Javier Peñalosa Castro
Por segunda vez en muy poco tiempo, la gente del dinero volvió a dar un manotazo para exigir a Peña Nieto y su camarilla que repriman de una buena vez a la disidencia de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, pues consideran que sus protestas afectan el flujo de efectivo para sus negocios. Para tratar de convencerlo, han recurrido de nueva cuenta al chantaje de dejar de pagar impuestos (“declarar en ceros”) hasta que se les cumplan sus exigencias.
Primero fue el amago en respuesta a la manoseada ley “tres de tres”, que buscaba transparentar no sólo los contratos de los políticos, sino el desempeño de las empresas con las que hacen negocios. De inmediato Peña reculó y enmendó la plana al Congreso para “rasurar” las cláusulas que incomodaban a los empresarios.
Es de esperarse que ahora medite u n poco más las consecuencias de responder a los caprichos y bravatas de este sector de las “fuerzas vivas”
Antesala de cacerolazos y asonadas
El problema con actitudes de este tipo no es el riesgo de que los sindicatos de patrones y sus agremiados dejen de pagar —ya de por sí se las ingenian para evadir todo lo posible y obtener condonaciones y “estímulos” de todo tipo—, sino que otros grupos de presión aprovechen el vacío de poder propiciado por la camarilla que debía ejercerlo y protagonicen forcejeos que, según se ha demostrado históricamente, nada bueno dejan al País ni a su gente.
Prueba de ello es la escalada de declaraciones del alto credo mexicano en contra de Peña y la caterva de subnormales que lo acompañan, que para lo único que han demostrado habilidad es para el saqueo inmisericorde de las arcas públicas, lo mismo para censurar la legalización de las uniones matrimoniales entre personas del mismo sexo que por “haber traicionado” a la jerarquía católica, que hizo lo necesario para allanarle el camino a la boda religiosa con Angélica Rivera.
También resulta relevante la actitud beligerante de gobernadores como Javier Duarte, que debió haber renunciado al cargo hace tiempo, y que se ha mantenido en el poder contra viento y marea, a un precio por demás elevado para el peñismo, para el priismo y para la estabilidad misma del sistema político mexicano.
El olor de la sangre
México tiene una larguísima tradición de fidelidad a los gobernantes por parte de las fuerzas armadas. Sin embargo, vacíos de poder como el que vivimos actualmente ofrecen una rendija suculenta para que los poderes fácticos —narco, empresarios, clero, Televisa y otros medios, fuerzas armadas y otros grupos de presión— revuelvan las aguas en busca de las ganancias que permanentemente ambicionan obtener, sin importar el precio.
Por todos los signos que podemos percibir, Peña y su hatajo de incondicionales no alcanzan a vislumbrar el peligro que acecha al País y a ellos mismos, pues siguen priorizando su empeño de llenar los bolsillos aun cuando se rompan, y creen que con golpes de timón pueden capear todos los temporales que se les avecinan.
Lamentablemente, no parece que la simulación y la emulación del inmovilismo en que se basa la suerte taurina del Tancredo alcancen para que este grupito que mangonea al País la libre de aquí a los comicios del 2018.
A falta de gobierno, acciones ciudadanas
Otra posibilidad, que si bien luce lejana —por la falta de cohesión y liderazgo social que vivimos— es la constitución y el fortalecimiento de un movimiento que haga contrapeso a los poderes fácticos ante la eventualidad de una asonada o, en el mejor de los casos, un nuevo pacto avieso entre el PRI y el PAN (esperamos que sin la complacencia o el franco respaldo del PRD) para volver a proceso sucesorio para tratar de imponer a un nuevo títere, como lo fueron en su momento Fox o el Muñeco de Televisa, Peña Nieto.
Para ello haría falta una figura de la talla de Cuauhtémoc Cárdenas, Javier Sicilia, Emilio Álvarez Icaza o alguna que no se haya hecho visible.
Por supuesto, el más viable sería López Obrador. Sin embargo, el bombardeo mediático inmisericorde al que lo han sometido a lo largo de más de diez años, y el que se ha desatado ya por parte de bufones como Carlos Salinas y Vicente Fox, hacen que la posibilidad de que, ahora sí, lo dejen participar en una contienda limpia, no sea digna de entusiasmo. Sin embargo, también en su caso, el hartazgo social y el deterioro de la credibilidad de los voceros del PRI y el PAN, aunada a los buenos resultados de Morena en los comicios más recientes hacen albergar alguna esperanza de que la tercera sea la vencida.
Tiempo de estar alerta
Ante los signos alarmantes que proliferan en el escenario nacional, es tiempo de hacer sonar la alerta y, en el ámbito de nuestras relaciones y contactos, contribuyamos a crear conciencia sobre lo que está en juego en esta coyuntura, que es mucho más que la tan cacareada como inútil alternancia entre el PRI y el PAN; lo que se vislumbra es el ánimo y la determinación de los grupos más retardatarios de arrojar las máscaras y dar cauce a sus ambiciones autoritarias y ajenas al bienestar de las mayorías, tal como lo han demostrado al menos durante los casi 35 años de regímenes “neoliberales” que hemos padecido desde Miguel de la Madrid hasta Peña.