* Claro, pudieron o pueden haber cometido la estupidez de entregarle la presea a un muerto, pero, seamos sensatos, ¿quién sueña con ella, quién aspira a recibirla, después del desaguisado de 2015?
Gregorio Ortega Molina
Desconcierto me causan esas almas buenas empeñadas en halagar a un muerto, que ni los ve ni los oye. Parece que desconocen las inquietudes intelectuales y actividad profesional de Luis González de Alba, su espíritu inquisitivo y su constante desafío intelectual.
¿Qué hizo Belisario Domínguez, para que la PATRIA decidiese honrarlo? La locomotora que se llevó a la muerte a Jesús García Corona no puede convertirse en metáfora de Victoriano Huerta, como tampoco puede hacerse lo mismo con el extinguidor y la bomba de servicio de combustible que Gonzalo Rivas decidió apagar, con el propósito de evitar una desproporcionada tragedia. Quienes propiciaron el incendio, dicen, huyeron por idéntico camino por el que las fuerzas del orden trataron de contener a los “normalistas” de Ayotzinapa.
Belisario Domínguez desafío a un dipsómano, a un dictador y asesino responsable de las muertes de Madero y Pino Suárez y de la prolongación de la lucha armada. Pero más grave todavía: obedeciendo a fuerzas extranacionales, el proyecto de Huerta era ahogar la Revolución a sangre y fuego. Que después la traición llegó por otro lado, y la Constitución de 1917 fue conculcada en cuanto Álvaro Obregón decidió reelegirse, es otra historia.
Supongo, y sólo es una hipótesis, que Luis González de Alba propuso a Gonzalo Riva, un héroe que salió del anonimato gracias a las redes sociales, para que adquiriera su verdadera relevancia la impudicia de haber concedido a un empresario desmesurado en su codicia, la presea que no mereció ni merece, porque no hay manera de establecer analogías entre crear empresas y enfrentar a la dictadura.
La historia resuelve conflictos de identidad con el tiempo. El nombre del empresario que mancilló el Senado de la República y se llevó a su casa lo que no le pertenece, ni remotamente, se me olvidó, pero el de Gonzalo Rivas está presente, en la memoria de esos gestos que no esperan retribución alguna, porque el solo hecho de haber reunido, en un instante de lucidez, los redaños para conjurar un peligro inminente, le fue lo suficientemente gratificante, pues en ello conservó la vida de su familia.
Claro, pudieron o pueden haber cometido la estupidez de entregarle la presea a un muerto, pero, seamos sensatos, ¿quién sueña con ella, quién aspira a recibirla, después del desaguisado de 2015?
Se han empeñado en desprestigiarlo todo, así es que pueda ser que sean capaces de cualquier cosa, de cualquier tontería.