CUENTO
Lidolkid era un niño de 8 años, que vivía en un pueblo pequeño, en donde jamás había llegado la feria, con sus juegos mecánicos, y todas sus demás cosas. Por lo tanto, Lidolkid no conocía lo que era un carrusel, una rueda de la fortuna, o un remolino.
La vida en aquel pueblo era muy aburrida: La gente no tenía en dónde distraerse, después de trabajar, y los niños eran los que más sufrían, cuando se aburrían de jugar fuera de sus casas.
La casa de Lidolkid quedaba lejos de las demás casas, así que él se aburría lo doble o lo triple, porque no tenía vecinos con los cuales jugar.
-Ah, ¡qué aburrido estoy! -se dijo Lidolkid, mientras jugaba a los soldaditos allí en su jardín.
El tiempo pasó y las vacaciones de la escuela llegaron. Entonces Lidolkid se dio cuenta de que no sabía cómo le haría para sobrevivir todo este tiempo, solo, allí en su casa.
Era el primer día de vacaciones, y Lidolkid ya había ayudado a su madre en los quehaceres de la casa, así que ahora le tocaba el turno de irse a jugar.
-Pero y ahora ¿a qué jugaré? -se preguntó Lidolkid, mientras miraba sus juguetes tirados sobre el pasto-. Ah, ¡ya sé! Jugaré a buscar tesoros. ¡Esto sí que será divertido!
Lidolkid se fue corriendo al cuarto donde su padre guardaba herramientas de trabajo. El cuarto era una especie de bodega, en donde la familia guardaba cajas y un montón de cosas.
Lidolkid buscó algo que pudiese servir para cavar sobre la tierra, entonces encontró una especie de pico pequeño.
-¡Qué coincidencia! -se dijo así mismo-. Este pico pareciese haber sido hecho especialmente para mí. “Sí, con esto me bastará para cavar los huecos del tesoro enterrado”, pensó, y salió de allí a paso rápido.
Cuando estuvo de vuelta en el jardín, al analizar y buscar en dónde cavaría su primer hueco, enseguida vio que no había lugar.
-Mamá me regañará, y papá todavía mucho más, cuando vean cómo he destrozado el pasto. Entonces será mejor que me vaya para el patio. Sí, allí seguramente que hay lugar de sobra.
Y lo que Lidolkid pensó era verdad. Su patio era enorme, y allí había lugar para cavar cuantos huecos él desease, y lo mejor de todo es que la tierra era suave, muy suave. Entonces Lidolkid se apresuró a emprender su nuevo juego, y enseguida se puso a cavar con mucha energía.
-Ah, ¡cómo me estoy divirtiendo! -Lidolkid se decía, mientras imaginaba toda serie de cosas relacionadas con baules llenos de cosas preciosas.
Pasados unos minutos, toda su ropa ya estaba llena de tierra, y sus brazos, piernas y cara, también. Lidolkid no dejaba de pensar de que éste era el mejor de los juegos que ningún otro niño descubriría jamás. Sin embargo no sabía de que muy pronto encontraría algo todavía muchísimo más divertido.
Ese día, se lo había pasado una hora jugando a buscar tesoros escondidos. En su juego fantaseaba que ya había encontrado todo tipo de tesoros, desde joyas hasta juguetes exquistos, pero que aun le faltaba encontrar algo, sin embargo desconocía qué era ese algo. Pero entonces lo supo, cuando sus ojos vieron una rueda, en la que había un papel que decía: DIVERSIÓN
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Lidolkid no entendió. Entonces arrancó aquella rueda de la tierra que la sujetaba y, y al momento de hacer esto, ¡él desapareció, pero luego enseguida apareció de nuevo, pero en un lugar distinto!
-Wow -excalamó Lidolkid-. ¡Es una feria! ¡Como la que nunca conocí! ¡Esto sí que es un verdadero tesoro!
Lidolkid no podía creer lo que sus ojos veían. Un carrusel hermoso y grande, que giraba con sus caballitos y demás personajes, en un sube y baja. Lo más hermoso de aquel carrusel era su color dorado, dorado como una moneda de oro.
-Wow. ¡Y allí está una rueda de la fortuna! -exclamó Lidolkid, casi babeando.
La rueda de la fortuna tambíen era grande y hermosa, con sus sillas que al girar destellaban unas luces de mil colores.
-Estoy soñando, ¡estoy soñando! Esto no es verdad, solo es un sueño -Lidolkid se decía y se repetía, mientras su cuerpo y sus ojos giraban, queriendo así contemplarlo todo en tan solo un instante. Su corazón latía demasiado rápido, porque estaba muy emocionado.
-Por favor, por favor, si esto es un sueño, ¡entonces no quiero despertar!
Lidolkid sentía que su corazón iba a explotar, de tanta dicha y alegría que sentía por tener una feria como ésta.
-Vamos, ¿qué esperas para subirte? -le preguntó un caballito del carrusel. Y Lidolkid, al escucharlo, creyó que se estaba volviéndo loco.
-¡No puede ser! ¡Esto definitivamente es un sueño! No puede ser cierto.
Pero todo era verdad. Sin embargo, a Lidolkid le tomaría todas sus vacaciones convencerse de que aquella feria era real.
Y desde aquel día, él, después de ayudar a su madre en las tareas del hogar, enseguida correría hacia el patio, para cavar y para desaparecer y para luego aparecer en su feria, ¡en su hermosa feria!
FIN.
ANTHONY SMART
Diciembre/27/2016