En los extremos de Latinoamérica hay dos “ternuritas”: el atracomulca Enrique Peña Nieto y el futbolista Mauricio Macri. Ambos compiten seriamente por el galardón del Ateneo de Angangueo, aquél que el periodista asesinado Manuel Buendía y otros destacados personajes de la década de los 70’s instauraron para “premiar” conductas rayanas en el absurdo. A los dos los une la incompetencia, la frivolidad y el afán por ser “agradables”.
Aunque son decisiones políticas que acá en el rancho grande se ocultan y minimizan, las dos posturas iniciales del gaucho, ex delantero del Sportivo Belgrano, son igualmente desafortunadas y ocurrentes que las de su similar azteca.
Las dos primeras decisiones de gobierno argentino: imponer dos ministros en la Corte de Justicia que ofenden por su ridiculez, y permitir a los empresarios la re etiquetación de mercancías que ha disparado la devaluación de la moneda argentina al 40% de su valor son icónicas y, desgraciadamente, similares.
La falta de liderazgo, el dejar hacer y dejar pasar a los poderes facticos y el nulo control de lo que acontece en el territorio argentino, enlazan entre los dos polos un parecido que no es fortuito ni casual. Retratan de cuerpo entero los estilos ñoños del ejercicio del arte de gobernar, para ellos, más desconocido que un minotauro.
Se “gobierna” sin brújula
Cuando los poderes informales, los grupos de poder y las formaciones extralegales secuestran las decisiones fundamentales de un país para imponer, sobre la pobreza y la ignorancia, la ley de minorías corruptas e insaciables y la visión delincuencial del poder, se llega al lugar sin límites.
Es cuando nos hacen sentir a todos cínicos y farsantes. Es también cuando llega la hora de refrenar la destrucción de los derechos sociales y ciudadanos. Están haciendo ver la frivolidad de Cristina Kirchner y la del beodo Felipe Calderón como atributos de “monstruos de la política”.
Cuando se destroza la estabilidad y la seguridad de una Nación, y se derrumba la organización elemental del Estado, se “gobierna” sin brújula, sin administración de riesgos, recuento de daños ni control de decisiones en zonas estratégicas. No son toma ridícula de posición, son bromas macabras.
La codicia ha roto el saco
Cuando en México se llega al extremo de abandonar las potestades diplomáticas para dejar en manos del narcotráfico la iniciativa en las reclamaciones internacionales para liberar sin consecuencias a un delincuente en manos de la justicia española, como el impresentable Humberto Moreira, se tocan los extremos de lo indeseable, de lo bochornoso. Se deja ver el verdadero rostro del país.
Cuando se deja el manejo de los entrambuliques de la Bolsa de Valores, más peligrosa que la maquinita de fabricar circulante, a los caprichos de narcotraficantes, especuladores y lavadores del dinero sucio, se entrega en las manos de la delincuencia organizada la facultad punitiva del gobierno y gran parte de la desvergüenza nacional.
La codicia ha roto el saco. Los mexicanos hemos perdido la posibilidad de la justicia, el decoro de la ciudadanía, el propósito de la exigencia de los mínimos del resarcimiento. La pérdida de la esperanza, de la que decían los clásicos que todo se puede perder, excepto que exista en la vida cotidiana de los hambrientos.
Los delincuentes no actúan solos
Los dos, Mauricio Macri y Enrique Peña Nieto, se disputan la primacía en una visión tan pobre como para pensar en abrir todo al control de la inversión privada, asustada de la falta de requisitos para operar en una zona de confort y de protección legal, que los deja indefensos y expuestos a lo que pudiera suceder en el futuro inmediato.
Hasta narcos y lavadores en la Bolsa claman por mínimas condiciones legales que les permitan eludir reclamaciones jurídicas posteriores. No se puede actuar tan en despoblado. Es un insulto hasta para delincuentes improvisados. Tiene que haber una malla de protección que involucre a los cómplices. Los delincuentes no pueden actuar solos, no es aconsejable, opinan sus abogados en tonos desesperados.
