CIUDAD DE MÉXICO, 30 de julio (Almomento MX).-Durante dos semanas en agosto de 1936, la dictadura nazi de Adolf Hitler camufló su carácter racista y militarista mientras era anfitrión de las Olimpíadas de Verano. Dejando de lado su agenda antisemita y los planes de expansión territorial, el régimen explotó las Olimpíadas para impresionar a miles de espectadores y periodistas extranjeros presentando la imagen de una Alemania pacífica y tolerante.
Tras rechazar una propuesta de boicot contra las Olimpíadas de 1936, los Estados Unidos y otras democracias occidentales perdieron la oportunidad de adoptar una postura que — según manifestaron algunos observadores del momento — podría haber limitado el poderío de Hitler y respaldado la resistencia internacional a la tiranía nazi.
Al concluir los Juegos Olímpicos, se aceleraron las políticas expansionistas de Alemania y la persecución de los judíos y otros “enemigos del estado”, lo que culminó en la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto.
En 1931, el Comité Olímpico Internacional escogió a Berlín como sede de las Olimpíadas de Verano de 1936. Esto significó el regreso de Alemania a la comunidad internacional tras su aislamiento después de la derrota de la Primera Guerra Mundial.
Dos años después, Adolf Hitler, líder del partido nazi, asumió el cargo de canciller de Alemania y rápidamente transformó la frágil democracia del país en una dictadura unipartidista que persiguió a judíos, romaníes (gitanos), todos los oponentes políticos y otros.
La pretensión nazi de controlar todos los aspectos de la vida alemana también abarcó los deportes. Las imágenes del deporte alemán de la década de 1930 sirvieron para promover el mito de la superioridad y el poderío físico de la raza “aria”.
En esculturas y otras formas de expresión, los artistas alemanes idealizaron el tono muscular firme y la fortaleza heroica de los atletas además de acentuar ostensiblemente las facciones arias. Dichas imágenes también reflejaban la importancia que el régimen nazi confería a la aptitud física, un requisito esencial para el servicio militar.
En abril de 1933, se instituyó una política de “Sólo arios” en todas las organizaciones deportivas alemanas. Los atletas “no arios” — judíos o medio judíos y romaníes (gitanos) — eran sistemáticamente excluidos de las instalaciones y asociaciones deportivas alemanas.
La Asociación de Box Alemana expulsó al campeón aficionado Erich Seelig en abril de 1933 por su condición de judío. (Seelig posteriormente retomó su carrera boxística en los Estados Unidos). Otro atleta judío, Daniel Prenn — el tenista alemán mejor clasificado — fue expulsado del equipo de la Copa Davis de Alemania. Gretel Bergmann, una atleta de salto en alto de primer nivel, fue expulsada de su club alemán en 1933 y del equipo olímpico alemán en 1936.
Los atletas judíos expulsados de los clubes deportivos alemanes acudieron en gran número a diferentes asociaciones judías, incluidos los grupos Macabeos y El Escudo, y a improvisadas instituciones segregadas. Pero estas instalaciones deportivas judías no estaban a la altura de los grupos alemanes bien financiados. Los romaníes (gitanos), incluido el boxeador sinti Johann Rukelie Trollmann, también fueron excluidos de los deportes alemanes.
Como un gesto simbólico para aplacar la opinión internacional, las autoridades alemanas permitieron que la esgrimista alemana de origen judío Helene Mayer representara a Alemania en los Juegos Olímpicos de Berlín. Se alzó con la medalla de plata en esgrima individual femenino y, como todos los demás medallistas alemanes, realizó el saludo nazi en el podio.
Después de las Olimpíadas, Mayer regresó a los Estados Unidos. Ningún otro atleta judío compitió para Alemania. Sin embargo, nueve atletas judíos ganaron medallas en las Olimpíadas nazis, incluida Mayer y cinco húngaros. Siete atletas masculinos judíos de los Estados Unidos fueron a Berlín. Al igual que algunos competidores judíos europeos en las Olimpíadas, muchos de estos jóvenes hombres fueron presionados por las organizaciones judías para boicotear los Juegos Olímpicos. Como en ese momento la mayoría no conocía a fondo la magnitud ni el propósito de la persecución nazi de los judíos y otros grupos, estos atletas decidieron competir.
En agosto de 1936, el régimen nazi intentó camuflar sus violentas políticas racistas mientras auspiciaba las Olimpíadas de Verano. Se retiraron temporalmente la mayoría de los letreros antisemitas y los periódicos moderaron su dura retórica. De esta manera, el régimen aprovechó los Juegos Olímpicos para presentar a los espectadores y periodistas extranjeros una falsa imagen de una Alemania pacífica y tolerante.
