* Pero claro, nuestros gobernantes quizá son producto del proyecto de Robert Lansing, o pueden aprovechar la oportunidad que se les ofrece de transformarse en estadistas
Gregorio Ortega Molina
Allí están la historia y la evolución o involución de los humanos, para saber qué podemos esperar de la presidencia de Donald Trump. Lo cierto es que no hay borracho que coma lumbre, ni EEUU padece las consecuencias de los Tratados de Versalles, como tampoco la crisis económica que llevó a Adolfo Hitler al poder, al exceso del Holocausto y a la Segunda Guerra Mundial.
¿Debemos estar los mexicanos alarmados? Sí, pero en una dimensión racional, en la justa medida que nos facilite comprender nuestra nueva situación y la oportunidad que ésta significa.
México no es la Polonia de 1939, ni Austria; tampoco puede anexar Estados Unidos territorio mexicano como lo hizo Alemania con los Sudetes. La globalización y sus instrumentos de comunicación instantánea previenen contra las satrapías, contribuyen a evitar o disminuir los abusos, y permiten buscar el apoyo del mundo, además de lograr la movilización interna.
Los mexicanos y su gobierno deben plantearse y responder una pregunta fundamental para el futuro inmediato: ¿Cuál es el valor estratégico, geográfico, político, económico, cultural y social de México para Estados Unidos?
Naturalmente la economía, el racismo y el desprecio de muchos estadounidenses y de buena parte de sus gobernantes nos avasallan, pero también es cierto que parte importante de la grandeza material y cultural del Imperio proviene de nuestra vecindad, de la fuerza de trabajo y del desarrollo de esa cultura fronteriza que produce lo mismo literatura que música, conocimiento que desarrollo estratégico y comercial.
Minusvalorarnos no conduce a nada. Coincido con Lorenzo Meyer: “Lo que viene para México puede ser entre malo y desastroso, y no veo de entrada un efecto positivo. Quizá en el largo plazo, y si somos inteligentes y capaces, nos desvincularemos un tanto de nuestro vecino. Una desvinculación económica y demográfica que pudiera resultar más sana de lo que es ahora, donde el 80 por ciento de los productos que exporta México van a dar a un solo mercado, el norteamericano, y eso nos hace muy vulnerables”.
Pero claro, nuestros gobernantes quizá son producto del proyecto de Robert Lansing, o pueden aprovechar la oportunidad que se les ofrece de convertirse en estadistas.
Es obvio que la economía nacional requiere que desde esa nación adquieran lo que ya nos compran, y más, pero también es cierto que para que puedan seguir comprando a las empresas mexicanas, estadounidenses y transnacionales que operan desde territorio nacional, requieren que los mexicanos -legales e ilegales- que allá trabajan produciendo riqueza, cultura, ingenio e inteligencia, continúen haciéndolo.
Hoy las opciones son distintas a las de 1933-1939, porque el mundo ya está en guerra y es de otro tipo, en busca de diferentes riquezas. No quieren territorio, están urgidos de continuar en el ocio, en la fiesta de la marihuana recreativa, mientras los mexicanos hacen los trabajos que ni los negros aceptan, como dijo Vicente Fox.