* Sí, el profundo y casi irreparable estrago de la corrupción, consiste en que de ser hábito poco frecuente, se convierte en uno bien visto, incluso aceptado por muchos; se transforma en uso y costumbre para la toma de decisiones y asegurarse el éxito profesional, para después devenir parte de la cultura, porque se asume como parte del ser mexicano
Gregorio Ortega Molina
En la simplificación de los estragos causados por la corrupción, políticos, sociólogos y analistas reducen todo al dinero que cambia de manos cuando se modifica el precio de las obras públicas y privadas, o lo que se afecta porque se dejó de hacer o se hizo mal. Eso es lo de menos, hay costos mayores, de difícil enmienda o imposible corrección.
Por una vez en el sexenio tiene razón EPN.
Si la corrupción hace sedimentos en los hábitos y costumbres y pronto se le ve como una más de las transacciones que han de hacerse para resolver los problemas cotidianos, lo que hubiera podido calificarse como un fenómeno poco común y sólo dentro del ámbito profesional y social, termina por convertirse en cultura, en una actitud que hay que incluir en el escenario de la toma de decisiones, si quiere tenerse éxito en las políticas públicas, los negocios o en la vida profesional, porque un acto de corrupción no necesariamente se limita un intercambio de dinero, sino que en términos más amplios se convierte en uno de favores e inclusive de fluidos corporales.
En ese estricto sentido, el no reconocimiento a los derechos de mujeres y hombres pervierte la equidad de género y se transforma en una corrupción degradante, sucia y controladora.
Por lo anterior pienso que la tres de tres es sólo una vacilada. La corrupción política y administrativa que afecta a las políticas públicas, únicamente puede combatirse con la revocación de mandato, la segunda vuelta y la cárcel sin derecho a fianza, porque en un país como en el que vivimos, esos gestos, actos en los que puede presumirse de haber corrompido un policía lo mismo que a un político de altos vuelos, con negocios de millones de dólares que sólo pueden descubrirse en los papeles de Panamá, debe sancionarse con penas que infundan temor.
La otra corrupción, la que involucra el vencimiento de voluntades, la humillación, el acoso sexual, el abuso de cuerpos ajenos pero disponibles, o la que refiere a delitos menores de estúpido abuso de poder, como estacionarse en lugar prohibido o insultar a la autoridad, además de con cárcel y penas inconmutables, debe castigarse con el escarnio, la exhibición social de esas debilidades o perversiones que trastocan y modifican, para mal, la vida en sociedad, y además se pierde el respeto a toda ley.
Sí, el profundo y casi irreparable estrago de la corrupción, es que de ser un hábito poco frecuente, se convierte en uno normal, en uso y costumbre para la toma de decisiones y asegurarse el éxito profesional, para después transformarse en manifestación cultural porque la vemos como parte del ser del mexicano.