Las personas que hacen el favor de atender mis textos reconocerán mi inclinación por ser critico ante situaciones mundanas, situaciones que nos afectan cotidianamente en un mayor o menor grado, igualmente han atestiguado mi preocupación por la educación y la política.
El sistema educativo en México es un tema que absorbe gran parte de mi pensamiento, le he dedicado muchos días de reflexión, además cuento con una nutrida experiencia personal ante la educación, instituciones, maestros y programas académicos, ello sin menoscabar que soy padre de una excelente alumna de preparatoria.
Mi maravillosa hija quien se ha ganado a pulso mi admiración, y en este caso particular la de maestros que han tenido la fortuna de conocerle, una estudiante que a base de su propio esfuerzo a logrado destacar, no solamente por lo que sus profesores califican, sino por todo lo que ella misma aprende pues es prácticamente autodidacta. Una jovencita que me seguirá brindando cantidades interminables de motivos para admirarle cada día más y más. Ella, mi hija, es la repuesta a la tan ansiada pregunta que mucho tiempo guarde en mi mente, ¿cual es mi verdadera finalidad en esta vida?..
Una señorita con mucho carácter, modesta, centrada, madura, crítica, desconfiada, solitaria, reservada, inteligente y cada día más culta, no me bastaría todos los espacios del mundo para transcribir lo que pienso de ella, pero si me basta este espacio para ponderar algo que ella posee y que muy pocos tienen el gozo de atesorar, la libertad de dominio sobre si misma, mi hija no le debe nada a nadie, ni a maestros, ni a instituciones, ni siquiera a mi que soy su más ferviente admirador y servidor, la he criado con el entendimiento del agradecimiento real, ese agradecimiento que se otorga como un mutuo entendimiento de algo verdaderamente valioso y no sólo como una simplista muestra de protocolo como los muchísimos que se acostumbran en nuestra sociedad sumisa en forma de caravanas y panegíricos serviles ante el poder o conveniencia.
Por ello me es muy difícil entender la calidad de algunos maestros que desafortunadamente han cruzado por su camino, y aun cuando esos maestros han confirmado mi opinión sobre las deficiencias de la pedagogía y la miseria humana, también han creado momentos bastante desagradables, más para ellos que para mi hija.
De esas experiencias es donde me atrevo a criticar a los maestros, a las instituciones, a los directivos y al sindicato de maestros, dado que ellos se han acercado a mi en su momento, para clamar tímidamente por un pequeño trozo de protagonismo en lo que mal suponen es un triunfo compartido, decenas de reconocimientos, diplomas, primeros lugares, calificaciones de excelencia, bla, bla, bla,… al final tan sólo un par de maestros que ocultos casi en el anonimato son verdaderamente dignos del agradecimiento de mi hija y por supuesto mío, no mencionare sus nombres por que ellos saben perfectamente que su labor es evidente en muchísimos otros seres realmente gratos y aunque son incapaces de clamar su justo reconocimiento, es esa modestia lo que más les engrandece, sirva sólo decir al menos que mi hija siempre les recuerda con cariño pero sobre todo reconoce la calidad de su enseñanza y esfuerzo.
Cuantas veces he escuchado a un sin número de profesores expresar, a mi y a mi esposa, su admiración por la educación de mi hija y cuanto desearían tener más alumnos como ella, evidentemente su admiración desborda nuestros estúpidos egos, pero al mismo tiempo me entristece pensar que el papel de nosotros los padres no es suficiente, que efectivamente hemos sido descuidados en la educación de nuestros hijos, no importan las escuelas, los maestros, las reformas, directivos o sindicatos, lo que importa son nuestros hijos, y los hemos abandonado, entregado a malos maestros, malas escuelas, malos gobiernos, sin pensar sobre nuestros hijos más allá de sus precarias posibilidades laborales y económicas para surcar un futuro, no incierto, sino francamente trágico.
Mi hija está preparada para enfrentarse a “maestritos hiperinflados”, de hecho lo hace en este preciso momento ¡y con uno que se ostenta como psicólogo!, y si algún obstáculo pareciera difícil para su corta edad, cuenta conmigo para enfrentarlo juntos cuando ella me lo pida.
¿Pero qué pasa con otros jovencitos que también enfrentan a esa clase de miserables que se regodean en el poder que les confiere el título de maestro? esos jovencitos que requieren de motivación, de reconocer su valía presente y futura, pero sobre todo de un verdadero pedagogo que los oriente durante un periodo muy breve de sus vidas, que útil sería tener un apoyo así, extendido y constante durante la adolescencia y juventud ¿o no?
Este “psicólogo”, al que me refiero como actual obstáculo para mi hija, es un personaje de molde, el lector lo puede encontrar pavoneándose en cualquier instituto de enseñanza pública o privada, su presencia se hace más ostentosa en cuanto el nivel de educación se eleva, caracterizado por ser inflexible y rígido en su área de enseñanza gusta de aparentar cordialidad con los padres o tutores, siempre con un tufo de superioridad académica, pero con los alumnos hace gala de una sardónica y truculenta actitud de sabiduría hipócrita, sesgada, semejante a la de un José Stalin, que causa estragos en la autoestima y seguridad de los adolescentes a cambio de un sentido retorcido de placer en su propio ego como maestro.
A este tipo de personas se enfrentan nuestros hijos, y la mayoría de los padres prefieren obviarles, desconocerles, ya sea por ocupación, desinterés, ausencia, o miedo, si, miedo de algunos padres para enfrentarse a un maestro que está respaldado por un cuerpo directivo y un sindicato, pero no hay excusa que valga, debemos empezar a perder el temor ante este tipo de sujetos que pueden estar doblegando las voluntades, ánimos y consciencias de nuestros hijos.
Muchos padres por costumbre, ignorancia o ambas consideran que al llegar a preparatoria, bachillerato o incluso desde secundaria, los adolescentes deben desenvolverse sin presencia de los padres, craso error, la adolescencia es una edad muy difícil y es cuando más nos necesitan, lamentablemente es en educación media donde los profesores están menos vigilados por nosotros los padres y por supuesto por las autoridades académicas, de las cuales no se puede esperar mucho, por no decir nada.
A poner mucha atención.
-Victor Roccas