* Quizá el último baluarte del corporativismo político es el SNTE, y con éste la imposibilidad de desestructurar el modelo educativo, de allí la necesidad de arrestar y dejar en el limbo jurisdiccional a Elba Esther Gordillo, para confrontar a la CNTE con el SNTE y después proponer unas mesas de diálogo inexistente, porque las decisiones están tomadas
Gregorio Ortega Molina
Las transformaciones “estructurales” de una nación tardan tantos años como la guía de sus conductores determine, el empeño que pongan y la habilidad desplegada para lograr el apoyo social. Nada ocurre de la noche a la mañana, mucho menos gracias al alineamiento de los planetas.
Quizá sea posible establecer que la desestructuración del proyecto de la Revolución se decidió al momento en que los prelados mexicanos y los analistas del Departamento de Estado de Estados Unidos, analizaron las consecuencias políticas, económicas y sociales de la Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917.
Hubo intentos por preservar el proyecto original. Fueron la Guerra Cristera y la Expropiación de 1938, lo que obligó a un replanteamiento por parte de quienes nunca vieron con buenos ojos el que México fuese independiente y consolidara la oportunidad de transformarse en potencia media.
El proceso de desestructuración del Estado mexicano inició cuando Miguel de la Madrid Hurtado asumió el poder, y compró como idea propia la necesidad de hacer una venta de garaje con los empresas que dieron al presidente, mientras duró, aura y autoridad que le permitían mantener a distancia a los tiburones de la economía. La silla del águila conjuntaba poder político y económico, más allá de la fuerza dada por los recursos fiscales.
Paulatinamente disminuyeron al Estado y empequeñecieron el poder político presidencial, apenas sostenido en ese nacionalismo que caracteriza a los mexicanos, cultivado en la educación desarrollada a través de las brigadas magisteriales, la educación normal para instruir a los educandos y, la cereza en el pastel, la conceptualización ideologizada de los contenidos de los libros de texto gratuitos.
Este contexto permite apreciar la verdadera y trascendente importancia de desestructurar el proyecto educativo de la Revolución, a través de una reforma en la que el maestro “pierde” su lugar tradicional en la sociedad -como lo perdió el sacerdote a consecuencias de la pederastia, por ejemplo-, y el contenido ideologizado de la historia patria y del civismo se diluye en la desmitificación de héroes, y en el elogio a los comportamientos equivocados de las autoridades civiles y militares.
Quizá el último baluarte del corporativismo político es el SNTE, y con éste la imposibilidad de desestructurar el modelo educativo, de allí la necesidad de arrestar y dejar en el limbo jurisdiccional a Elba Esther Gordillo, para confrontar a la CNTE con el SNTE, y después proponer unas mesas de diálogo inexistente, porque las decisiones están tomadas.
Imposible conocer o adivinar el verdadero calado de la llamada reforma educativa a través de los nuevos modelos recién presentados; la lucha por sostenerla e imponerla tiene su primera victoria en el razonamiento de AMLO, que comete ya los mismos errores del PAN durante sus gobiernos, porque desconoce que la preservación del Estado pasa por la reforma estructural del modelo político, o la desestructuración del presidencialismo, pero él, López Obrador, quiere ser como esos presidentes priistas de los que dice abominar. Sueña con ser como el Innombrable, su Jedi.