* Trump dista mucho de ser Silvio Berlusconi: cínico, sí; rapaz, también, pero carece de la cultura del italiano. Si quisiéramos establecer una analogía clásica, el próximo presidente de Estados Unidos es Polifemo, para nada se parece a Odiseo
Gregorio Ortega Molina
He de reconocer que hace algunos meses, durante mi participación en IMER con Enrique Lazcano, éste me preguntó si estaba seguro de mi aserto sobre el triunfo electoral de Hillary Clinton, porque él consideraba que no todo estaba dicho.
Apenas el ocho de noviembre nos dimos cuenta de que así fue; recapitulé mi proceso de análisis político, encontré qué me condujo a error. Un valor necesario a considerar y sencillo de comprender: el estado de ánimo del elector, del aspirante al poder y del gobernante que lo deja.
Había desechado una premisa que siempre consideré fundamental: la política no es una ciencia, es más un estado de ánimo; en sus modificaciones incluye el decidir qué sí y qué no en asuntos de gobierno.
El próximo presidente de Estados Unidos es un hombre de diversos rostros: magnate del desarrollo inmobiliario, empresario del espectáculo, segregacionista y partidario del unipolarismo y la hegemonía de su país en el mundo. Más dedicado a los negocios que a la política. Cree en la supremacía Blanca, desdeña el “melting-pot”.
Pronto seremos testigos de su verdadero discurso -entre el proclamado para hacerse con el poder y lo dicho desde la Casa Blanca, siempre hay diferencia, no importa que insista en las deportación de tres millones y en el Muro, lo que indica que puede endurecerse más- y su talante para dirigir el destino del mundo. Los nombramientos de sus hijos en el equipo de transición y el de Stephen Bannon, para moverse a su gusto en el Salón Oval, nos permiten discernir que sí hay alguien detrás de esa figura, y es un riesgo enorme colocar en sus manos las claves para hacer uso de las armas nucleares.
Su propuesta de campaña de cerrar las fronteras, de construir un muro entre México y Estados Unidos, de expulsar a los ilegales, de establecer alcabalas para las exportaciones mexicanas hasta con un 35 por ciento, me recuerdan mis lecturas de Tony Judt sobre la manera en que concluyó la primera globalización, que condujo a la conflagración mundial 1914-1918. Europa se reconfiguró, desaparecieron imperios y surgió el que desde 1918 determina las condiciones de desarrollo en el mundo: pronto serán cien años de la firma de los Tratados de Versalles y sus consecuencias.
Sea cual sea el discurso que Donald Trump asuma desde el poder, éste implicará consecuencia graves para el mundo, pero sobre todo para su país.
A México le llaman a la puerta tiempos difíciles, con mayores problemas que los hasta ahora vividos, porque a nuestros gobernantes les ha dado por achicarse y porque sobre sus cabezas oscila la tentación de, ahora sí, refrendar los Tratados de Bucareli y hacerlos válidos, o ampliar los convenios de la negociación poselectoral de 1988, o el asilo buscado por Felipe Calderón en la residencia de Tony Garza, al sentir que AMLO se adueñaba del poder. Allí se definió la guerra contra el narcotráfico.
Pero no caigamos en el desánimo. Trump dista mucho de ser Silvio Berlusconi: cínico, sí; rapaz, también, pero carece de la cultura del italiano. El magnate del ladrillo y el acero es un sembrador de lascivia. Si quisiéramos establecer una analogía clásica, el próximo presidente de Estados Unidos es Polifemo, para nada se parece a Odiseo.
¿Cuáles son los escenarios económicos del futuro? Difícil decirlo, pero es posible que inicie el desmantelamiento de la globalización y la dependencia de América Latina se haga mayor, sobre todo si a los gobernantes les tiembla el pulso y les falta imaginación a la hora de negociar. Pueden comportarse como lo hicieron Edouard Daladier, Neville Chamberlain y Kurt von Schuschnigg.
Bien dijo Adolfo López Mateos: lo más difícil de ser presidente de México es decir “no” a Estados Unidos.
Tony Judt nos advirtió a tiempo. Retomó una cita de John Maynard Keynes para Algo va mal: “Los hombres prácticos, que se consideran exentos de toda influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista ya caduco. Los orates en el poder, que oyen voces en el aire, extraen su frenesí de algún escritorzuelo académico de hace años. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se ha exagerado enormemente en comparación con la restricción gradual de las ideas”.
Allá vamos.