En los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Suecia, Checoslovaquia y los Países Bajos surgieron movimientos para boicotear las Olimpíadas de Berlín de 1936. El debate sobre la participación en las Olimpíadas de 1936 tuvo mayor intensidad en los Estados Unidos, que tradicionalmente enviaba una de las delegaciones más numerosas a los Juegos Olímpicos. Algunos de los que proponían el boicot apoyaban una contra Olimpíada. Una de las más importantes fue la “Olimpíada Popular” planeada para el verano de 1936 en Barcelona, España. Fue cancelada después del estallido de la Guerra Civil Española en julio de 1936, justo cuando habían comenzado a llegar miles de atletas.
Atletas judíos individuales de numerosos países también decidieron boicotear las Olimpíadas de Berlín. En los Estados Unidos, algunos atletas judíos y organizaciones judías como el Congreso Judío Estadounidense y el Comité Laboral Judío apoyaron un boicot. Sin embargo, una vez que la Unión de Atletas Aficionados de los Estados Unidos votó por la participación en diciembre de 1935, otros países acataron la resolución y el movimiento a favor del boicot fracasó.
Los nazis realizaron preparativos elaborados para las Olimpíadas de Verano del 1 al 16 de agosto. Se construyó un enorme complejo deportivo y banderas olímpicas y esvásticas adornaban los monumentos y las casas de una festiva y concurrida Berlín.
La mayoría de los turistas ignoraba que el régimen nazi había retirado temporalmente los letreros antisemitas, ni sabían de una redada policial de romaníes en Berlín ordenada por el Ministro del Interior alemán. El 16 de julio de 1936, unos 800 romaníes que vivían en Berlín y sus alrededores fueron arrestados y recluidos bajo guardia policial en un campo especial en el suburbio berlinés de Marzahn. Las autoridades nazis también ordenaron que los visitantes extranjeros no debieran estar sujetos a las penas judiciales de las leyes alemanas contra la homosexualidad.
El 1 de agosto de 1936, Hitler inauguró las 11° edición de las Olimpíadas. Las fanfarrias dirigidas por el famoso compositor Richard Strauss anunciaron la llegada del dictador a la multitud en su gran mayoría alemana. Cientos de atletas en uniformes de gala de debut marcharon hacia el estadio, equipo por equipo, en orden alfabético. Dando inicio a un nuevo ritual olímpico, un corredor solitario llegó portando una antorcha que, de relevo en relevo, inició su recorrido en la sede de las antiguas Olimpíadas de Olimpia, en Grecia.
Cuarenta y nueve delegaciones de atletas de todo el mundo compitieron en las Olimpíadas de Berlín, más que en cualquier otra Olimpíada. Alemania presentó la delegación más numerosa con 348 atletas. La delegación estadounidense fue la segunda más numerosa, con 312 miembros, incluidos afroamericanos.
El Presidente del Comité Olímpico Estadounidense Avery Brundage dirigió la delegación. La Unión Soviética no participó en los Juegos Olímpicos de Berlín.
Alemania promovía hábilmente las Olimpíadas mediante coloridos pósteres y anuncios a doble página. Las imágenes de los atletas relacionaban a la Alemania nazi con la antigua Grecia, simbolizando el mito racial nazi que sostenía que la superior civilización germana era la legítima heredera de una cultura “aria” de la antigüedad clásica. Esta visión de la antigüedad clásica enfatizaba las características raciales “arias” ideales: personas rubias de ojos azules, de aspecto heroico y facciones delicadas.
Los esfuerzos propagandísticos concertados se extendieron mucho más allá de las Olimpíadas con el lanzamiento mundial, en 1938, de “Olympia”, el controvertido documental sobre las Olimpíadas dirigido por la cineasta alemana y seguidora nazi Leni Riefenstahl. El régimen nazi la escogió para realizar esta película sobre las Olimpíadas de Verano de 1936.
Alemania salió victoriosa de la 11º edición de las Olimpíadas. Sus atletas se adueñaron de la mayoría de las medallas, y la hospitalidad y capacidad organizativa alemanas se llevaron todos los elogios de los visitantes. La mayoría de las fuentes de información se hicieron eco de un artículo publicado por el New York Times que señalaba que las Olimpíadas habían devuelto a Alemania a “la comunidad mundial” y le habían restituido su “humanidad”. Otros tenían la esperanza de que este pacífico intervalo perdurara. Sólo unos pocos periodistas, entre ellos William Shirer, pensaban que el brillo alemán era una mera fachada que ocultaba un régimen racista y opresivamente violento.
Mientras se presentaban los informes posolímpicos, Hitler proseguía su paso con grandes planes de expansión para Alemania. Se reanudó la persecución de los judíos. Dos días después de finalizadas las Olimpíadas, el capitán Wolfgang Fürstner, director de la Villa Olímpica, se suicidó luego de que fuera dado de baja del servicio militar debido a su ascendencia judía.
Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939. A tan sólo tres años de las Olimpíadas, el “hospitalario” y “pacífico” anfitrión de los Juegos Olímpicos desató la Segunda Guerra Mundial, un conflicto que causó una destrucción incalculable. Al concluir los Juegos Olímpicos, se aceleraron las políticas expansionistas de Alemania y la persecución de los judíos y otros “enemigos del estado”, lo que culminó en el Holocausto.
“El género en duda”
El atleta Heinrich Ratjen participó en el salto de altura. El único problema fue que el era hombre, y la competencia era de mujeres, por lo tanto se hizo pasar por una mujer con el propósito de ganar a toda costa.
Aunque se supone que las dudas con respeto a su género se remontaban a su niñez, se ha especulado que pudo tratarse de una trampa orquestada por el gobierno nazi para obtener una medalla más
Sin embargo, participando bajo el nombre de Dora Ratjen, este sujeto obtuvo el 4to lugar.
En 1938 consiguió la medalla de oro en los campeonatos europeos de atletismo; pero ese mismo año el conductor de un tren reportó que abordo iba un hombre vestido de mujer. La policía lo arrestó, pero a cambio de quedar en libertad prometió nunca volver a competir, devolvió la medalla y su nombre fue eliminado de los récords deportivos.
Jesse Owens, ridiculiza a Hitler
Tres carreras y un salto. Eso fue lo que le hizo falta a Jesse Owens para echar por tierra todas las esperanzas que había puesto Hitler en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, para demostrar al mundo la superioridad de la raza aria. En apenas seis días, aquel afroamericano de 22 años llegado de Alabama, nieto de esclavos e hijo de un recolector de algodón, se convertía ante los ojos del “Führer” y en el corazón de un régimen que le consideraba un ser inferior, en el primer atleta de la historia en conseguir cuatro medallas de oro en unas Olimpiadas.
Con toda la parafernalia nazi desplegada en el estadio olímpico por su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, Hitler asistía atónito a las hazañas de un Owens que pulverizaba un record tras otro. El 3 de agosto ganaba los 100 metros, batiendo el record del mundo, inamovible durante muchos años; el día 4, el salto de longitud contra el alemán Luz Long, siendo el primer atleta que superaba los ocho metros, en otra marca que estuvo vigente un cuarto de siglo; el día 5, los 200 metros, destrozando el record olímpico, y el día 9, la carrera de 4×100, consiguiendo una nueva plusmarca mundial. «Podía pisar por encima de huevos y no romperlos», aseguraban los comentaristas, que le apodaron el «antílope de Ébano».
Hitler, según cuentan cronistas de la época, en una anécdota que Owens nunca confirmó, abandonó el estadio enfurecido con tal de no saludar al nuevo héroe del deporte afroamericano. Al parecer, el primer día el “Führer” sólo estrechó las manos de los vencedores alemanes y evitó saludar a Owens. Pero cuando el Comité Olímpico insistió en que debía aplaudir a todos los medallistas por igual, sin importar su país ni su raza, optó por no saludar a ninguno.
A Owens, convertido desde entonces en un icono de la «derrota del nazismo», jamás le importaron lo más mínimo aquellas historias sobre Hitler. De niño había lucido un cuerpo raquítico y propenso a la enfermedad, estando incluso a punto de morir de una neumonía. Había pasado su infancia recogiendo algodón de sol a sol y trabajando como vendedor de gasolina, de periódicos o de ascensorista. Ahora sólo iba a Alemania «porque era una oportunidad para viajar y tener una vida más agradable a partir del éxito», recordaba en 1980.
A él siempre le dolieron más las barreras raciales procedentes de su propio país, contra las que tuvo que luchar antes de las Olimpiadas de 1936, y después de ellas, cuando era ya el mejor atleta de todos los tiempos. «Después de Berlín, a pesar de las cuatro medallas, nadie me ofreció un trabajo decente. Y como tenía una familia que mantener, empecé ganándome la vida corriendo contra caballos», contaba el atleta años después. «Al regresar escuché todas esas historias sobre Hitler y cómo me despreció, pero en mi tierra no podía sentarme en los primeros asientos de los autobuses ni vivir donde quería. ¿Cuál es la diferencia?», se preguntaba.
Una vida pulverizando barreras hasta tocar el cielo y regresaba a Estados Unidos convertido de nuevo en un ciudadano de segunda, donde ni siquiera Roosevelt quiso recibirle en la Casa Blanca, inmerso como estaba en la campaña para las elecciones presidenciales. Su homenaje no llegó hasta 1978, dos años antes de morir.
AM.MX/fm
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