Es cosa juzgada que del Pacto por México –propuesto originalmente por los desplazados del PRD y del PAN para no quedarse sin hueso qué roer en el sexenio de la tolucopachucracia–, no quedaron ni los rastrojos, ni las migajas.
Después de los resultados electorales del 2012, los aguzados “Chuchos” sabían que era inminente su desplazamiento por la amenaza de López Obrador de formar un nuevo partido, donde los Ortega, Zambrano y Acosta Naranjos no tendrían vela en el entierro, ni perro que les ladrase.
Por el lado del PAN, el adelantado Gustavo Madero corría el riesgo de ser arrasado por los resultados que había obtenido esa invención apellidada Vázquez Mota, que amenazaba quedarse con el partido, pactando con sus gobernadores.
El impredecible borrachín Felipe Calderón, desleal a su propio padre –el ínclito Luis Calderón Vega, con el que rompió amarras después de un sainete familiar que el beodo llevó al extremo–, amenazaba con hacer su propia plataforma, misma que no fraguó porque ni sus correligionarios le creyeron, lo que a la postre pasó.
Los tiranosaurios del PRI, desplazados inminentemente por la llegada de una new fashion de perfumados atracomulcas –con la “ideología”, seguida a pie juntillas, de que “un político pobre es un pobre político”– se la pasaban deshojando la margarita y pensando qué podían hacer ante la avalancha de acontecimientos.
Desde entonces, perros viejos en esto de los acomodos y de las intrigas palaciegas, se daban cuenta de los privilegios y apapachos que de ahora en adelante serían para los efebos del Verde Tucán.
Resultó nefasto el “Mover a México”
En concreto, para los desplazados de los “tres grandes” llegaban las horas de aguantar y recoger varas y no querían resignarse a ello. En medio de su desolación a alguien se le ocurrió –a falta de programa de gobierno– proponer a los tolucos el plan de salvación, que no era sino el entreguista Pacto por México.
Una especie de subasta de derechos sociales y sindicales -el reino del outsourcing legalizado en la Carta Magna–, derechos soberanos sobre el patrimonio nacional de los hidrocarburos –la adjudicación a manos privadas nacionales, pero sobre todo extranjeras, de los campos petroleros– y angustias entreguistas de todas las formas de energía eléctrica, hidráulica y eólica, además de los espacios radioeléctricos y telefónicos.
Los tolucos, alborozados por el tamaño de la oferta y sin ningún contrapeso ideológico a su ambición desenfrenada, no pensaron ni dos minutos – creo que nunca lo hayan hecho- para estampar sus grandilocuentes firmas y gestos en dichos documentos.
Faltaba sólo pasar las reformas “estructurales”–nunca peor usada la palabra– por las Cámaras del Congreso y las Legislaturas estatales, para que, según ellos, hicieran realidad la anhelada fantasía de las corporaciones transnacionales para garantizar sus inversiones energéticas.
Las compañías petroleras, eléctricas, de telecomunicaciones, y los grandes consorcios, prestos a evadir las engorrosas conquistas laborales de los trabajadores mexicanos, aplaudieron a rabiar esa forma nefasta de “Mover a México”.
15 causas que estropearon su Pacto
Logradas las “majestuosas” reformas constitucionales con mayorías prestadas de uno y otro bando –donde cada uno de los participantes recibió la tajada de México que quería llevarse al bolsillo– todo era coser y cantar.
Pero el gozo se vino al pozo. Varias causas echaron a perder el pastel. Primero, el que las empresas extranjeras empezaran a desconfiar de la pulcritud de los tolucos para cumplir su palabra, a partir de observar el trato a las firmas chinas del tren-bala a Querétaro.
Segundo, el nerviosismo de los mercados financieros al darse cuenta de la impericia de los fruncionarios hacendarios para manejar las variables económicas, la inflación, el gasto corriente, manoseados hasta la náusea.
Tercero, el percibir que cualquier eventualidad de barandilla, como los sucesos ocurridos en Tlatlaya, Apatzingán y Ayotzinapa, zarandeaban materialmente los débiles cimientos de la tolucopachucracia.
Cuarto, la falta de reacción inmediata ante acontecimientos de muy bajo rango, como las acusaciones de corrupción sobre las casas adquiridas de manos del constructor habilitado sexenal, donde no pudieron responder a una sola de las preguntas de la opinión pública.
Compromisos hasta con la delincuencia
Quinto, la desaforada estrategia de endeudamiento con los bancos internacionales cada trimestre, para cubrir gastos inocuos y prescindibles, que hizo ascender la deuda externa a varios dígitos, rayanos en la mitad del producto interno bruto.
Sexto, la desatada ambición de candilejas de los tolucos, que eran capaces de abandonar su changarro y hacer fracasar cualquier esfuerzo, a cambio de una sola portada de cualquier revista internacional de chismes del corazón.
Séptimo, la falta de consensos políticos y “amarres” efectivos al interior del propio sistema político, que los hacían regalar, concesionar, adjudicar y ceder todos los activos nacionales a un solo grupo de familias empresariales en el poder.
Octavo, el escandaloso grado de compromiso con la delincuencia organizada, a la que se prestaban para todo, desde ceder franjas completas de territorio a cambio de nada, hasta obligar a sus socios a lavar, tender y planchar los activos de cualquier procedencia.
