Generaciones de mexicanos indolentes, mal informados y distraídos en el espíritu santo y compañía, eternos genuflexos anhelantes del paraíso terrenal y celestial, fundidos en el consumismo, hemos regalado el país y nuestras vidas a personajes que ahora son nuestros dueños, nuestros tiranos, opresores de nuestros sueños, subyugantes de nuestro espíritu, dictadores de nuestras acciones y líderes de nuestras decisiones.
Ellos que han llegado a simularse en muchos envases diversos, senadores, diputados, comentaristas, intelectuales, gobernadores, candidatos, presidentes, empresarios, sacerdotes, obispos, cardenales y papas, incluso falsos críticos y opositores tienen el mismo contenido… la ambición por el poder, solo les conmueve su cercanía y cobijo, sus mieles y beneficios, harán todo lo necesario para merecer el aroma aún pestilente del poder, corrupto y codiciado.
Desde hace muchísimo tiempo usurparon el lugar de los tlatoanis, de los reyes y emperadores, de las cortes palaciegas de antaño, ¡de las deidades mismas! con todas sus canonjías y excesos ilimitados, somos sus súbditos, sus sirvientes, sus siervos, sus esclavos, sus mascotas, y en consecuencia, como todo lo que les pertenece, merecen nuestro agradecimiento, sumisión, lealtad, sacrificio y veneración.
A sus ojos somos ingratos, ladinos y perezosos, necesitamos su mano fuerte, decidida e inflexible, se proclaman vicarios de nuestros destinos por que en su extremada egolatría guardan un sentido retorcido de amor por nosotros, herencia del Dios ambivalente que sustenta su moral.
¿Qué corresponde y merecen estos moradores del nuevo Olímpo? que no sea, al menos, el canto de un trovador, loas a su grandeza, vítores y aplausos, panegíricos pantagruélicos, símil de antiguos y mejores tiempos.
Por que dentro de toda nuestra imperfección nos aman, vaya que nos aman, y tanto es su amor que prefieren, como el Dios judeocristiano, marginarnos lejos de la luz y fuego del conocimiento, resguardándonos de ser cándidas víctimas de Prometéo, amagándonos con su proverbial y terrible ira.
Ave imperatur, morituri te salutant.
-Victor Roccas