Por Magdalena García de León
En esta ocasión quiero rendir un homenaje, a uno de los mas sobresalientes escritores mexicanos, Fernando del Paso, quién es el sexto connacional en recibir el prestigioso premio Miguel de Cervantes, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares en Madrid, de manos del Rey de España.
Pero no solo por eso, creo que su discurso de aceptación es importante por lo dicho y en el momento en que lo dice y por último por orgullo familiar, ya que Fernando es mi tío.
Para rendirle el mencionado homenaje reproduciré parte de su intervención.
Después de los saludos de rigor a los Reyes de España, a los funcionarios y a los presentes Fernando del Paso habló de las expectativas que su discurso despierta, después de lo dicho hace un año, en Mérida, Yucatán, al recibir el premio José Emilio Pacheco
“Las cosas no han cambiado en México, si no para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones los feminicidios, la discriminación, los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo. Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza, pues bien, me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacional para denunciar a los cuatro vientos la aprobación, en el Estado de México, de la bautizada como Ley Atenco, una ley opresora que habilita a la policía apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad el orden público la integridad la vida y los bienes tanto públicos como de las personas. Subrayo: es a criterio de la autoridad, no necesariamente presente, que se permite tal medida extrema. Esto pareciera tan sólo el principio de un estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo eso sí que me daría aún más vergüenza”.
Después de hablar sobre su llegada al mundo y de explicar que desde entonces todo lo hace en castellano Fernando nos cuenta sobre sus inicios con la literatura:
“Pancho y Ramona, el Príncipe Valiente, Lorenzo y Pepita, Tarzán y Mandrake, fueron mis primeros personajes favoritos y yo no podía esperar a que mi padre despertara para que me leyera las historietas dominicales a colores de modo que me di prisa en aprender a leer en la preprimaria en la que me inscribieron mis padres, dirigida por dos señoritas que no eran monjas pero si muy católicas y tan malandrines que me daban con grandes bríos y denuedo reglazos en la mano izquierda- yo soy zurdo- cuando intentaba escribir con ella sin obtener su objetivo: no soy ambidiestro soy ambisiniestro. Más tarde mi mano izquierda se dedicó a dibujar y fue así como se vengó de la derecha. Pero aprendí a leer con los dos ojos y con los dos ojos y entre los rugidos de los leones me las vi con Don Quijote de la Mancha y en efecto un hermano de mi padre que tenía una gran biblioteca virgen -nadie la leía: compraba los libros por metro- me invitó pasar 15 días en su casa, muy cercana al zoológico, desde donde se escuchaban a distintas horas del día los estentóreos rugidos de los leones y yo me dije: ¿leoncitos, a mi? Y me zambullí en la literatura de los clásicos castellanos: desde entonces estoy familiarizado con todos ellos: Tirso de Molina, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora el Arcipreste de Hita, Quevedo, Baltasar Gracián y varios otros. Fue ahí también, en la casa de mi tío donde me enfrente con Don Quijote en desigual y descomunal batalla: él las más de las veces jinete en Rocinante o a horcajadas en Clavileño y yo, en miserable situación pedestre. No obstante mi Señor y Sancho Panza estaban ilustrados por Gustave Doré y eso me sirvió de báculo. Salí de su lectura muy enriquecido y muy contento de haber aprendido que la literatura y el humor podían hacer buenas migas. De esto colegié que también los discursos y el humor podían llevarse.
De ahí continué leyendo apasionado a numerosos y muy buenos escritores españoles Antonio Montaña Nariño, un escritor colombiano ya fallecido, entro a la agencia de publicidad donde yo trabajaba y me presentó a su amigo el hispano mexicano José de la Colina.
Pronto ellos se transformaron en mis primeros mentores literarios y me dieron a conocer a Benito Pérez Galdós, Ramón Menéndez Pidal, Ramón Gómez de la Serna, Ramón María del Valle Inclán, Antonio y Manuel Machado, Rafael Alberti y otros autores que me hicieron enamorarme profundamente de la lengua. En aquel entonces yo me regocijaba mucho leyendo estilistas como Gabriel Miró. Antonio y José me dieron también el conocer a Joyce, Faulkner, Dos pasos, Erskine Caldwell, Julien Green, Marcel Schwob y muchos otros grandes autores de las literaturas anglosajona y francesa.
También desde luego a excelentes escritores españoles como Rafael Sánchez Ferlosio Juan José Armas Marcelo, Juan Marsé, los hermanos Goytisolo, Fernando Savater, Camilo José Cela, Javier Marías, Arturo Pérez- Reverte y a quien detonó toda mi vocación literaria: el poeta Miguel Hernández, autor de El rayo que no cesa.
Recuerdo que hace algunos años en una universidad francesa cuando comencé a dar una lista de los escritores que según yo me habían influido, una persona del público señaló que yo no había mencionado a ningún escritor español y me dijo que como era posible. Yo le contesté: los españoles no me han influido, a los españoles los traigo en la sangre, y agregué al enumeración aquellos latinoamericanos que son parte de mi lecturas más importantes y por lo tanto de mi vida como Borges, Onetti, Carpentier, Lezama Lima, Cortázar, Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, Neruda, Huidobro, Gallegos Guimarães Rosa y César Vallejo y entre los mexicanos Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, sin olvidar a Fernández de Lizardi y a nuestra amada monja Sor Juana Inés de la Cruz.
Creo que me emocioné y esta se ha vuelto una muy larga colaboración. Podría seguir pero dejo aquí el discurso de Fernando, para que aquellos interesados lo busquen por su cuenta y para los que no lo están no tengan que continuar con su lectura.
Solo me resta decir que coincido con Fernando sobre la situación en la que vivimos y en la que está nuestro país.
Con gran sorpresa, desagradable, por cierto, descubro que tanto la Embajada como el consulado de Ecuador, que siguen pidiendo ayuda para los damnificados, no abren su centro de acopio en el fin de semana, cuando muchos podríamos y quisiéramos aportar algo. Una lástima que prefieran descansar que ayudar.