Noveno, la impericia de los abogados de la tolucopachucracia, parte de una misma claque de chaparritos, para “aterrizar” los reglamentos y adminículos administrativos que requerían con urgencia las famosas “reformas estructurales”. Hasta el momento nadie sabe dónde quedó la bolita.
Desubicados en sus “bisnes” con chinos y rusos
Décimo, la ausencia de un plan integral de soporte político que involucrara a la diversidad de los factores políticos nacionales, regionales, sectoriales y a la diversidad de líderes de opinión que pudieran responder por el éxito de la empresa que querían llevar a cabo. Pero no, todos tenían que haber nacido en Toluca o en Pachuca, fuera de ahí, todo era Cuautitlán.
Undécimo, la desconfianza internacional que se fue generando a medida que Peña Nieto avanzaba en su particular “conquista de las Galias”, en su estilo personal de presumir el palmito ante las Cortes y monarquías extranjeras.
Duodécimo, su falta de conocimiento de pertenecer a una sola zona de influencia, a un eje rector de la hegemonía dentro de la que estaba enclavado México, si es que quería jugar en grandes ligas. No, en lugar de asumir la realidad, firmar negocios prohibidos con orientales y disparar cohetes satelitales en zona rusa.
Decimotercero, el fracaso del manejo de la economía nacional, tan endeble que fallaba en todas sus predicciones sobre el tamaño del crecimiento del PIB, la producción petrolera, el precio del barril de crudo y hasta de las cebollas y los frijoles.
Decimocuarto, el desplome, en sus mismas barbas, del precio petrolero, sin haber tomado una sola medida precautoria para alertar a los “futuros socios” sobre las alternativas, ni sobre la reacción de las herramientas macroeconómicas en poder el mismo aparato.
Decimoquinto, el derrumbe de la economía nacional, del salario, del empleo, de la seguridad pública, de la seguridad nacional, de la planta industrial proveedora de insumos necesarios para el funcionamiento de los gigantescos conglomerados extranjeros en el territorio.
Incapaces: ¡Ni para calentar un café!
Todo, en medio de la estupefacción, de “las caras de what?” no sólo de EPN, sino de todos los engallados miembros de su séquito, incapaces de reaccionar ante la catástrofe, incapaces de ser considerados custodios de tan grandes intereses, como los que pretendían enraizar en México.
Por último, constatar, a través de sus embajadas, legaciones, empresas, informantes, analistas, personal armado de las agencias internacionales, gobernadores amigos, hombres de negocios que siempre han trabajado para ellos, que los tolucos eran incapaces de calentar un café, sin ayudantes.
Constatar que ya ni las grandes empresas petrolíferas que nunca salieron de México desde antes de la Revolución, hacen lo que hacían. Muchas ya despidieron a sus empleados hacia otras zonas del planeta.
Que los firmantes originales, los impulsores del Pacto por México, que sólo existió en sus febriles cabecitas, se habían convertido en un castillo de arena bajo las olas de un mar proceloso que, afortunadamente, nunca estuvo en calma.
Que los cadáveres de los firmantes no habían ingresado ni al panteón político.
Hoy, el Pacto por México y las locas ambiciones de los tolucos son una anécdota de la que nadie quiere ni acordarse. No pudieron ni ofrecer, ni vender a México.
¡Qué vergüenza!
Índice Flamígero: Las alianzas electorales PAN-PRD acabaron por darle en la jeta a lo que quedaba de aquél Pacto, luego de que las nuevas cúpulas de esos partidos fueron renovadas. Anaya y Basave no se hacen cargo de las firmas estampadas el 2 de diciembre de 2012 por sus antecesores. + + + Y una buena: Ante una nutrida concurrencia de estudiantes de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Chihuahua, Jorge Nuño Jiménez, director general del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, habló sobre Las Nuevas Tecnologías y la Carrera Mundial por la Economía del Conocimiento. Recibió grandes aplausos.
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Estridentes chillidos cuales fueron los que emitía un tal y ex pachucocráta Penchyn(g)a (a su propia m…), cuando se refosilaba y solazaba con la exposición e innecesaria autodefensa de la “reforma entreguética”, yacen sepultados en un lodazal para guarros que se ubica en un círculo mucho más profundo que el nivel de ese panteón político que usted nos describe y al cual, áquel, no tiene derecho alguno a siquiera asomarse. A ese fulano no le alconzó ni para mandarse hacer una misa para sus despojos y su deshonra. Muy pronto se tendrá que entender que Pemex, hasta su cierre, será una empresa paraestatal que solo puede funcionar con presupuesto, que no podrá jamás genera utilidedes positivas para su autonomía, que serguirá siendo el cochinito de muchos “ahorradores” y que, apuradamente, si podrá “mover a México”, con los combustibles que no sirvieron de sebo para que los grandes y gordos peces rescataran el tesorito de las profundidades de la mar. La quimérica Empresa Productiva del Estado, formidable amenaza y terror de las otrora siete hermanas, nunca lo será, porque no llegó la competencia. A este desastre y desgracia de desgobierno solo hace falta recetarnos desabasto de combustibles.