Gregorio Ortega Molina
* Si para sustituir el compromiso de contener el narcotráfico en territorio mexicano, aceptan y asumen los costos de combatir aquí el terrorismo que amenaza a EEUU, no importarán las consideraciones de integración ni geoestratégicamente el concepto de seguridad, el pato se pagará de este lado, y el mal humor puede trocarse en violenta irritación social
Nunca sentí el miedo atómico, a pesar de estar en territorio nacional Laguna Verde, ni siquiera después de Chernóbil. Quizá porque erróneamente pienso que la solución nuclear es definitiva, indolora, instantánea y aleccionadora, aunque a los sobrevivientes de un accidente o un ataque, les vaya como en feria. Sólo hay que leer a Svetlana Alexievitch.
El terrorismo, considero, es distinto, no encierra lección ninguna, porque es producto de la soberbia, del resentimiento creado como respuesta de un dogma religioso a la idea de la preeminencia del judeocristianismo; es, también, visto como opción válida para contener el saqueo de unos países a otros, equivale a responder con la misma moneda el engaño de los modelos políticos.
Pero el terrorismo se ha sofisticado y, además, modifica causas y prejuicios para justificar la violencia, el reguero de sangre, porque es interno en cada uno de los países donde los gobiernos legalmente constituidos parecen rebasados por la delincuencia organizada, el narco poder y los vacíos de la presencia legítima del Estado, que parece haber olvidado cómo ejercer la violencia que la Constitución le concede como instrumento legal y legítimo de la defensa de los derechos civiles.
Naturalmente también existe el terrorismo de Estado, ese que se manifiesta en los desequilibrios fiscales que sólo profundiza la diferencia de clases, el rencor social, la informalidad económica y, sobre todo, la desesperación y el mal humor de buena parte de la sociedad.
En un alarde de fuerza -porque nos creen tontos los que mangonean, no necesariamente los que gobiernan- cuestionan que se muestre el mal humor, la irritación causada por el descalabro de las políticas públicas y las promesas incumplidas, por las propiedades adquiridas sin justificación, por la corrupción, la impudicia y la impunidad.
Ese terrorismo actúa en silencio, se manifiesta sin hacer ruido, pero causa más y violentos estragos que el cruento y a punta de pistola y detonaciones de artefactos caseros, pero mortales. Me refiero a esas políticas públicas que crean pobreza y expectativas falsas, a esa retórica gubernamental fundamentada en fantasías y quimeras apartadas de una realidad que lacera y consume todo hálito de vida inteligente, vigorosa, risueña, potente y pujante para contribuir a crear un proyecto de nación, pero, lástima, eso se lo desayunan con la soberbia con la que despiertan.
Si para sustituir el compromiso de contener el narcotráfico en territorio mexicano, aceptan y asumen los costos de combatir aquí el terrorismo que amenaza a EEUU, no importarán las consideraciones de integración ni geoestratégicamente el concepto de seguridad, el pato se pagará de este lado, y el mal humor puede trocarse en violenta irritación social.