La política rastacuera necesita un revestimiento de escollos, aunque sean aparentes, porque los delitos requieren de ambas partes. Lo otro, actuar en solitario, llevaría al salto al vacío, al robo en despoblado, a la burla de la ley de los omisos, que beneficia en mayor medida a los que escurren el bulto y actúan como el “buen ladrón”, o como el enfermo imaginario, presa de su desamparo e ignorancia.
Sería similar al asalto al indigente político. Un delito que no admite defensa posible. Hasta en esos terrenos debe existir un decoro, una salvaguarda pertinente. Sería igual a escaparse de una cárcel sin vigilancia, con todas las agravantes a cargo del fugitivo y sólo una condena pública al mentecato del alcaide o a los desprestigiados aparatos de “seguridad nacional”.
La vulgaridad del facineroso
En el viejo Oeste, comprar al sheriff, después de la sarracina de los imperdonables, equivalía a añadir una condena mayor para los criminales. Un abono en favor de la opinión pública agraviada, un argumento que salvaría de la complicidad al conjunto del aparato estatal de la justicia. Elimina su notoria complicidad.
En la batalla jurídica entre la criminalidad maquinada y la incapacidad de los mequetrefes, salen ganando éstos últimos, sólo juzgados por desidia, impericia y frivolidad. Y no es así, se debe jugar limpio, opinan los togados que podrían juzgar a los delincuentes por mayores abusos que los cometidos.
Los mequetrefes sólo quedarían ante el tribunal de la opinión pública. Desacreditados y defenestrados, pero no cómplices tras las mismas bartolinas. Mientras unos serían carne de patíbulo, los otros serían unos desvergonzados en la picota del agravio nacional. No se redondea estrictamente la acusación por complicidad expresa y manifiestamente comprobada.
Como en la realidad no es así, y “tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata”, tiene que involucrarse a los que desquician los tableros de control y enjaquimarlos, igual que a los perpetradores de los ilícitos, antes de que sea demasiado tarde y se vayan limpios.
Y no es que así lo hayan pensado porque sean unos “monstruos de la política” que maquinan los desfalcos y calculan sus rebotes. Son tan vulgares delincuentes como sus contlapaches.
En el terreno de la paranoia
Hasta aquí es adonde hemos llegado. Hasta el terreno de lo paranoico, de lo desquiciado. Eso es lo que tiene preocupados a los jefes financieros del exterior, a los dueños de los alambres de sus titiriteros. No encuentran como disfrazar el despojo, porque los próceres no entienden cómo funciona eso del abarrote.
La tolucopachucracia quiere encaramarse a todos los mecanismos de la rapiña, igual que lo hacen los argentinos, pero sin exponer el pecho. Sólo quieren los beneficios en efectivo, no participar en los engranajes de la corruptela. Sus buenas conciencias les exigen un imposible anonimato en la rapiña.
Los únicos que ya pueden poner orden en esta marranada, son los dueños del dinero mal habido. Por eso, a la claque en el poder le es indispensable delegarles toda la operación del desastre. Algo deberán hacer de inmediato, porque mexiquenses y pachuquitas se van en 20 meses, y quieren pintarse “de rositas”, sólo con el efectivo en sus bolsillos.
A Mauricio Macri le quedan más de tres años para seguir haciendo de las suyas.
El ciudadano, ajeno a este juego de Juan Pirulero, está sólo expuesto a la cacería de brujas de los metecos del SAT de Nezahualcóyotl. Los argentinos, observan los movimientos de las fichas en los enjuagues mexicas.
Mientras, el galardón de Angangueo espera impaciente a su nuevo poseedor. ¿Quién será el premiado? ¿Macri? ¿Peña Nieto?
¡Cierren las puertas, señores!
Índice Flamígero: La rapiña sobre los recursos de los mexicanos en todo su esplendor: El impresentable Emilio Gamboa Patrón, coordinador del PRI en el Senado, aseguró que, aun cuando logren algunos ahorros con la aplicación de medidas de austeridad, los legisladores no regresarán el dinero que ya les fue autorizado. ¡Todo para los mismos de siempre!, ¿o no?
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Ni a cual irle, tal para cual, jaja..!!