Claudia Rodríguez
En agosto de 2009, Felipe Calderón como jefe del Ejecutivo, llamó a reunión urgente a embajadores y cónsules mexicanos para instruirlos a que hablaran bien del país, bajo el argumento de que si se señalaban las ventajas que ofrecía México y se hablaba con objetividad de las cosas buenas que pasaban en el país, vendrían más inversores desde distintos puntos del mundo.
La instrucción de Calderón a los funcionarios del Servicio Exterior Mexicano (SEM), justo en agosto hace ya siete años, fue parte de la estrategia para salir a decirnos a “tirios y troyanos” que ya bastaba de tanto difundir la imagen negativa del país, pues hay quienes incluso, acusó, “viven de ello”.
Para mitad del sexenio calderonista, la calificación negativa a la Administración era abrumadora, sobre todo por el gran número de muertos, inseguridad y violencia que dejó a su paso la llamada “guerra contra el crimen organizado” rebautizada después como “lucha contra el crimen”. Lo que a Felipe no tenía para nada de buen talante.
Es así como ahora se percibe al presidente Enrique Peña Nieto; enojado y regañón. Y todo parece indicar que su mal genio deviene de los malos números sobre la calificación a su ejercicio de gobernar, de su baja aceptación entre los mexicanos de todos los ámbitos.
Peña, como antes Calderón, Fox, Zedillo y así es posible continuar con la lista; se incomodan a rabiar porque no reciben los aplausos que ellos creen debieron o deben escuchar. Pero ningún presidente puede salir a trabajar para ser ovacionado o recibir medallas y menos cuando su actuar no sólo no convence, sino incluso es rapaz con sus gobernados al grado de que pareciera que el objetivo es inmovilizarlos en el sentido social y económico.
Peña Nieto –como Calderón– en apenas tres años de Administración, ha sumado más críticas a su gestión, que apoyadores. Parece que es el más de lo mismo que nos han aplicado en otros sexenios lo que exalta el malestar y las grandes mentiras en contra de la corrupción, de los gobiernos honestos y de las reformas constitucionales base hacia el desarrollo.
Es justo el más de lo mismo lo que ya no aguanta el país. Presidentes que se sienten intocables, majestuosos, divinos, y que se olvidan que son parte del pueblo que a querer o no, los eligió y en algunos casos peor: “haiga sido, como haiga sido” llegaron a gobernar.
Acta Divina… “Parece que la parte más difícil es hablar bien de México. Hablar mal del país para muchos no sólo es un esfuerzo cotidiano, hasta de eso viven, diría yo”: Felipe Calderón, ex presidente de México.
Para advertir… ¡Cuánta ceguera produce el poder y la ambición!
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