Por Aurelio Contreras Moreno
Sin entrar al terreno de las consideraciones religiosas, lucrar con la fe de la sociedad es un acto vil, digno de carroñeros, ya sea en el terreno comercial como en el político.
La visita del Papa Francisco a México ha servido para que la clase política y las empresas de comunicación del país se den un festín a costa del fervor de la gente, que busca en la religión un consuelo a sus problemas y una esperanza en medio del dolor de la realidad.
Del presidente Enrique Peña Nieto al líder opositor Andrés Manuel López Obrador, los políticos mexicanos han medrado con la gira del pontífice para llevar agua a su molino, pretendiendo santiguar en agua bendita sus omisiones, corruptelas y desatinos.
Los gobernadores de las entidades donde el líder de la Iglesia Católica se presenta no sólo han despilfarrado dinero público para quedar bien con el clero -¿o por qué tendría que haber en el estado de Veracruz espectaculares de la visita a Michoacán?-, sino que pasaron por encima de la noción del Estado laico que -les guste o no- rige constitucionalmente a México, para obtener dividendos políticos.
Las empresas de comunicación andan por las mismas. La gira del Papa les ha significado una inmejorable oportunidad para levantar ratings, tirajes y ventas en tiempos en que las nuevas tecnologías de la información están marcando la obsolescencia de los medios tradicionales, que pareciera que no se han enterado que estamos en el siglo XXI, pero para los cuales la religión como espectáculo sigue siendo un negocio altamente redituable.
Y no es que carezca de importancia la visita al país del jefe de la religión mayoritaria en México. Es innegable su trascendencia por el simple hecho de la influencia que ejerce en millones de personas que lo ven como ejemplo y como líder espiritual.
Sólo que tanto la clase política como la jerarquía católica mexicana y los medios de comunicación le han dado un tratamiento “light”, de mero “show”, a los pasos de Jorge Bergoglio en México, cuyas críticas a la corrupción, a la cultura de la muerte y a los privilegios de unos cuántos han sido suavizadas para el consumo de masas acríticas en busca de respuestas milagrosas a tragedias terrenales.
El sólo hecho de que el gobierno y el episcopado mexicano hayan evitado que el Papa acudiera a las zonas de más alta violencia o que se reuniera con los familiares de víctimas de desapariciones o de la pederastia clerical, despoja a la visita del jefe del Estado Vaticano de la integralidad y profundidad que podría haber logrado.
Poco o nada cambiará en el país tras la visita del pontífice argentino, como muy poco cambió con las de sus antecesores. El consuelo espiritual podrá ser de mucho provecho para su grey, pero México, en su diversidad cultural y religiosa, necesita mucho más que puras bendiciones para cambiar su escenario de desigualdad e injusticia.
Y en Veracruz, mientras tanto, los corruptos se persignan con una mano y jalan el gatillo con la otra.
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