* El terrorismo y el entorno económico mundial favorecen las opciones para que el gobierno mexicano endurezca, en beneficio de la patria, las condiciones de su integración económica y comercial. El argumento es sencillo. Si la guerrilla colombiana duró 12 lustros, ¿cuánto durará la mexicana?
Gregorio Ortega Molina
¿Dónde surge o qué motiva la obsesión de muchos gobernantes a ser reconocidos por el gobierno de Estados Unidos? Está bien, la Casa Blanca es la sede del poder mundial, pero nada que ver con la ética, la justicia, la honradez, la honestidad.
Pero, ¿qué necesidad de Álvaro Obregón para ser palomeado a como diese lugar? El problema no fue El Manco de Celaya, era y es lo que queda del texto original de la Constitución de 1917. De allí el acomodo a unos Tratados de Bucareli que -se discutieron, legalmente no se observaron, aunque siempre han luchado por que México los acate-, disfrazados, tardarán casi 100 años en observarse como reglas no escritas de los hábitos del poder y de las relaciones “impuestas” desde el Salón Oval a los gobiernos mexicanos.
Allí hay una lección y se establece una diferencia. De aquel lado el proyecto de nación es uno, ajeno a lo sexenal, porque no necesita establecerse de la noche a la mañana. Le dedican tiempo, logran sus objetivos aunque tarden un siglo.
No es especulación mía. Para comprender mi aserto es suficiente leer las observaciones que Robert Lansing, secretario de Estado de Woodrow Wilson, escribe sobre el futuro de la relación entre ambas naciones.
Y así lo hicieron. La segunda etapa para que entraran en operación los compromisos -deseados por el Departamento de Estado- anímicamente aceptados en los Tratados de Bucareli, fue impuesta como consecuencia del resultado electoral de 1988. No importa que su beneficiario lo haya desmentido anoche, en entrevista concedida a TV Azteca.
Carlos Salinas de Gortari implementó en México lo aprendido en Harvard y que había anticipado Lansing con toda claridad. En su necesidad interna de legitimarse, comprometió a los mexicanos -sin consultarlo- a la tarea de crear un proyecto de nación útil al diseño histórico que conceptuaron en Estados Unidos para América del Norte. En él, la integración es el menor de nuestros males futuros, si partimos de la hipótesis de que nos necesitan como socios, siempre y cuando seamos los minoritarios, con voz en el Consejo de Directores, pero sin voto.
Estamos adentro, porque así lo convinieron el PRI y el PAN durante esa negociación poselectoral, lo que no debiera ser tan perverso ni tan malo, siempre y cuando nuestros gobernantes tuvieran la habilidad suficiente para sacar enorme provecho para los mexicanos.
El terrorismo y el entorno económico mundial favorecen las posibilidades para que el gobierno mexicano endurezca, en beneficio de la patria, las condiciones de su integración económica y comercial. El argumento es sencillo. Si la guerrilla colombiana duró 12 lustros, ¿cuánto durará la mexicana?
Los movimientos armados y clandestinos mexicanos distan de ser un mito. Existen, aunque no están lo suficientemente articulados. El próximo paso a la integración puede ser un baño de sangre.
Esperemos que tengan la habilidad suficiente para evitarlo.