Javier Peñalosa Castro
Finalmente llegó a nuestro país el papa Francisco, cuya gira incluye algunas actividades en esta ciudad, así como visitas a Chiapas, donde es previsible que hable en contra de la discriminación, la marginación y la explotación de los indígenas mexicanos, que por más que se trate de ocultar, son aún varios cientos de miles; también visitará Michoacán, donde se espera que dirija algún mensaje relacionado con la violencia que campea en esa zona y muchas otras del País, y en Ciudad Juárez, donde previsiblemente abordará el tema de la migración.
Francisco ha sido hasta ahora un papa con buena estrella, pues si bien ha cedido en asuntos capitales, como el perdón incondicional a los Legionarios de Cristo, la orden que fue fundada y creció bajo los auspicios y malignos vicios de su superior, el pederasta y drogadicto Marcial Maciel, y no ha tocado a las mafias que manejan los dineros y la política en El Vaticano ni a grupos no menos nocivos que los Legionarios, como el famoso Club de Roma, formado por los cardenales Norberto Rivera y Juan Sandoval Íñiguez, el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, y Emilio Berlié, arzobispo de Yucatán, caracterizado por su cercanía con el poder político y económico y su distanciamiento de los pobres, ha demostrado tener carisma y despierta un sentimiento de confianza entre católicos y no católicos, que al menos confiere el beneficio de la duda a su pontificado.
Un político hábil
Pese a que no ha tocado a estos negros intereses —y difícilmente lo hará—, el pontífice argentino ha dejado correr un poco de aire dentro del ambiente cargado de naftalina y enrarecido que quedó en El Vaticano tras el paso de Juan Pablo Segundo y Benedicto XVI, una especie de Miguel de la Madrid del Vaticano que, a diferencia de aquél, al menos supo reconocer sus limitaciones y hacerse a un lado antes de causar mayores daños por su indefinición y grisura.
Francisco se ha distinguido de sus predecesores porque ha manifestado mayor apertura hacia grupos como los divorciados, los homosexuales, las mujeres que han abortado y otros que, hasta hace muy poco, habían sido satanizados y excluidos incluso de los sacramentos, y con ello ha ganado la simpatía de un número importante de católicos de membrete que se mantenían alejados de este credo por el rechazo del que eran objeto.
Hasta ahora no ha habido cambios de fondo ni propuestas innovadoras. Sin embargo, la popularidad que ha ganado Francisco con los guiños dirigidos hacia estos grupos es innegable, y apunta a que le permitirá frenar la diáspora que se estaba registrando entre su grey, especialmente en la región latinoamericana.
Circo romano en América
Finalmente la primera visita de Francisco a México, pese a las críticas y los pronunciamientos que haga contra la desigualdad, la injusticia, la violencia, quedará, en el mejor de los casos, en buenas intenciones, y tan pronto abandone nuestro País, los mexicanos volveremos a la triste realidad que nos acecha, marcada por la corrupción y la impunidad con que políticos de todos los signos y partidos, coludidos con empresarios, representantes de los consorcios financieros internacionales, las grandes organizaciones gremiales y ,por supuesto, los principales jerarcas religiosos, exprimen literalmente a los mexicanos para llenarse los bolsillos con el dinero de las arcas públicas o, peor aún, del magro patrimonio de los más pobres.
Así sea por unos días, de nueva cuenta quedará demostrado que a los mexicanos se nos puede distraer con cualquier espectáculo, y que veneramos a quienes detentan un cargo, más allá de cómo lo desempeñan. Por ello se aplaude lo mismo a Juan Pablo Segundo que a Benedicto XVI y a Francisco, más por la investidura que representan y por la supuesta deferencia que tienen hacia nuestro país al visitarlo, e incluso al Presidente de la República en turno, sin importar si se trata de truhanes, ineptos o personas “con capacidades diferentes” (valga el eufemismo, con perdón de los discapacitados), como Fox, Calderón y Peña.
Y mientras, tras bambalinas…
El embeleso que provoca en la multitud de católicos mexicanos la contemplación de un nuevo Papa obra milagros. Al menos durante el tiempo que dure la visita, y varios días más que transcurrirán entre los comentarios de cómo y dónde fue el encuentro de casi cada capitalino con el líder del de los católicos romanos, dará una breve tregua —al menos en las prioridades de nuestra atención— frente al bombardeo inmisericorde a que nos tienen sometidos Peña y sus secuaces. Sin embargo, cuando la gente vuelva en sí cobrará conciencia gradualmente de que la inflación no estaba tan controlada como decía el Banco de México, que la macroeconomía no era tan sólida como querían hacernos creer, que el recorte de empleos y de salarios seguirá siendo inmisericorde, y que las reformas estructurales tardarán “un poco más” de lo que ofrecieron sus promotores.
En este entorno, el dólar está a un tris de romper la barrera de los veinte pesos, la planta productiva continúa anquilosada y aun enmohecida como consecuencia de la apertura brutal e indiscriminada a la que se sometió la economía del País desde finales de los ochenta y principios de los noventa, con Carlos Salinas, que prosiguió, a su manera, con Ernesto Zedillo, y que ha sido mantenida por los regímenes panistas de Fox y Calderón y lo que va del peñato, y lo peor es que, ni siquiera por “taparle el ojo al macho” se habla de algún plan emergente, de medidas distintas de los recortes y la venta de activos.
Dándonos el avión
En este último caso, por supuesto, nos ha quedado claro que no está incluido el llamado Avión Presidencial, adquirido por el megalómano Felipe Calderón, que a decir de Peña Nieto, pertenece al Estado y no al Presidente. Cabe preguntarse si con esta declaración Peña literalmente quiere “darnos el avión”. ¿O será que, en el fondo, piensa que “el Estado es él?”