Cuando alguien me increpa que no amo a México, o que debo amarlo, de inmediato la consciencia golpea mi intelecto y me pregunto ¿por qué debería?..
El amor, concepto bastante abstracto, requiere al menos guardar cierta reciprocidad, de otra manera es masoquismo u obsesión malsana.
En medios de comunicación, campañas publicitarias, electorales, políticas, empresariales, institucionales, en las escuelas desde los primeros años, el mensaje es amar a México, amarlo como si fuera un padre, madre o Dios.
Amarlo sin reservas, sin condiciones porque es nuestra patria, y tanto lo debemos amar que quienes nos lo restriegan continuamente se pueden dar el lujo, entretanto, de manejar a México como su meretriz personal, “padroteando” a la amada patria y a nosotros cuales putas de burdel, y todo bajo el argumento de “el amor a México”…
Mi indignación se eleva cuando leo o escucho un mensaje de un “televiso” declarando ¡amo a México!, inmediatamente pienso ¡que poca madre!, sólo alguien que ha sido partícipe del adormecimiento, el embrutecimiento y la ignorancia del pueblo mexicano, ya sea por creencia o por conveniencia, es capaz de tal cachaza.
Igualmente el aguantar las insistentes loas de politiqueros mexicanos en llamamiento al amor patrio, me descomponen el estómago, está de más explicar el porqué, solamente diré que escuchar a cualquier político hablar de leyes, normas, derecho y responsabilidad me provoca asco.
Y que tal atestiguar a los empresarios mexicanos regodeándose en su amor a México, algunos de ellos ¡motivo de orgullo de muchos otros mexicanos obnubilados!, empresarios como Carlos Slim, miembro permanente de publicaciones en la revista Forbes, o Alberto Baillères poseedor de la tristemente prostituida medalla Belisario Dominguez, ambos sujetos seguramente ¡aman infinitamente a México! junto con otros archimultimillonarios mexicanos, de su amor a México no cabe la menor duda.
Luego tenemos a los procuradores de justicia, seguridad y bienestar del ¡México que debemos amar!, todos aquellos cuerpos policiacos, militares, marinos, servidores públicos, jueces, etc.
Aun extendiendo un razonable beneficio de la duda hacia un porcentaje, muy pequeño por cierto, de estos servidores de la nación, debo decir que su trabajo, su dedicación, su lealtad y juramentos patrios, ante los resultados de un país convulsionado, violento, inseguro y corrupto, deja por los suelos al mentado ¡amor a México!
Amar a México se ha convertido en un slogan, en un mensaje vacío, retintín espeluznante que la ignorancia repite apasionadamente, porque el amor a México es en realidad una condición masoquista coincidente al amor a Dios.
Los jerarcas del patriotismo así como los de la fe siempre enaltecerán ese amor, y han dogmatizado a millones ante la necesidad de entregarse en sacrificio para ser merecedores de la reciprocidad de ese amor, así pues los jodidos deberán esforzarse más, muchísimo más para amar a México y a Dios, de tal modo eventualmente, quizás en algunas generaciones, la esperanza de recolectar el fruto de ese amor culmine, como lo han logrado, con sorprendente y suspicaz inmediatez, esos gerifaltes del amor a México y Dios, o sea los pocos afortunados que viven el bienestar celestial, económico y social, que millones de incautos seguirán anhelando al amparo de oraciones y optimismo.
¡Amad a México, hijos míos, como él os ama a vosotros! sería una posible próxima frase de campaña que combinaría 1600 años de publicidad exitosa (Constantino I) con 500 años de adoctrinamiento (Bulas Alejandrinas) y 206 años de auto-saqueo(Independencia Mexicana).
Para la sádica oligarquía beneficiaria del amor a México y a Dios, que el resto de masoquistas profesa y sustenta con estulticia, las frases esgrimidas como amor patrio y a Dios son frases tautológicas, es decir frases obvias, redundantes, huecas.
Así, yo no amo a México, no puedo amarlo y no tengo por que amarlo, al menos no a este México que nos han impuesto, este México de unos pocos, este México de oportunidades selectivas, este México dependiente, este México supeditado, este México ignorante, este México que no es pobre sino jodido, este México sin identidad, este México rentado, vendido, entregado. Este México de olvido étnico y aspiración foránea. Este México de castas doradas y niños indigentes, de analfabetos encumbrados y talentos desperdiciados.
Este México donde quien que no transa no avanza, el México de donde millones han huido a la frontera y ahora tienen pánico a regresar.
Este México de libros caros y televisión barata, este Mexico de mucha psicología y nula filosofía. El México de la buena vibra y de la mala muerte. Este México pendiente de avances tecnológicos e indolente ante retrocesos sociales. Este México en donde el conocimiento está al servicio del acaudalado y condicionado al humilde.
El México de las interminables celebraciones y de las insuficientes conmemoraciones. Este México donde el número de bajas en la lucha contra el narco ha superado por mucho algunas guerras convencionales. Este México que sirve al rico y se sirve del pobre. El México que se hinca ante el poderoso y violenta al menesteroso.
Porque México no es sólo un territorio, un espacio, un lugar, un nombre, México somos nosotros, con una supuesta identidad que supuestamente nos hermana, individuos quienes conformamos una sociedad, quienes delimitamos un espacio, quienes ocupamos un territorio, quienes hemos creado un estado y determinado un gobierno. Pero no nos hemos acompañado ni armonizado en el desarrollo del bienestar social para el fortalecimiento de México como nación.
No, no puedo amar a México, muy al contrario, odio profundamente en lo que se a ha convertido.
-Victor Roccas.