Aquella raza de tamales, sí que era una raza muy rara. El que solamente les gustase estar chingados y chingarse entre ellos mismos, ¡sí que era algo muy digno de estudiarse! Y también de meditarse. Habitantes de ciudad tamal sí que eran unos especímenes MUY RAROS, unos seres que, por lo visto, amaban la mala vida. No tenían disciplina para nada. El caos siempre había sido una parte distintiva de sus esencias.
Todo era suciedad y desorden en Tamalville, pero esto también era parte muy distintiva de ellos, de hecho éste era sus sellos personales. Cuando algo nuevo y bonito era comprado, por ejemplo un camión, ellos tardaban poco tiempo en deshacerlo y dejarlo casi inservible.
Tardaban demasiado poco tiempo en ensuciarlo y dejarle, de manera permanente, un aspecto de lo más asqueroso. Aquellos chingados tamales, sí que eran unos verdaderos expertos EN CHINGAR… y destruir, que venía siendo lo mismo.
Cuando la tercera revolución tamal estalló, todo sucedió de manera muy rápida. Habitantes de ciudad tamal estaban tan locos y desesperados por demostrar que no eran unos chingados cobardes, que ni tiempo tuvieron de percatarse de que, mientras luchaban, unos estudiantes tamales eran secuestrados por los policías tamales.
Y no sabían de que, cuando se diesen cuenta de este suceso, se llevarían una gran sorpresa. Descubrirían con mucho asombro de que chingar no era todo lo que podía habitar en sus chingadas entrañas, sino que también había lugar para algo más.
Algo extraño, algo que por primera vez los haría detenerse y reflexionar… aunque solo fuese por un brevísimo lapso de tiempo, para luego olvidarse de este algo extraño y nuevamente volver a seguir chingándose entre ellos mismos. Ah, ¡chingados tamales!