La mayor ignominia y vergüenza es que nos cruzamos con estos seres a diario, los vemos y los ignoramos, son entes casi etéreos para la mayoría de nosotros, pero somos nosotros, deambulando sin mayor razón que disfrutar el vivir, sus verdugos, ¿qué clase de personas somos que no nos hiere suficientemente nuestra consciencia su lacerante existencia? qué es al fin y al cabo nuestra lacerante realidad.
Porque es la realidad de todos, la compartimos y no es cuestión de nivel socioeconómico, educación, afiliación, inclinación, religión, de Dios o vastedad de justificaciones, es sólo nuestra infinita egolatría.
¿Cómo vivir con nosotros mismos, satisfechos, plenos e indolentes ante estas personas?, porque son personas, no votantes, ni feligreses, ni indígenas, ni jornaleros, ni pobres o desplazados, analfabetas o discriminados, homosexuales o bisexuales, morenos o indios, capitalinos o serranos… son personas, seres humanos, nuestros hermanos que como Ud. o yo sueñan y sufren por un futuro mejor para ellos y para sus hijos cada día más improbable, porvenir que cada día les constreñimos criminalmente, seguimos abrumados en la modernidad, en el consumismo, en la frivolidad y la vanidad, creyéndonos superiores por cuestiones meramente afortunadas, creemos que dar una limosna, donar a una fundación, a una obra caritativa hemos corregido el problema, nuestro problema, pretendemos siempre que alguien más se encargue de ellos y que esconda sus miserias debajo del tapete para acicalar así nuestras conciencias.
Pero la responsabilidad es nuestra por permitir que quienes por elección popular son guardianes del bienestar social evadan tal obligación principalmente con los más vulnerables.
Permitimos que sus tierras sean explotadas por extranjeros, que sus raíces como gente de campo sean arrancadas por una pesadilla que sólo tiene un despertar en otro país más racista que el nuestro, que su cultura y costumbres sean vendidas cual mercancía por un sistema turístico despiadado, que sus hijos sean segregados de una educación de calidad y de una alimentación digna, que sus vidas sean pletóricas de ignorancia y sufrimiento, que sus familias sean divididas por la corrupción del estado pero sobre todo por esa maldita compasión que les dispensamos porque lo que hace falta es sentir empatía, entender sus condiciones y ser conscientes de su situación.
Y existen hijos de puta que aún se burlan de ellos y pendejos que se ríen en coro, los miran con asco, los señalan como sucios, desarrapados, menesterosos, flojos e indolentes segregándoles de su entorno. Otros malparidos han creado y difundido todo un estereotipo étnico de nuestros hermanos, incluso explotando su pobre condición en programas de risas grabadas.
Algunos sólo se acuerdan de ellos para publicitar sus grandes egos, encuadrados en falaces inclinaciones de bondad cristiana, compasión o simplemente una respuesta rápida al dilema moral.
Damas encopetadas que se acercan a ellos para la foto y se lavan cara y manos después, esos caballeros poderosos que tiran ropa y zapatos al terminar recorridos de hipócrita preocupación social.
Políticos y candidatos que sólo los utilizan para la fotografía, para la promoción, para el acarreo, para señalar la corrupción ajena que es la propia, para usarlos y abandonarlos…
Como si nuestros hermanos no entendieran que son esas damas, caballeros, políticos y nosotros quienes de diferentes maneras pero con un mismo resultado hemos cedido a nuestros hermanos la miseria, hambre, incertidumbre, miedo y peligros.
Generaciones de mexicanos obnubilados, mal informados y distraídos en el espíritu santo y compañía, eternos genuflexos aspirantes del paraíso terrenal y celestial, hemos intercambiado a nuestros hermanos por indolencia, hipocresía, frivolidad, ambición y corrupción.
“Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadies con salir de pobres,
que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte,
que llueva de pronto la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca,
ni en llovizna cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies; los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies; los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.”
-Eduardo Galeano, El libro de los abrazos.
Nuestros hermanos o como los llama Eduardo Galeano en su poema “Los nadies”, poema que deberíamos aprender antes que cualquier himno.
-Victor Roccas