DIARIO DE ANTHONY
Jesucristo y yo siempre habíamos sido muy buenos amigos; ¡éramos camaradas! Él me contaba todo a mí, y yo a él también. No había cosa que él no me compartiese. Por lo tanto éramos, no sólo amigos sino que también confidentes.
Recuerdo, entonces, el día en el que él vino y me dijo: “Anthony. ¿Sabes qué? Creo que me voy a un lugar muy lejos”. Y yo le pregunté:
¿A dónde? Y él me respondió: “A la tierra”. ¿Y qué vas a hacer allá?, le pregunté. “Ya te lo dije”, me contestó, y añadió: “Me largo para vivir la experiencia más emocionante de toda mi chingada vida”.
Ese día, cuando Jesucristo y yo terminamos de platicar, le deseé la mejor de las suertes, y también le dije que se cuidara mucho. Luego él se fue y me dejó solo.
Yo no sabía nada de lo que él haría, ni tampoco adónde iría, no con exactitud. El tiempo, algo inevitable, fue pasando. Yo me había quedado sin mi amigo, y puedo decir que creo que lo extrañaba. Digo. Porque él nunca había sentido envidia de mí, nunca había sentido celos de mí, y lo mejor de todo era que él y yo habíamos desarrollado una empatía, ¡como ni te lo puedes imaginar!
Jesucristo y yo ¡siempre lo compartíamos todo! Y, yo a él, me gustaba llamarlo IMBÉCIL, y él a mí IDIOTA. Cada vez que nos encontrábamos, ya fuese que él viniese a visitarme, o yo a él, al verlo, yo a él enseguida lo saludaba. Hola, imbécil, ya vine a verte, le decía. Y él a mí: “Hola, idiota, ya vine a fastidiarte. Estos eran nuestros saludos de amigos, ¡de camaradas!
El muy imbécil de mi amigo Jesucristo. ¡Nadie llegó a conocerlo como yo! ¡NA-DIE! ¡Sólo yo! Luego mucho tiempo pasó, años enteros. Tan es así que, sin yo darme cuenta, me olvidé de la existencia de mi amigo Jesucristo. Porque después de todo, ¡jamás me habría permitido desarrollar dependencia hacia él!, hacia el muy imbécil de mi genuino amigo. Es por esto que yo seguí con mi vida, sin tenerlo a él en mente, ¡en mi mente!
El tiempo pasó, más y más, hasta creo que crecí, no lo sé, nunca pude darme cuenta. Todo lo que sí sé es que todo había sido la misma porquería, ¡siempre! Desde que Jesucristo se fue, ¡nada cambió! Todo era apatía, desidia y fastidio, ¡algo horrible! ¡Imagínate las tres cosas juntas! ¡Era como para que yo me matara o suicidara! Pero lo peor de todo es que ¡yo ya estaba muerto! Bueno, físicamente todavía no, ¡pero sí espiritualmente, sí interiormente! ¡Y esto sí que era millones de veces más peor, que todas las tres putas cosas juntas que arriba de estas líneas he mencionado! Dios mío, ¡George Strait!, ¡sí que era como para matarme! ¡Pero no lo hice! Me aguanté y me amarré los… ¡los putos cordones de mis tenis viejos y…!
¿Apestaban? ¡Qué! ¿Mis tenis? No, ¡para nada! Yo podía ser un idiota, ¡pero no un apestoso! Aunque a veces las axilas sí me habían llegado a apestar, ¡porque yo tenía rinitis!, y porque el maldito desodorante me irritaba la… Iba a decir la puta nariz, pero mi nariz no se tenía la culpa.
¡Ah! ¿Dónde me quedé? Ah, ¡ya recordé! Te estaba contando sobre la ausencia de mi amigo, el gran imbécil Jesucristo. Como te decía. El tiempo había pasado, ¡mucho mucho! Yo había empezado a hacerme a la idea que jamás nunca volvería a ver a mi gran amigo, el imbécil Jesucristo. Hasta que un día sucedió que, ¡milagro!, el muy imbécil ¡hizo su aparición! ¡Había vuelto, había resucitado!
En cuento lo vi, porque había venido a visitarme, lo primero que recuerdo que le dije fue: Imbécil, ¡amigo!, creí que ya nunca más regresarías. Y él me contestó: No, idiota. ¡Tal mal amigo crees que soy…! Y seguimos platicando, no sin antes habernos saludado.
Cuando ya estábamos sentados, le pedí a mi amigo que me contase en dónde chingados se había ido. Entonces él comenzó a contarme parte de toda su gran aventura. Y esto fue lo que me contó:
Anthony; ¡no lo vas a creer, pero sí que me he divertido! ¡Cuenta, cuenta!, le pedí. Y él siguió contando. Mi aventura ha sido de lo más imbécil. Figúrate que fui a un lugar llamado tierra, en donde todo un pueblo imbécil, igual que yo, me crucificó. Yo lo interrumpí, y le pregunté: ¿Y qué es eso? Y él siguió diciéndome y luego empezó a explicarme:
Mira, dijo, y siguió hablando-. No sé si logre explicártelo todo, de manera clara, con eso de que me golpearon mucho, todavía me duele mi chingada cabeza. Así que sigo estando cansado, y también un poco imbécil, perdón, quiero decir un poco mareado.
Anthony, ponme atención. Te lo voy a contar, mi amigo me dijo, y siguió hablando. Mejor… ¡Lo mejor será que te lo resuma!, añadió. Y yo le contesté que por mí no había problema, que él podía decirme cuanto recordara. Está bien, me dijo mi amigo, y siguió contando.
Me golpearon, me azotaron, me torturaron, ¡incluso hasta me orinaron! ¡Fue muy divertido!, exclamó mi amigo. ¿En serio?, le pregunté.
Mi amigo, que estaba como loco relatándome su aventura, me respondió: Sí. ¡En serio!
Mi amigo Jesucristo siguió y siguió contándome sus vacaciones, más bien su aventura. Y yo le seguí escuchando. Y mientras lo hacía, solamente pensaba para mis adentros: Este mi amigo ¡sí que está muy imbécil! Disfrutar de golpes y demás cosas peores, ¡vaya que si es de locos!
FIN.
A. SMART
Nov/24/2016