Sonríe, la vida es hermosa y sólo basta que así lo desees y la felicidad te será concedida, disfruta de ella que sus más hermosos frutos están hechos para ti quien ama la vida por sobre todas las cosas… y así se puede continuar embelesando como canto de sirenas el ego y la estulticia de los seres humanos que para eso si somos imperfectos, cuantos mensajes, canciones, poemas, escritos, publicidad y mercadotecnia nos atosiga constantemente llegando incluso a ser un dogma, una doctrina, ¡Vive feliz, se feliz, se optimista, se positivo, ten fe!
¿Y cómo puede cualquier ser humano consciente vivir feliz ante la andanada de atrocidades que diariamente experimentamos como civilización? parece que la consciencia es inversamente proporcional a la capacidad predatoria y esta a su vez directamente proporcional a la frivolidad humana.
¿Cómo podemos incluirnos en el reino de lo humanista si carecemos de empatía por quienes forman parte de nuestra sociedad? Somos tan brutales que preferimos caminar por la vida sonriendo al cielo, ambicionando la misericordia “divina”, creyendo que el pregón es más sustancial que la amarga realidad que evitamos mirar, pero de la cual somos partícipes y verdugos.
Huimos de la amargura como de la peste, cobardemente abandonamos todo en pos de codiciadas ilusiones prometidas por dogmas, doctrinas, religiones, tendencias, campañas, gobiernos, ideologías, etc.
¿Qué estamos dejando a nuestros hijos y nietos? un mundo lleno de promesas, fe e ilusiones pero en realidad pletórico de violencia, inequidad, corrupción, ambición, ignorancia, desigualdad, prejuicios, indolencia, elitismo, racismo, odio, vicios, y ante todo inconsciencia.
Y dicho lo anterior ¿cómo educamos a nuestros hijos? distanciándolos de la realidad, marginándolos de la verdad, amputando de sus vidas la consciencia ya que es demasiado terrible para nuestra hipócrita sensibilidad.
Preferimos educarlos en una supuesta ilusión de ambiciones conquistadas, competencia excluyente, felicidad al alcance de una oración y justificación sobrenatural a modo de amuleto eterno, educamos remedando patrones individuales fatuos y banales distantes de lo que consideramos en apariencia repelente.
¡No sonrías estúpidamente! mientras frente a ti un niño trabaja, un anciano es abandonado, una mujer es golpeada, un perro es maltratado, un hombre corrompe, un adolescente delinque y una jovencita es ultrajada, un policía amedrenta, un juez engaña, un gobernante roba y asesina, un clérigo corrompe a un infante y un empresario se enriquece a costa de todos los anteriores.
¡No seas un optimista! si tu optimismo distrae consciencias, impide acciones correctivas, castigo, permitiendo impunidad y realidades alternas. ¡Ten fe! pero resérvala para ti pues es algo íntimo, la fe no alimenta a los hambrientos, ni cuida a los enfermos, ni vela por los niños y ancianos, mucho menos nos protege de la ambición ajena, lo hacemos nosotros por nuestros sentido gregario.
La vida no es hermosa, es difícil, escabrosa, brutal y despiadada. Por eso los pocos momentos bellos los atesoramos y magnificamos para no sentirnos desolados y quebrantados ante ella. La evolución humana nos ha mostrado la importancia del actuar grupal y la formación de familias y sociedades llegando a la civilizaciones para afrontar la vida.
El mundo que dejamos a nuestros hijos no es mejor que ayer pero los seguimos educando bajo la premisa de que todo mejorará con optimismo y una buena dosis de esperanza, ¡Sonríe!
-Victor Roccas