York, un cabroncisimo análisis económico de Paul Krugman, uno de los más brillantes economistas de la era contemporánea, que unas veces machaca y otras también en lo odioso de la desigualdad entre los seres humanos.
No entiende el gran Krugman que en este mundo matraca, desde los años antes de la llamada Era Cristiano, “a los pobres siempre los tendréis con vosotros”, como dicen que dijo el iluminado judío llamado Jesucristo. Y que los ricos muy ricos son los herederos del reino de los cielos porque tienen, en este mundo, la bendición del dios de las grandes religiones para serlo y para hacerse más ricos a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de los trabajadores, cuya vida no vale un comino.
¿Qué tan ricos queremos que sean los ricos? Una excelente interrogante que se plantea Krugman, en su artículo neoyorquino fechado el lunes 18 de enero, para explicar que se puede decir que es la cuestión alrededor de la que gira la política de los Estados Unidos. Y también la de las economías periféricas, dependientes, como la de México.
Y yo preguntaría ¿qué tan pobres queremos que sean los pobres? La verdad es que ni Krugman ni este escribidor quieren que hayan desiguales. Todos somos de carne y hueso y hay unas muchachas en la colonia obrera o en Tepito, o en los tiraderos de basura de las grandes ciudades del tercer mundo, que superan con creces la súper belleza de las chavas de las Lomas o de Beverly Hills, o de California, o la propia París, Roma o Nueva York.
Los liberales – aquí podrían ser los marxistas académicos de la UNAM o de cualquier universidad particular como el Tec de Monterrey, quieren aumentar los impuestos sobre los altos ingresos y usar esos recursos para fortalecer las políticas más solidarias.
Los conservadores, aquí serían los del PAN, los del PRD, los del PRI, quieren hacer lo contrario. Argumentan que políticas que primen el cobro de impuestos a los más ricos perjudicarán a la sociedad en su conjunto, al reducir los incentivos para crear riqueza. Va. Crean riqueza de mil maneras, principalmente mediante el robo o el narcotráfico, y esa riqueza nunca llega a los más pobres, ni en estímulos ni en servicios públicos, ni en servicios sanitarios, o de salud pública etc.
Las últimas experiencias no favorecen la defensa de la postura conservadora. Qué bueno, ¿no, míster Krugman? El presidente Obama impulsó una subida de impuestos importante para los que más ganan y su reforma del sistema de salud ha supuesto la expansión más grande del Estado de bienestar, desde el mandato de Lyndon B. Johnson.
Los conservadores, por su parte, no dudaron en pronosticar el desastre económico, del mismo modo que ya lo habían hecho cuando Bill Clinton aumentó los impuestos al 1 por ciento más rico del país. Y lo que ha sucedido, en cambio, es que Obama ha encabezado el período con mayor crecimiento del empleo desde la década de 1990. ¿Y entonces? Los “argumentos” de los ricos son puros sofismas para mantener los grandes privilegios a costa de los que ganan una miseria para sobrevivir y nunca podrán ir de vacaciones a las Islas del Sur y ni siquiera a los pantanos de Miami, y menos los mexicanos a los paraísos del golfo de México, de El Caribe o del Pacífico y ni piensen siquiera en Disneylandia.
¿Existe, entonces, un debate a largo plazo que defienda la existencia de niveles altos de desigualdad? Esto lo pregunta Krugman. Yo diría que el debate es más bien una lucha de poder a poder. Lo que antes, cuando el auge de la Filosofía y el Método Marxistas se denominaba lucha de clases. Que, a mi decir, no sólo no ha desaparecido, sino que se ha agudizado a pesar del fin de las ideologías.
Krugman está también en desacuerdo con esa tesis, aunque por otras razones, que comparto: …estoy en desacuerdo y… creo que la economía puede crecer si se da una concentración mucho menor de la riqueza en las clases altas. ¿Pero por qué lo creo? Me parece útil pensar en los tres modelos que explican de dónde podría provenir la desigualdad extrema teniendo en cuenta que la economía real incluye elementos de los tres, explica Krugman.
En el primero, las variaciones en los niveles de productividad de diferentes individuos podrían ser responsables de altos niveles de desigualdad: algunas personas son capaces de hacer contribuciones cientos o miles de veces mayores que la media. Esa es la postura expresada en un ensayo reciente, y muy citado, del inversionista Paul Graham, que ha resultado popular en Silicon Valley entre personas que ganan cientos o miles de veces más que sus empleados.
