Por Eustaquio Iñiguez
CIUDAD DE MÉXICO 3 de octubre (AlmomentoMX).- El día 1 de octubre de 2016 quedará en la conciencia colectiva de doscientas mil almas que se concentraron en la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México alcanzando una catarsis telúrica en el concierto que ofreció el músico inglés Roger Waters, líder de la banda Pink Floyd.
Todo comenzó en punto de las 8 de la noche, cuando en la pantalla de noventa metros a lo largo del escenario se proyectó el acercamiento a un astro, semejante a la luna, que hizo sentir a los convocados en la plancha del Zócalo como a bordo una gran nave nodriza navegando el universo, con los campanarios de la Catedral al fondo asemejando antenas de comunicación sideral.
Cuando del instrumento de Waters, un bajo eterno, se formaron las explosiones graves con que abre One of these days (Uno de estos días) la lluvia hizo recordar que en su apellido el autor de esa obra acústica y visual conlleva al elemento líquido que nos caía de las nubes. La multitud se abandonó entonces a un baño de la lluvia quizá más ácida que terminó por hacer correr un tipo de electricidad que ocupó toda la atmósfera. Así, en uno de estos días de octubre, en donde hubo una laguna y templos sobre chinampas, una forma de experimentación del comportamiento ante sucesos inéditos se adueñaba de propios y ajenos a la discografía de Pink Floyd, ante un espectáculo visual que estallaba en las pantallas de retina de smartphones, entre los dedos de decenas de miles de manos levantadas, encuadrando un infinito de pixeles y bytes, colores y formas que se proyectaban frente a todos. El sello original de los conciertos de Pink Floyd, es decir, la proyección de visuales experimentales, se impuso en el Centro político de México. En ese momento, antes o quizá después, la interpretación de Time y Money, del disco Dark Side of the Moon, provocó un sismo verificable en esos videos captados por millenials y chavorucos, quienes jamás habrían pensado que el significado náhuatl de la palabra México, “En el ombligo de la luna”, adquiriría un significado como en ese preciso momento.
Cuando todos se mimetizaron con los tonos eléctricos de los solos de guitarra mas puros que quizá se han escuchado en esta laguna petrificada, Shine on you crazy diamond, transmitió urbi et orbi desde ese ombligo que es un país siempre al borde de los límites, la sensibilidad lírica de Roger Waters. El gran público, para entonces ya había respirado bocanadas de humo verde que salía de rostros perplejos. Fue cuando los tímpanos de los oídos de todos vibraron con la voz de las dos coristas peinadas a la Louise Brooks, que hacían pensar en habitantes del planeta Venus, con un triángulo impreso en el pecho de sus trajes de Barbarella, en gira artística por el planeta Tierra.
Fue en ese lugar que niños entraron a escena cuando la banda de Waters entonó ese himno a la rebelión intitulado Another brick in the wall. Las creaturas bailaban al ritmo de la canción, con la leyenda ‘Derriba el muro’ impresa en sus camisetas. Todo adquiría sentido esa noche, el sentido común nos asistía en un espacio público, ante la sinrazón nociva de un tal Trump, que aparecía en la pantalla ya como un cerdo, ya como un payaso.
Quien va a un concierto de Roger Waters está consciente que derribar muros allana el paso a la catarsis. El primer muro cayó esa tarde, en el cruce de las calles de Bolívar con 16 de septiembre, cuando se vio a elementos del cuerpo de granaderos caer al suelo por la presión que ejerció la multitud hasta vencer sus líneas de choque, para poder ingresar a un concierto “público y gratuito”. Fue cuando caímos en la cuenta que derribar muros en México se traduce como ‘dar portazo’ en cualquier Tocada que merezca ese nombre.
Con Mother se revivió la mamitis crónica de un país en el que se atribuye a una virgen madre el cuidado de los más “pequeños” de sus hijos, a falta de soluciones reales a la indefensión. La voz cósmica de las coristas venusinas envolvió en una matriz a los miles de seres humanos, antes fetos, que se regocijaban en un mismo líquido amniótico. Roger Waters leyó entonces una carta dirigiéndose al Presidente en turno, con la que expresó su indignación por las desapariciones en México, luego que se había ya proyectado a lo largo de los noventa metros de la pantalla-escenario el RENUNCIA YA. A nadie en ese momento, se le ocurrió pensar en el Artículo 33 de la Constitución, ya que la única ley universal, global, que imperaba ahí era la de las frases que el artista y activista inglés leía en español con marcado acento: “nuestras lágrimas no traen de vuelta a los desaparecidos”, “derrumbar el muro de los privilegios”, “no solo la vida de sus amigos cuentan”, “escuche a su gente”, “los mexicanos están listos para un nuevo comienzo”…
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