* El semblante casi juarista del secretario de Desarrollo Social es, por el momento, una tímida respuesta a las amenazas y propuestas políticas de Donald Trump, una más tímida suma a las iniciativas nacionalistas que se viven en el mundo; tiene tiempo para que le ayuden a modificar sus virtudes y debilidades, pero ¿qué importa más, un buen candidato o un buen presidente?
Gregorio Ortega Molina
El simulacro de despido y el ascenso determinados por EPN en su gabinete, obedecen más a una razón de supervivencia administrativa que histórica, pero sobre todo más al reordenamiento de su sucesión en el poder, que a motivos de ciencia política y de praxis de gobierno.
Supongo que las consecuencias del episodio -vivido y padecido- con Donald Trump, el resultado inmediato de las reformas estructurales que, como la estatización bancaria, nacieron con sus contrarreformas, las respuestas que los nacionalismos conciben y arman contra la globalización en todo el mundo (el Brexit es una de ellas), y la ausencia de narrativa en su gobierno para relacionarlo con la sociedad y comprometerla con su proyecto de nación, lo obligaron a tomar decisiones que están lejos del respeto a la amistad que determina su conducta, pero también distan mucho de poner en primer lugar al Estado.
Con el nombre del candidato propuesto por el PRI, sabremos de su capacidad de negociación con los grupos de poder que tienen voz y voto en ese tema, y de su verdadero interés por el futuro de los gobernados.
Recuerdo, con precisión, que en junio de 1993 busqué a Luis Echeverría Álvarez para conversar del 68, con motivo del XXV aniversario del pleito de La Ciudadela y los disparos, a mansalva, en la Plaza de las Tres Culturas.
Fue generoso con su tiempo y hábil en la conversación, porque la reorientó a un tema interesante que, seguro lo calculó él, me hizo olvidar mi propósito original.
Empezó por explicarme las razones por las cuales hizo a un lado a Augusto Gómez Villanueva, para concluir en la única razón que determinó el fiel de la balanza a favor de su amigo de la infancia.
Palabras más, palabras menos: “Me decidí por José López Portillo porque tenía la obligación de elegir un buen candidato, que después no fue buen Presidente, bueno…”.
El testimonio de este diálogo está en las páginas del unomásuno de ese año. Hubo reacciones, entre ellas una invitación a conversar por parte de Gómez Villanueva. Le repetí textualmente lo mismo que ya había sido publicado.
Lo anterior viene a cuento porque dieron el capelo cardenalicio a Luis Enrique Miranda, lo que motiva un par de reflexiones. EPN hace una jugada similar a la que LEA hizo con JLP. Éste fue trasladado de la subsecretaría de Patrimonio Nacional a la dirección general de CFE, y de allí a la Secretaría de Hacienda, donde quedó en manos de Rodolfo “El Güero” Landeros.
Luis Enrique Miranda tiene tiempo para que le ayuden a modificar sus virtudes y debilidades, pero ¿qué importa más, un buen candidato o un buen presidente?
Me pregunto lo anterior porque el semblante casi juarista del secretario de Desarrollo Social es, por el momento, una tímida respuesta a las amenazas y propuestas políticas de Donald Trump, una más tímida suma a las iniciativas nacionalistas que se viven en el mundo. No es Macri ni Temer, pero tampoco Nicolás Maduro.