Joel Hernández Santiago.
Donald Trump no tenía que estar ahí. Los mexicanos no merecíamos verlo ahí. Con el fondo del escudo nacional, el del águila devorando a la serpiente, en Los Pinos, que es la casa emblemática de México, y muy cerca del Molino del Rey y el Castillo de Chapultepec en donde se libró la gran batalla en contra de la invasión estadounidense, ahí mismo el presidente Enrique Peña Nieto, que juró y perjuró ante la Constitución defender y honrar a los mexicanos, recibió a un enemigo de México y le estrechó la mano y le dio trato de mandatario. Ver eso fue brutal para todos aquí.
Grave, muy grave error el del presidente de México, Enrique Peña Nieto. Imperdonable. En la vorágine del poder casi perdido, ambos políticos en niveles de aceptación mínimos, se juntaron para ayudarse; el mexicano no consultó a nadie y no midió las consecuencias de un acto irresponsable que habrá de traer consecuencias para su gobierno y para su partido político (PRI) en las futuras elecciones. Sí. Ahora sí: Enrique Peña Nieto ya pasó a la historia.
El candidato republicano Trump aprovechó el error de su anfitrión y utilizó el foro para practicar a ser hombre de Estado y como hombre con posibilidades de enfrentar las adversidades y plantarse en terreno hostil y mantener su bandera de mil colores mil: impredecible, el invitado se mostró cauto aquí, aunque en la misma cara presidencial y en la casa de todos aquí, espetó: ‘El muro se construirá’. Su mensaje no fue de conciliación: la foto estaba dirigida a sus electores en EUA…
Nunca ofreció disculpas. Nunca se las exigió el presidente mexicano. Nunca mostró el mínimo pudor frente a todos aquí, para los inmigrantes mexicanos a los que ha calificado de “asesinos”, “violadores”, “portadores de tremendas enfermedades contagiosas”;
… El mismo Trump que rechazó un dictamen judicial porque dijo que el juez Gonzalo Curiel “es mexicano”; el mismo que dice que el TLCAN, es el peor tratado comercial de la historia; el mismo que dijo que aquí se baña con ‘la increíble corrupción’; el mismo que atacó a Jeb Bush -su contrincante republicano- por tener esposa mexicana y por hablar español; el mismo que corrió de su rueda de prensa a un periodista mexicano; el mismo que odia a los mexicanos y a lo mexicano…
Habían pasado apenas unas cuantas horas. En Arizona, Trump le mostró al presidente de México su resbalón: Ahí, frente a su gente y en referencia al tema migratorio, asestó otra humillación a México y al Ejecutivo: ‘El muro al sur del país, en la frontera con México, se construirá a todo lo largo de la línea (3,185 km)…y aunque todavía no lo sabe, México pagará por el hermoso muro, grande, enorme, de piedra…’. Y habrá de expulsar a más de 16 millones de indocumentados, dijo.
El impredecible hombre de Nueva York demostró una vez más que no es gente de confiar y ahí está la prueba.
En México, mientras tanto, quedó un muy mal sabor de boca por una afrenta que será inolvidable. Enrique Peña Nieto salió a decir que todo lo que hizo fue por defender a México y a los mexicanos “donde quiera que se encuentren”. Y que Trump es un peligro para México. ¿No lo sabía antes? Olvida que con Trump o sin Trump es su responsabilidad y su juramento Constitucional como presidente mexicano velar por los intereses del país y su gente…
En una entrevista con Denisse Merker, la noche del miércoles 31 de agosto, se mostró intolerante, nervioso, indignado por las críticas y quiso defenderse. Pero él, como Trump, no pidió disculpas por el error y sí insistió en que hizo lo correcto y que el diálogo es la solución a los problemas (ergo: Ayotzinapa, Tlatlaya, Nochixtlán, Tanhuato…) presentes o futuros…
Pero fuera de su círculo cercano, de sus voceros en nómina, para la mayoría de los mexicanos lo ocurrido es indignante e imperdonable; y demuestra que hay falta de tacto político e insensibilidad nacional, no del nacionalismo ranchero ni pendenciero, si del que tiene que ver con la Nación, el Estado, la Patria, la soberanía –aunque suene demodé-.
En fin que a la pregunta de ¿qué ganó México con esta invitación presidencial a su ‘extraño enemigo’? la respuesta nacional es: nada; ¿qué ganó Trump con esta visita a México? Todo. Ahora está más envalentonado y con un discurso aún más beligerante.
¿Dónde está el Senado, que atiende el asunto internacional de México? ¿Y la Cancillería inútil? ¿En dónde están aquellos que dicen –y cobran- por defender a México y lo mexicano?…
Y de vuelta a la cultura nacional, que es al final de cuentas –diría el maestro Granados Chapa- nuestra única salvación; de vuelta al Laberinto de la Soledad de Octavio Paz, en un país cuyos habitantes están solos, muy solos.