Claudia Rodríguez
Es una realidad tangible el que al Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la etapa del llamado México democrático, le tocará de manera irremediable una segunda gran sacudida que deviene de sus equívocos internos y sus las ambiciones desmedidas de la gran mayoría de sus miembros de élite.
Luego de que desde 1929 “los revolucionarios” se mantenían en la Presidencia –primero como Partido Nacional Revolucionario (PNR), luego
como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y hasta ahora como PRI–, en el año 2000 luego del sexenio de Ernesto Zedillo, el poder de la Federación pasó a manos de los panistas por primera vez en la historia de México. Dicen algunos que Zedillo traicionó a sus correligionarios y entregó el poder de manera concertada al Partido Acción Nacional (PAN), pero tarde o temprano, la derrota de los priistas tendría que llegar luego de tantas afrentas al pueblo de México durante 71 años de poder.
En aquél final de siglo, los priistas acumulaban ya innumerables cuestionamientos de corrupción, de crímenes políticos incluso en una misma carrera presidencial –Luis Donaldo Colosio–, pero sobre todo, una larga lista de devaluaciones de la moneda nacional, crisis económicas y el irremediable engrosamiento del padrón de la pobreza.
Si Zedillo entregó o no el poder, hay que reconocer que de igual forma para los priistas la situación era más que insostenible, y la derecha a nivel promoción electoral hizo lo suyo atrayendo el voto no sólo de sus militantes, sino de los priistas decepcionados y hartos de su partido político.
Con todo y los dos sexenios que el PAN estuvo al frente del Ejecutivo, los priistas no hicieron ninguna catarsis y cuando regresaron al poder con Enrique Peña Nieto, regresaron con el colmillo de antaño aún más afilado.
No es ninguna coincidencia que el pasado 5 de junio los priistas salieran de la jornada electoral con malas cuentas para el poder y ahora ante el 2017 y el 2018, las cosas siguen perfilándose hacia el mismo camino para los priistas.
En efecto, el Revolucionario Institucional a nivel nacional se empieza a desdibujar como opción de Gobierno, el hartazgo nacional no es una cosa de corazón o de mente o de contagio, es sin lugar a dudas, un asunto de pobreza, de infamias hacia los mexicanos y de corruptos viviendo a todo lujo de los impuestos que no sólo se cobran a las grandes empresas, sino a todos los mexicanos.
Cualquiera de los posibles candidatos priistas a la Presidencia hacia el 2018, llevan inscritos al frente la palabra corrupción.
Acta Pública… Durante la ceremonia de entrega del Premio Nacional de la Juventud 2016, el jefe del Ejecutivo federal, Enrique Peña Nieto, instó a los jóvenes a no contagiarse ni del desánimo ni del pesimismo, aunque sí a dar espacio a la crítica y a rechazar modelos que no sirven, pero “no dejarnos inundar por pensamientos negativos que nos lleven a pensar en escenarios catastrofistas”.
Para advertir… Peña Nieto se va quedando solo, muy solo.
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