* Afirma Mercurio, mi informante, que Manuel Bartlett Díaz requirió de tres largas noches de discusión, en la casa del León Rojo, con su jefe y presidente electo de México. Cuando la decisión fue tomada, incorporaron a Samuel I. del Villar, para enmarcar esa acción dentro de la supuesta renovación moral
Gregorio Ortega Molina
Desaforar, enjuiciar y encarcelar a Jorge Díaz Serrano fue la primera respuesta política del grupo cerrado de Miguel de la Madrid Hurtado, a la estatización bancaria. Echaron espuma por la boca al enterarse. Nunca fueron consultados.
Afirma Mercurio, mi informante, que Manuel Bartlett Días requirió de tres largas noches de discusión, en la casa del León Rojo, con su jefe y presidente electo de México. Cuando la decisión fue tomada, incorporaron a Samuel I. del Villar, para enmarcar esa acción dentro de la supuesta renovación moral, que sólo existió en la retórica política de la época, pues ¿qué moralidad puede determinar los marcos de acción del gobierno de los seres humanos?
En un momento de ingenuidad pensaron que, por su edad, Jorge Díaz Serrano se quebraría y diría todo sobre los barcos. Pero el ingeniero, formado profesionalmente en la ESIME y dentro de los códigos éticos de un fallido programa de la Revolución, sólo abrió la boca hasta que López Portillo murió, después de haberse exhibido él mismo durante su larga agonía política y social: donde quiera que se presentaba, era recibido a ladridos.
En una entrevista que le concedió al periodista Sergio Sarmiento el 21 de febrero del 2004, después de la muerte de López Portillo, Díaz Serrano manifestó: “que había sido el propio López Portillo el que dio instrucciones verbales directas y precisas para hacer la adquisición de los dos barcos”, obviamente con el consiguiente sobreprecio, hecho que nunca fue revelado en el juicio.
Uno puede dudar de la afirmación de Díaz Serrano, hecha cuando López Portillo había fallecido y no la podía refutar. De lo que no cabe duda es que a Díaz Serrano le debemos que Pemex se haya convertido, aunque sea por poco tiempo, en una potencia petrolera mundial (fue lo que no le perdonaron, era necesario iniciar la destrucción de esa industria). Hazaña que le agradecieron los petroleros mexicanos al ovacionarlo al día siguiente de su muerte, frente a la Gran Torre de Pemex.
Miguel de la Madrid Hurtado siempre estuvo seguro de haber engañado a José López Portillo, a quien durante un acuerdo presidencial, el entonces secretario de Programación y Presupuesto conminó a que no dejara sin futuro político a su hijo José Ramón, y le permitiera nombrarlo subsecretario.
Lo curioso es que durante la tarde anterior a ese encuentro político, hubo otro diferente entre Rosa Luz Alegría y el “señor” presidente, en el que curiosamente se habló de lo mismo, y de la absoluta lealtad del secretario de la Madrid, lo que de inmediato lo convirtió en un candidato viable.
Una tercera variante de las provisionalidades de la verdad, indica que el ingeniero Díaz Serrano, ya liberado sin que se le hubieran comprobado oficialmente los delitos de los que se le acusó, se retiró de la actividad política y murió a los 90 años de edad a causa de una neumonía e insuficiencia respiratoria el 25 de abril de 2011, en la Ciudad de México.
Nadie conoce del destino que tuvo su envidiada y envidiable colección de pintores mexicanos, ni a dónde fueron a parar las cantidades en que vendieron las acciones de sus empresas, ni por qué decidió guardar silencio, si el amigo había dejado de serlo con mucha antelación, desde que hizo público el anuncio de que su vida estaba determinada por el gineceo.
La renovación moral se diluyó en el descrédito, Manuel Bartlett hubo de beber su propio cáliz y “callar” al sistema, y Samuel del Villar se hundió en el alcohol, mientras que Miguel de la Madrid Hurtado, senil y arrepentido, esperó el momento de ser desautorizado por su hijo y su ex secretario particular.