En el segundo, la desigualdad podría deberse, en gran medida, a la suerte. En un clásico del cine, “El tesoro de Sierra Madre”, un viejo buscador de oro explica que este mineral vale tanto (y por eso los que lo encuentran se vuelven ricos) gracias a la labor de toda la gente que fue a buscarlo y no lo encontró. Del mismo modo, podríamos encontrarnos ante un sistema económico en el cual quienes tienen éxito no son necesariamente más inteligentes ni más trabajadores que aquellos que no lo tienen, son solo quienes están en el lugar adecuado en el momento adecuado.
Y en el tercero, el poder sería la fuerza que se encuentra tras niveles de desigualdad tan grandes: como los ejecutivos de las grandes corporaciones que se marcan sus propios salarios y los operadores financieros que se hacen ricos con el uso de información privilegiada o por cobrar honorarios inmerecidos de inversionistas ingenuos.
Bueno. Esto le leí a Krugman y creo que tiene toda la razón. Yo, como decía mi maestro de filosofía, el desaparecido cardenal de Monterrey, Adolfo Suárez Rivera, me acuesto con Krugman o sea estoy de acuerdo con él. Sólo que yo veo en todo esto una enorme dosis de egoísmo de quienes detentan la riqueza y los medios de producción, Es la derecha, en términos del pasado ideológico ya muerto, que estaba integrada (¿o sigue estándolo?) por los de la derecha, como digamos Reagan, Thatcher, etc y ahora el miserable de Donald Trump.
Como dice Krugman, la economía real contiene elementos de los tres modelos. Sería tonto negar que algunas personas son, de hecho, mucho más productivas que la media. Igual de tonto sería negar que tener éxito en los negocios (o, de hecho, en cualquier otra cosa) tiene mucho que ver con la suerte, no solo la suerte de ser el primero en toparse con una idea o estrategia muy rentable, sino también con la suerte de ser hijo de los padres correctos.
Y, sin duda, el poder también es un factor importante. Al leer a personas como Graham, uno podría imaginarse que los ricos de Estados Unidos son, sobre todo, emprendedores. De hecho, el 0.1 por ciento de los ricos son, sobre todo, altos ejecutivos y, aunque el origen de las fortunas de algunos de estos ejecutivos puede estar vinculado al entorno start-up, es muy probable que la mayoría haya llegado ahí ascendiendo por el escalafón empresarial tradicional. El aumento en los ingresos de los que están en la cima refleja en gran medida el exorbitante sueldo de los directivos, no las recompensas a la innovación.
Pero, sea cual fuere el caso, la verdadera pregunta es si podemos redistribuir una parte del ingreso que actualmente se queda en manos de la élite sin paralizar el crecimiento.
No diremos que la redistribución está mal por naturaleza. Incluso si los ingresos elevados fueran un reflejo perfecto de la productividad, los resultados del mercado no sirven como justificación moral. Y dado que en realidad la riqueza es, a menudo, un reflejo de la suerte o el poder, existen argumentos sólidos para recuperar una parte de esa riqueza a través de los impuestos y usarla para contribuir a la fortaleza de la sociedad en general, siempre y cuando esto no termine con los incentivos para continuar creando riqueza.
Y no hay razón para creer que así sería.
En la historia, el período de mayor crecimiento y avance tecnológico más rápido en los Estados Unidos se dio durante los cincuenta y los sesenta, a pesar de que los impuestos eran mucho más elevados para quienes disponían de mayores ingresos y la desigualdad era mucho menor en comparación con la época actual.
En el mundo de hoy, países como Suecia, con impuestos elevados y baja desigualdad, resultan altamente innovadores y son sede de muchas empresas tecnológicas. En parte, esto puede deberse a que hay fuertes mecanismos de protección social que alientan la toma de riesgos: la gente podría estar dispuesta a buscar oro, aunque su incursión no los haga más ricos que antes, si saben que no acabarán muertos de hambre en caso de quedarse con las manos vacías.
Así que, regresando a mi pregunta original: no, los ricos no tienen que ser tan ricos como lo son ahora.
La desigualdad es inevitable; tanta desigualdad como la que se registra en Estados Unidos hoy en día no lo es todo el análisis de Krugman va muy bien, pero muy bien. Y de alguna manera vale para las relaciones socioeconómicas entre los mexicanos. Nomás que aquí los ricos son muy burdos. Se le olvida, o quizá no conoce la historia el buen Paul, aquella que contaba Gabriel García Márquez de que en nuestros países, y concretamente en México (él vivió casi toda su vida en este país y conoció de cerca las contradicciones del capitalismo), que detrás de toda fortuna siempre hay un burro muerto. El cuento es interesante. Algún día se los contaré.
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