* Son incapaces de saber dónde están parados y concebir el verdadero cambio: un nuevo proyecto de nación necesita, por fuerza, el modelo político que lo haga funcionar
Gregorio Ortega Molina
En unos días el presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos deberá rendir cuentas sobre su cuarto año de gobierno, en un formato que nada tiene que ver con el mandato de presentarse al juicio de todos los mexicanos, desde la tribuna del Poder Legislativo, que se supone es desde la casa del pueblo. Entregarlo por escrito es enviar cartas a Eufemia.
Es cierto, la forma es el fondo. Los responsables de que se haya roto con un mandato constitucional son los legisladores federales y, añadiría yo, con el silencio cómplice de la SCJN, cuya obligación es vigilar la observancia de la Constitución.
Pero, ¿por qué el Poder Legislativo negó la entrada a su “casa”, a la “casa de los mexicanos”, a Vicente Fox Quesada? ¿Porque era del PAN? Dejen de buscar chichis a las culebras. El modelo político dejó de funcionar. La empatía entre los Poderes de la Unión es hoy una entelequia, porque fue tal y tan humillante la subordinación del Legislativo y el Judicial al Ejecutivo, que si existe posibilidad de trabajo armonioso en el papel, en la praxis es inexistente.
El fracaso del regreso del PRI es explicable. EPN y su gabinete quisieron gobernar como si nada hubiese cambiado, como si los agravios hubiesen sido subsanados, como si los problemas ancestrales se fueran a resolver por ensalmo, en cuanto sentaran sus reales en Los Pinos. Creyeron que así como sus “maestros” en el arte de mangonear administraron el Estado de México y guiaron a la República casi sin sobresaltos, ellos harían lo mismo con idéntico método y sistema.
Todo corrió miel sobre hojuelas desde el anuncio del Pacto por México hasta la imposición de la Reforma Educativa. En ese momento, analistas y gobernantes debieron darse cuenta del divorcio que existe entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, con el silencio cómplice (siempre) de la SCJN.
Las identificadas como reformas estructurales se aprobaron sin problemas en las Cámaras, fueron ratificadas por los congresos locales las normas legales que requirieron ese requisito constitucional, pero olvidaron lo fundamental.
Si negociaron con los líderes de los partidos el Pacto y las Reformas, si éstos las bajaron a sus legisladores, no veo rastro alguno de que las reformas de marras hayan sido consensuadas con la sociedad, explicadas por los diputados federales y locales y los senadores en sus distritos electorales y en sus entidades federativas.
El modelo político no funcionó, porque sus gerentes fueron incapaces de comprender que la transformación del proyecto de nación requería, por necesidad, el involucramiento del mayor número de mexicanos, pues dan por sentado que lo que aprueba el Poder Legislativo está respaldado y avalado por el pueblo, que dejó de ser ignorante y sabe lo que le conviene.
A lo anterior debemos añadir el mal fario que acompaña a EPN, manifestado en el entorno económico y en la falta de templanza de su mujer frente a los bienes raíces.
Y, la cereza en el pastel, la imposibilidad de comprender que el modelo político con el que insisten en gobernar, es impedimento para la implementación de las reformas estructurales. Fueron incapaces de saber dónde están parados y concebir el verdadero cambio: un nuevo proyecto de nación necesita, por fuerza, el modelo político que lo haga funcionar.