* A ninguno le fueron suficientes tres días, ni el sexenio, pero de todas maneras se comportan como dioses, se les exige lo mismo que los feligreses esperan de la divinidad bajo la cual se cobijan
Gregorio Ortega Molina
Los políticos mexicanos, montados sobre la conciencia de sus valedores, actúan más como dioses que como hijos de Dios.
Cristo aseguró, y cumplió, que tardaría tres días en restaurar su cuerpo terrenal, luego de los azotes, la crucifixión y un breve paseo por la Gehena.
Vicente Fox, para un asunto simplemente humano, aunque súper complicado, comprometió 15 minutos de su sexenio. Después de seis años de desgobierno dejó Chiapas igual, pero, eso sí, contrajo nupcias y compartió el poder con su muy personal y milagrosa “virgencita”.
La primera vez que percibí lo equívoco de las políticas públicas y la manera en que aquí se contiende por el poder, fue durante la campaña presidencial de Luis Echeverría Álvarez. Al momento en que la comitiva del candidato priista ingresó a Nuevo León, subieron a los camiones, militares o halcones armados hasta los dientes, e impasibles asistimos al espectáculo que le montó Alfonso Martínez Domínguez. Se lo pagaron con el 10 de junio.
El atentado contra Margarita López Portillo nos costó a la sociedad entera. Manuel Buendía, al preguntar acerca de las razones del nombramiento de Arturo Durazo Moreno al presidente electo, José López Portillo, en conversación privada, le aseguró necesitar un dóberman. La guerra sucia se alargó un sexenio más, mientras él disfrutó del poder y de las mujeres, durante una fiesta de seis años.
Otros titulares del Poder Ejecutivo cometieron un error en diciembre, no acudieron a consolar a las víctimas del terremoto, culminaron su gobierno en una huelga de hambre, después de haber contribuido a destruir, en meses, lo que tanto le costó edificar en materia económica. Con la alternancia aparece el “¡haiga sido como haiga sido!”, para resumir el resultado electoral de 2006 de manera muy mexicana: el que chingó, chingó.
Entonces, ¿por qué nos quejamos de EPN?, reclaman lectores y amigos, priistas serios, convencidos.
La respuesta es simple. Efectivamente recibió con el poder, el no poder; es decir, el cúmulo de errores y conculcaciones del mandato constitucional desde que Obregón decidió aniquilar a los generales y reelegirse, pero el actual presidente de la República, como sus antecesores, poco o nada hace para empezar a poner orden, para que el abismo entre mexicanos malos y ciudadanos buenos, además de la confrontación social, no se ensanche ni se enardezca.
A ninguno le fueron suficientes tres días, ni el sexenio, pero como de todas maneras se comportan como dioses, se les exige lo mismo que los feligreses esperan de la divinidad bajo la cual se cobijan.
Lo único cierto es que los presidentes de México no hacen milagros, aunque con AMLO ¿quién sabe?, ya amenazó con el perdón a todos y a todo. El fenómeno de la impunidad pagada por anticipado.