* ¿Será que ya olvidó que sus familiares lo conocen al revés y al derecho, y sus cercanos saben de él más que quienes lo adoran entrañablemente, como si fuese un dios tutelar? ¿Y esos militantes aferrados a verlo como el único camino de salvación? ¿Es el Diego Maradona de la política? ¿También lo ayuda la mano de Dios?
Gregorio Ortega Molina
Todo político que asciende a la cúspide del poder es experto en el arte de la simulación; se empecina en olvidar que todo, en él, es susceptible de abandono, de olvido. De pronto no recuerda que a partir de cierta altitud el oxígeno escasea, se pierde la perspectiva. Mal de altura, le llaman.
¿En qué piensa AMLO cuando al daño moral se refiere? ¿Será que ya olvidó que sus familiares lo conocen al revés y al derecho, y sus cercanos saben de él más que quienes lo adoran entrañablemente, como si fuese un dios tutelar? ¿Y esos militantes aferrados a verlo como el único camino de salvación? ¿Es el Diego Maradona de la política? ¿También lo ayuda la mano de Dios?
La crisis que hoy padece México no la inició AMLO, pero no podemos olvidar que en los años cruciales en los que se empolló el huevo de la serpiente, el dueño de Morena fue empleado de Enrique González Pedrero, distinguido miembro del PRI, y después no dejó de acudir al despacho del regente del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, donde puntualmente recibió apoyo, orientación y consejo. Recuerdo esas imágenes del político tabasqueño, con los pantalones arremangados y los pies desnudos inmersos en el lodo, o en el chapopote de los pozos petroleros.
Y también recuerdo las fotos en las que se deja ver el orgullo legítimo de haber logrado una candidatura sin tener la residencia legal para ello, pero ¿qué más daba, si de conquistar el poder se trata? ¿Y el triunfo electoral?
Y la denuncia constante en contra del saqueo a la ciudad, o las expropiaciones, o la negativa sistemática a escuchar las llamas de la SCJN, o de la CNDH, y ese brillo del que se sabe a un ápice de hacerse con el poder sobre las “ballenas” del segundo piso y encima del intento de desafuero, y la manera en que disputó el triunfo electoral, y dividió al país, y se organizó para contar siempre con recursos económicos que le permitieran continuar recorriendo el país, ¿para qué?
Efectivamente AMLO dista mucho de ser causante de la crisis que hoy desfigura a México, pero no puede negarse que él, junto con Calderón, el de las manos limpias, es origen y consecuencia de la confrontación entre mexicanos, porque si López Obrador dividió a la patria con la ocupación de Reforma, Felipe Calderón armó esa confrontación al sacar al Ejército a las calles, para teledirigirlo a la trampa de Culiacán, sin contar con el andamiaje legal para realizar las tareas encomendadas.