Mal termina la semana, con signos ominosos de que la impunidad, la rapiña y el vacío de poder han alcanzado un grado tan preocupante que Barak Obama, cuyo gobierno lleva seis meses sin poder designar embajador en México, envió a su lugarteniente —al menos en el papel—, Joe Biden, a pronunciar un discurso de disculpa por los despropósitos racistas escupidos por Donald Trump a modo de campaña política —vergonzosamente exitosa— por la presidencia de Estados Unidos, al que se sumó, en el plano de las balandronadas, Vicente Fox, autoproclamado estadista ejemplar, defensor tardío de la soberanía nacional y crítico con supuesta autoridad moral para llamar fantoche y payaso al del rubio peluquín, en un desplante que mueve a recordar aquello de “El comal le dijo a la olla…”, que compusiera el genial Cri cri.
Pero de regreso a lo que vino a decir Biden, destaca que durante su mensaje haya expresado enfáticamente la preocupación de su gobierno por el grado de impunidad que prevalece en México, y si bien no entró en detalles, vienen de inmediato a la mente casos como el de Moreira, aprehendido y liberado en un proceso fast track que por lo menos mueve a sospechosismo, la adquisición de propiedades en condiciones jamás aclaradas, el uso y abuso de helicópteros por políticos y gobernantes de todos los partidos y un interminable etcétera que son para preocupar no sólo a Obama y Biden, sino al más pintado.
¿Qué le da valor?
En este contexto, no deja de sorprender que, tras la aparente llamada a cuentas de Miguel Ángel Osorio Chong a Javier Duarte, ese tiranuelo de aldea en que se ha convertido el sucesor de Fidel Herrera como gobernante de los veracruzanos.
En épocas anteriores, desde que un gobernador era llamado a cuentas a Bucareli, sabía que, si no había sido defenestrado aún, sólo le quedaban algunas horas para limpiar lo más evidente del cochinero que había motivado el emplazamiento, y pedir licencia al congreso local “por motivos de salud”.
En este caso, Duarte salió de la reunión en el Palacio de Covián envalentonado, haciendo gala de su pésimo sentido del humor y cubierto de una capa de impunidad que parece investirlo con superpoderes o cuando menos poderes metaconstitucionales que lo dejan a salvo de todo escrutinio —no se diga de los juicios político y penales que ya se le debían haber iniciado.
Esta versión jarocha del otrora temido cacique africano Idi Amín ha endeudado al estado que desgobierna hasta límites de escándalo, ha hecho un manejo sucio de estos fondos, que ha trasegado a su gusto y, entre otras barbaridades, ha desposeído de sus recursos (se cifran en cuando menos dos mil millones de pesos) a la Universidad Veracruzana, una de las instituciones de educación superior más prestigiadas de este país, entre cuyas medallas destacan haber publicado las primeras obras de autores como Gabriel García Márquez y haber incluido a firmas como las de Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, E. M. Forster, Sergio Pitol y José Revueltas, entre muchas otras.
Duarte también ha sido señalado por la persecución, asesinato o desaparición de periodistas críticos, por el modo despótico con que responde a las exigencias de madres de familia y otros ciudadanos que viven en condiciones vulnerables, y por sus balandronadas ante adversarios, incluso de su propio partido.
Es tal el descrédito de este sujeto que incluso ha tenido que salir “por piernas” del célebre Café de la Parroquia, porque la gente ya no lo soporta.
Pese a todo ello, salió indemne de su cita con Osorio, y aparentemente los veracruzanos tendrán que seguirlo soportando al menos hasta el término de su mandato El resto de los mexicanos no podemos menos que preguntarnos qué lo mantiene en el cargo, si tan poderoso es para amedrentar al propio secretario de Gobernación, o si será socio de éste en alguna componenda o negocio inconfesable.
Infortunadamente, como hasta el gobierno gringo lo percibe, la impunidad comienza a ser, más allá de las llamadas reformas estructurales, el rasgo más distinguible —y preocupante— del peñismo, aunque éste también se caracteriza por aberraciones como haber abdicado de obligaciones del Estado tales como la regulación de las fuerzas del mercado, la soberanía alimentaria, la seguridad (laboral, económica, de salud), y la preservación y ensanchamiento del patrimonio nacional.
Llamada de atención que debe preocupar
Si nos atenemos a la sentencia de Jesús Reyes Heroles de que, en política, la forma es fondo, el mensaje que envía Barak Obama es preocupante, pues es bien sabido que las intervenciones de Estados Unidos en otras naciones —no necesariamente armadas, o no siempre— se dan con pretextos como la defensa de los derechos humanos y la ingobernabilidad, de la que la impunidad es un rasgo característico.
Y mientras Peña y su camarilla sigan defendiendo a tipos impresentables como Moreira y Duarte, sólo por citar los que están más frescos en la memoria, la lacra de la impunidad continuará manchando la imagen del país, y con ello se acrecentará el riesgo de que el nuevo gobierno —nos guste o no, Trump es una posibilidad más que real— de aquel país quiera meter la mano en México.