Joel Hernández Santiago
¿Deveras la corrupción nos define? ¿Deveras somos tan o más pecaminosos que cualquier país en el mundo y, por lo mismo, se nos señala con el dedo flamígero por corruptos y mal averiguados? ¿La corrupción de unos gobernadores que ahora están en capilla es la excepción o es parte de la regla de vida en un país en el que hablar de corrupción es hablar del aire que se respira?
Don Luis González y González, el emblemático historiador, decía que una de las razones por las que la famosa “simplificación administrativa” se asentó en estos lares fue porque durante la colonia, la administración virreinal no contaba con un cuerpo burocrático estructurado en el enorme país, que llevara a cabo los servicios y los cobros por actos de gobierno.
Así que decidió otorgar permisos y autoridad a quienes podrían prestar los servicios de registros, de autorización para pastizaje, deslindes y más. Quienes pedían estos servicios pagaban en efectivo y en la mano. Era más fácil e inmediato y así se pagaba el sueldo del servidor público.
Esa vieja costumbre se arraigó y aunque se construyeron andamiajes para organizar la recaudación y administrarla, muchos seguían con la costumbre de evitar el latoso y lento procedimiento de la burocracia nacional y muchos siguen estirando la mano para recibir y muchos otros para pagar.
Pero como que se pasó de tueste aquello y a lo largo de los años, el servicio público –en muchos casos- se ha visto más como un ‘pasar a mejor vida’ que una entrega social y solidaria. Nada. Todo cuesta hoy en México ya en cajas registradoras oficiales como a través de la mano estirada o el saqueo de arcas nacionales que se desvisten de gloria así.
México es uno de los países más corruptos del mundo, según el registro mundial de la corrupción. Lo que quiere decir que en todos lados se cuecen habas, como ya hemos visto en el caso de Brasil o España o Italia o Estados Unidos… El factor humano y la ambición, podría decirse.
Por ejemplo, la revista Forbes nos declara uno de los países más corruptos del mundo y lo argumenta así: “A México le cuesta, al menos 100,000 millones de dólares al año la corrupción. Sin embargo, a este mal se le ve como aceite de la maquinaria económica, engrane del sistema de justicia y factor para que las cosas funcionen. Por eso, no se le combate.”
De acuerdo al Índice de Percepción sobre Corrupción que realiza Transparencia Internacional, nuestro país se encuentra en el lugar 105 entre 176 naciones. Y se nos declara semejante a Kosovo, Mali, Filipinas y Albania.
Así que las cosas están así. Y no es como para sentirse orgullosos. Porque resulta que es usual que –decíamos- algún funcionario menor estire la mano para sellar nuestro documentito o que un ciudadano ofrezca un dinerillo escondido por ahí entre los papeles para conseguir el ansiado sello salvador…
Pero más allá de la morralla, que hace millones diarios, está el gran saqueo, el gran robo, la gran traición de gobernadores o altísimos funcionarios de gobiernos federal, estatal o municipal que se hinchan de dinero proveniente del trabajo de todos los aquí presentes.
Y al hacerlo no sienten pesar porque se sienten merecedores de tal recaudo ya que ‘le hacen un bien a la patria al ocupar cargos de tan alta responsabilidad pública’. Así que robar desde el gobierno está a la vista, al portador, y los mexicanos dejamos hacer porque no se puede hacer nada –se dice-.
Sin embargo como que en el sexenio reciente de gobierno federal se han dado casos de extrema corrupción. Como que hubo un proceso de dejar hacer, dejar pasar, y muchos orgullosos gobernantes se sirvieron con la cuchara grande, como es el caso de los ahora ex gobernadores que están en capilla, y los que se acumulen si se cumple con la ley de la investigación, por presunción, como es el caso del ex gobernador de Oaxaca y ad lateres.
Mientras tanto, dado que ya la lumbre les llegaba a los aparejos, el señor Enrique Ochoa Reza, novato dirigente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha decidido, por mandato supremo, enarbolar la bandera de la anticorrupción y la transparencia.
Esto porque el resultado de la fechoría de muchos priistas en gobierno, que hicieron y deshicieron para enriquecerse a más no poder, llevan a la bancarrota política-electoral al PRI. Y de ahí que mantenga la cantaleta de que va contra todo aquello que sea corrupción y que nadie saldrá ileso si cae en la tentación de agarrar dinero de las arcas públicas para su bien personal o familiar a amistoso.
Pero nadie le cree. O muy pocos. Porque el símbolo de la corrupción está ahí, mismo en los gobiernos priistas de tantos años. Ahora mismo, a la vista de gobernadores que se hincharon y que huyeron o se ocultan o los mantienen escondidos… El mismo señor Ochoa Reza que dice que recibir más de un millón de pesos por unos meses de trabajo en la Comisión Federal de Electricidad es parte de sus derechos laborales.
El Procurador General de la República, Raúl Cervantes, dice ahora que en su lucha contra la corrupción va contra gobernadores y no contra funcionarios menores. Está bien. Y sin embargo lo que los mexicanos queremos es ver resultados hechos y derechos; contantes y sonantes. Y que lo robado sea devuelto al patrimonio de quien le pertenece…
No es suficiente con devolver parte mínima de los recursos robados –como ocurrió hace muy poco con los 425 millones de pesos de Veracruz-, sino que se finquen responsabilidades a quien los ‘devolvió’ y a quien hizo que se cometieran los delitos. Aun devolviendo el dinero, persiste el delito ¿o no?
Pues eso: que somos uno de los países más corruptos del mundo. Pero ¿quién empaña el espejo y luego siente que no está claro?