CUENTO
Ésta es la historia de A.J., un niño que al crecer se convirtió en un escritor de cuentos para niños. Toda su vida había sido muy difícil, esto sin mencionar la marca muy profunda que el bullying dejó sobre él y sobre toda su alma, y la cual lo convirtió en un ser muy triste y solitario.
A. J. tenía 32 años cuando vendió por primera vez uno de sus cuentos a los niños de algunas escuelas. Cuando esto sucedió, se había sentido muy orgulloso de su gran logro, porque solamente él sabía lo mucho que había luchado para crear cuentos de fantasía.
Él estaba enfermo, y su cabeza le dolía ¡todo el tiempo! Pero a pesar de esto, cuando se tomaba una pastilla y ésta le mitigaba un poco el dolor, enseguida iba, buscaba papel y tinta, y se ponía a escribir. A.J. sufría mucho por el dolor que lo torturaba, pero aun así no dejaba de soñar y de esperar por un futuro mejor.
El tiempo fue pasando; años enteros pasaron muy rápido, y el joven escritor murió. Nadie le dio importancia a su deceso, porque después de todo jamás logró el éxito. Nadie lo había conocido, excepto todos y cada uno de los niños que le habían comprado uno de sus cuentos.
El joven había muerto como había vivido, sin pena ni gloria. Su intento por querer trascender o dejar huella, se había terminado por completo. O esto es lo que parecía ser.
Los escritores siempre son muy raros, también son muy sensibles y soñadores. Sus vidas mismas es un libro, en espera de ser escrito y leído. A.J. siempre lo supo, pero su destino no le permitió hacerlo, escribir su final feliz. Su libro quedó inconcluso, había sido cerrado de manera muy repentina.
El tiempo volvió a pasar. Toda la generación de niños que le habían comprado uno o varios cuentos a A.J., habían crecido. Niños y niñas ya eran personas de bien, muchos ya se habían casado y ahora tenían hijos.
-Mira -le dijo un señor de 40 años a su hijo de 8 años, mientras abría un cajón donde guardaba muchos papeles-, te voy a mostrar un cuento que compré cuando tenía tu edad.
-¿De verdad, papá? -preguntó el niño, muy sorprendido.
-Sí, hijo. De verdad. Se lo compré a un muchacho que soñaba con ser un gran escritor. Todavía recuerdo la alegría con la que me contaba a mí y a otros niños de mi salón, sus sueños.
-¿Y qué pasó con él, papá?
-Murió, hijo. Murió sin ver su sueño hecho realidad.
-¿Que soñaba?
-Soñaba con triunfar.
-¿De verdad?
-Sí, pero la muerte se lo llevó muy pronto.
-Ay. Es muy triste.
-Sí, hijo, sí que lo es. Y mírame ahora. Si no fuese por él, creo que jamás habría pensado en querer ser un escritor, como él. Gracias a él y a sus cuentos es que pude ver que esto es lo que yo quería hacer cuando fuese grande…
-¿Me lees el cuento, papá? -le preguntó el niño a su padre, mientras miraba la hoja es sus manos.
-¡Claro que sí, hijo! Ven, siéntate aquí sobre mis piernas.
El niño lo hizo, y su padre, con mucha ternura y cariño, le empezó a leer el cuento. Cuando terminó de hacerlo, su hijo dijo:
-¡Es un cuento muy bonito!
-Sí, hijo, definitivamente lo es.
-Cuando yo crezca -dijo el niño, con mucha alegría- ¡también quiero escribir cuentos como éste!
-Hijo… -dijo su padre, y dos lágrimas brotaron de sus ojos, luego éstas rodaron por ambos lados de cara.
-¿Estás llorando, papá?
-Sí, hijo.
-¿Por qué?
-Porque gracias a éste joven es que aprendí de que en la vida nunca hay que dejar de soñar, a pesar de que muchas de las veces nuestros sueños nunca se hagan realidad.
FIN.
ANTHONY SMART
ENERO/01/2017